La diplomacia humanitaria de la Iglesia ahora mira a Gaza
Este éxito no se improvisa. Tiene detrás años de entrega a las familias de la Franja y de colaboración con unos y otros
«En tiempos de desolación, es muy difícil ver un horizonte futuro en el que la luz reemplace a la oscuridad, en el que la amistad reemplace al odio, en el que la cooperación reemplace a la guerra», escribía el Papa Francisco el 2 de febrero a un grupo de rabinos y expertos en diálogo entre judíos y cristianos. Especialmente dolorosa es la «espiral de violencia sin precedentes» en la que se ha precipitado Tierra Santa. Pero precisamente de ese escenario ha surgido un faro: el acuerdo para trasladar a Italia a un centenar de niños gazatíes heridos o enfermos. El vicario de la Custodia de Tierra Santa, Ibrahim Faltas, subraya el difícil futuro al que se enfrentaban estos pequeños en la Franja y la esperanza que ha supuesto esta iniciativa para ellos y sus familias.
Mucho más discreto se muestra sobre el importante papel que él mismo ha jugado para hacerlo posible. El primer paso fue el más sencillo: contactar con instituciones del Gobierno italiano, que dieron su consentimiento entusiasta y han sido una vez más ejemplo para Europa. A partir de ahí empezó una artesanal mediación entre Israel, Palestina y Egipto para que los autorizaran a salir de la Franja y embarcar rumbo al país transalpino. Este éxito no se improvisa. Tiene detrás años de entrega y asistencia a las familias de Gaza, que a la hora de pedir ayuda pensaron en él. También de contacto cordial con unos y otros.
Así es la diplomacia de la Iglesia. El amor evangélico a todos permite demostrar que puedo ser tu amigo y el amigo de tu enemigo. Por eso, mientras contribuye a sacar a los niños más vulnerables del infierno de Gaza, la Iglesia puede reclamar el retorno de los rehenes que continúan en manos de Hamás, expresar a los judíos su preocupación «por el terrible aumento de los ataques» contra ellos en todo el mundo y condenar «inequívocamente las manifestaciones de odio contra el judaísmo como un pecado contra Dios».