La Tercera España - Alfa y Omega

La Tercera España

Este país debe volver a ser un proyecto inteligible, una «unidad de convivencia» con la creatividad necesaria para sintetizar tradición e innovación. Es hora de enterrar los rencores cainitas y apostar por la esperanza

Rafael Narbona
Ejército republicano en una trinchera en Somosierra en 1936. Foto: ABC

Cuando estalló la Guerra Civil Miguel de Unamuno, horrorizado por la violencia de los dos bandos, afirmó que la cólera de los «hunos y los hotros» se había apoderado de España. No se equivocaba. Disponemos de datos suficientes para afirmar que ambos contendientes actuaron con una ferocidad injustificable, asesinando a todo el que no encajaba en su proyecto político. Ortega y Gasset fue uno de los principales promotores de la Segunda República, pero se desengañó enseguida, incapaz de aprobar el agresivo anticlericalismo del Gobierno y las medidas que favorecían la desintegración territorial. Miguel de Unamuno, Ramón Pérez de Ayala y Gregorio Marañón experimentaron un desencanto semejante, distanciándose de un proyecto que consideraron ensombrecido por el radicalismo y el sectarismo. Habían pensado que la República podría corregir el atraso político y social de España, pero ahora les asaltaba el miedo de que los anhelos revolucionarios se impusieran sobre el reformismo. La quema masiva de conventos en el 1931 y la huelga general revolucionaria de 1934, que solo triunfó en Asturias, confirmaron sus temores. Un importante sector de la izquierda no se conformaba con reformas democráticas. De hecho, la insurrección del 34 fue un golpe de Estado contra un resultado adverso en las urnas, tal como señaló Salvador de Madariaga, otro de los representantes egregios de la Tercera España. El periodista Manuel Chaves Nogales, que cubrió la revuelta asturiana como corresponsal del diario madrileño Ahora, escribió: «Ni siquiera durante la gesta bárbara de los carlistas hubo tanta crueldad, tanto encono y una tan pavorosa falta de sentido humano». Dentro del PSOE, únicamente Julián Besteiro se opuso a la huelga general revolucionaria, comparando a Largo Caballero y sus acólitos con los fascistas.

Julián Marías

Aseguraba que la única manera de superar la guerra era no permitir que su recuerdo fuera fuente de manipulación.

Ortega, Chaves Nogales, Unamuno, Besteiro son algunos de los nombres que se asocian a la Tercera España, un concepto que surgió para designar a los que se oponían a cualquier forma de totalitarismo. Su beligerancia a favor de la paz, la libertad y la convivencia les costó ser odiados por los extremistas de ambas orillas. Chaves Nogales, que había apoyado la República, tuvo que exiliarse en París para evitar ser fusilado por las milicias revolucionarias o las tropas franquistas. El prólogo de A sangre y fuego, un conjunto de relatos basados en hechos reales, podría ser el manifiesto de la Tercera España y un documento de lectura obligatoria en las escuelas. Chaves Nogales, que se definía como «un pequeño liberal burgués», se negaba a ser cómplice de cualquier género de violencia y no establecía diferencias entre reaccionarios y revolucionarios.

Una de las figuras más clarividentes de la Tercera España es Julián Marías, tan injustamente olvidado. En un breve ensayo titulado La guerra civil, ¿cómo pudo ocurrir?, señala que durante la República se impuso «la voluntad de no convivir, la consideración del otro como inaceptable, intolerable, insoportable». Se demonizó al que opinaba de otra manera. Las grandes desigualdades avivaron el odio de clase. No se trabajó por el progreso, sino por la revancha o la defensa de los privilegios. Faltó conciencia nacional. Marías asegura que la única manera de superar la Guerra Civil es comprenderla, pero sin permitir que su recuerdo se convierta en una fuente de discordia o manipulación. En la Tercera España hay que incluir a figuras como Clara Campoamor, Carmen Conde, Elena Fortún o Ernestina de Champourcín.

Tropas nacionales, también en el 36, disparan en el frente andaluz. Foto: Serrano

Champourcín, esposa del poeta Juan José Domenchina, secretario de Azaña, es una de las voces líricas más profundas de la Generación del 27. Exiliada en México, publicó en 1952 Presencia a oscuras, un poemario que refleja una profunda vivencia de religiosa. «Solo creo en Dios y en la belleza –escribe a Carmen Conde–. No me queda sitio para nada más». Champourcín encarna el drama de los españoles con un pie en la tradición y otro en la modernidad. Inconformista y con un espíritu libre, se ilusionó con la posibilidad de una España renovada, pero nunca ignoró que el fanatismo podría frustrar ese sueño. Elena Fortún compartió esa inquietud. Su compromiso con la República no le impidió narrar en Celia y la revolución el bárbaro asesinato del general López Ochoa en Madrid. En La revolución española vista por una republicana, Clara Campoamor también narró la represión revolucionaria.

Ernestina de Champourcín

Una de las voces profundas de la Generación del 27, soñaba con una España renovada.

La Tercera España no es una ficción historiográfica, sino una realidad que aún pervive. La polarización está transformando la política en una ciénaga. Son muchos los que desean que vuelva a ser un ágora, donde se debata con pasión, pero sin ira ni desprecio. Como apuntó Julián Marías, en España siempre ha convivido el ansia de unidad con la apertura a la diversidad. El futuro solo es fecundo cuando dibuja un horizonte de concordia. España debe volver a ser un proyecto inteligible, una «unidad de convivencia» con la creatividad necesaria para sintetizar tradición e innovación. Es la hora de enterrar los rencores cainitas y apostar por la esperanza.