Gloria Rodríguez: «Todavía estamos profundizando en comprender mejor el abuso de poder»
Psicóloga y primera directora general de las Consagradas del Regnum Christi, es la responsable de la Oficina de Entornos Seguros que acaba de crear la Conferencia Española de Religiosos
El nombre de Oficina de Entornos Seguros parece hacer hincapié en la prevención, aunque una de sus prioridades sea el acompañamiento a las víctimas. ¿Cuáles son sus objetivos para CONFER?
No alude solo a prevenir. Queríamos que pudiera englobar la mayor parte de acciones posibles, también el cuidado de las personas y reparación. Nos parece que «entorno seguro» también lo incluye, porque las víctimas lo necesitan para expresar lo que les ha pasado, ser acompañadas y hacer sus procesos.
¿Qué papel jugará la oficina en relación a lo que ya hacen las distintas congregaciones?
Hay algunas congregaciones que ya tienen un trabajo bastante serio desde hace unos años, con sus propias oficinas en este campo y sus caminos. Otras al ser más pequeñas y haber tenido menos experiencia están menos preparadas. Luego están otras estructuras, como Repara o Betania, que hacen un proceso independiente muy centrado en las víctimas. Aquí no vamos a ser por ahora un equipo que pueda abordar todo, pero sí coordinarnos.
Si alguna persona acude a CONER y quiere ser acogida desde CONFER se le dará. Tenemos un centro médico y psicológico que no forma parte de la oficina pero puede ser una opción. Pero si quiere hacerlo con gente que no tenga nada que ver con nosotros, tenemos un abanico de terapeutas y opciones que pueden servirle.
Por otro lado, si una congregación pequeña nos llama y nos pregunta cómo hacer algo, para prevenir o para actuar ante una denuncia, queremos tener gente que pueda acompañarla, bien desde CONFER u orientándole a que hablen con alguien de otra institución que le pueda asesorar. Se trata de ser un canal para que se hagan sinergias.
¿CONFER se haría cargo del coste de esa terapia si la víctima lo pide?
Lo estamos evaluando, en función de lo que las congregaciones vayan viendo. Es cuestión de ir afrontando la situación de cada persona con las instituciones responsables.
¿Cómo están las congregaciones en lo que respecta a su respuesta a los abusos?
Podemos hablar de dos tipos de instituciones, las que han tenido más denuncias —no necesariamente por ser más grandes, pero por ejemplo por dedicarse a la educación— y que han hecho un camino bastante serio y sólido y cuentan con sus equipos. Luego están también oficinas que a lo mejor no han tenido denuncias pero están sensibilizadas y tienen protocolos de prevención aunque no hayan tenido experiencia en intervención. Me llama la atención darme cuenta de que ya está bastante generalizado. Hace tiempo te decían simplemente «nosotros no tenemos casos».
Queremos abordar también el ámbito del abuso de autoridad, de conciencia y de poder. Todos estamos haciendo un camino un poco parejo, más incipiente. Todavía estamos profundizando en comprenderlo mejor para después formar y prevenir. Y tiene que ser en bastante profundidad porque también ha hecho mucho daño.
Como psicóloga y psicoterapeuta, ¿ha tenido ocasión de conocer casos de víctimas de abusos específicamente en el ámbito eclesial? ¿Qué ha aprendido que le vaya a servir en esta nueva labor?
Es verdad que el tema del abuso sexual siempre genera un daño muy fuerte pero cuando se da en un ámbito eclesial la ruptura es incluso un poco más profunda. No solo altera la visión del mundo, de sí mismo y de los demás sino también de Dios. El principal aprendizaje es que el primer paso es escuchar, escuchar y escuchar. Muchas veces necesitan expresar el dolor tan grande de lo que ha significado, porque bastantes cargan con ello muchos años sin poder expresar lo que han vivido. Se trata también de ayudarles a reconocer lo que ha pasado para ir dándoles el reconocimiento del daño y desde ahí pasar a la superación; empoderarlos, que puedan recuperar la agencia de su vida.
¿Hablamos del cambio de ser víctima a superviviente?
El primer paso es reconocerse como víctima. Implica reconocer la vulnerabilidad que se ha sufrido, registrar lo que ha pasado, dejar de culparse y legitimar el propio sufrimiento. El siguiente es reconocerse como sobreviviente, identificar los recursos personales que han hecho posible haber salido adelante y ver qué fortalezas se tienen para superar. Eso va dándoles sensación de poner la vida en orden, de tener más el control en sus vidas. Lo último sería, ojalá, celebrar la vida. Su historia siempre va a formar parte de ella, pero ya no tiene por qué dominarla.
¿Se abordan de forma distinta los abusos recientes que cuando han pasado hace décadas?
La diferencia principal es que las personas que han tardado diez o 30 años en expresarlo han podido ser revictimizadas por el camino. Durante mucho tiempo no pudieron expresarlo o no se las creyó. Incluso se las culpabilizó o se desconfió de ellas. Con ellas también hay que acompañar lo que ha supuesto guardar ese dolor, a veces sin ni siquiera detectar lo que les pasaba. Si es más reciente puedes acompañarlas para que asimilen el trauma un poco más rápido, siendo inmenso como es.
La semana que viene, la Conferencia Episcopal Española decidirá sobre su plan de reparación integral. Para ustedes también es una prioridad. ¿Qué puede implicar?
Implica muchas cosas. Teniendo en cuenta que es un daño irreparable y el dolor no se puede compensar, tiene que abarcar devolver a esta persona la validación como persona por lo que ha vivido por parte de un miembro de la congregación.
Hay una parte económica, por supuesto, que es importante, pero sin quitarle importancia también incluye que se les reconozca. Muchas veces lo primero que necesitan es que se les diga «tienes razón, es verdad»; y que se les pida perdón. Puede significar también que se les apoye a nivel de terapia u ofrecerle los medios que pueda necesitar para seguir adelante, como inserción laboral o económica. Algunas personas quieren hacer un proceso con la congregación o con el victimario. Pero hay que ser más delicados en cuanto a cuándo proponer eso.
Usted fue nombrada primera directora general de las Consagradas del Regnum Christi precisamente a raíz de todo el trabajo de reorganización que tuvo que hacer esta familia eclesial a raíz de uno de los mayores escándalos de abusos que se han vivido en la Iglesia. ¿Qué lecciones extrajo de este proceso, que vivió en primera persona?
La primera es abrirse a pedir ayuda y acogerla. Hay veces que las personas no se sienten en confianza para dejarse asistir. Pero yo valoro y agradezco muchísimo el apoyo que recibimos a lo largo de esos años por parte de la Iglesia. Cuando empecé a enfrentarme a situaciones a las que no sabía cómo hacer frente acudí a muchas puertas donde siempre me aportaron. Fue muy positivo el acompañamiento del delegado pontificio, el cardenal Velasio de Paolis.
También animaría a no tener miedo a nombrar lo que hay. Reconocer el daño del fundador fue importante. Pero, luego, dite a ti mismo las consecuencias que eso ha dejado, porque lógicamente eso ha permeado en la estructura. Atrévete a verlo, a nombrarlo y a ayudar a otros a reconocerlo. Quizá había personas que no se habían percatado de lo que les había podido influir personalmente.
Por último, está la importancia del diálogo. Como consagradas nosotras no teníamos autonomía ni gobierno propio y fue lo primero que el cardenal De Paolis propuso. A raíz de eso había que ver cómo nos relacionábamos con los demás. Fue un camino más largo, de ir buscando qué figura podía corresponder y cómo el gobierno de Regnum Christi podía ser entre todos. Así fuimos abordando también lo que luego ha sido el tema de la sinodalidad. Ahí hay que atreverse a proponer, a cambiar, a no quedarse en estructuras que nos dan confianza o seguridad.
¿Se ha abordado en CONFER la incomodidad que han manifestado algunas congregaciones por las discrepancias entre los datos de abusos que dicen haber enviado a la CEE y los que finalmente aparecen en su informe, según desvelaba El País?
Desde CONFER lo que se ha buscado desde el inicio es favorecer que las congregaciones fueran respondiendo tanto a las instituciones civiles, como el Defensor del Pueblo, como a las eclesiásticas a través del informe de Cremades o de la CEE. Sí se ha recogido el desconcierto por el tema de las cifras. Lo que se está buscando decir es «sigamos aportando toda la información que se nos pida». Hay una expectativa de colaborar. El informe Para dar luz quiere ser un docuemnto vivo. Me consta que las congregaciones han ido escribiendo para mandar sus datos cuando han visto que no eran correctos. Sé que hay un esfuerzo por su parte.