Francisco escribe a los judíos que viven en Israel - Alfa y Omega

Francisco escribe a los judíos que viven en Israel

Reclama nuevamente la liberación de los rehenes en manos de Hamás y condena el auge del antisemitismo como «un pecado contra Dios»

Ángeles Conde Mir
El rabino Abraham Skorka abrazando al Papa frente al Muro de las Lamentaciones en Jerusalén
El rabino Abraham Skorka abrazando al Papa frente al Muro de las Lamentaciones en Jerusalén. Foto: CNS photo / Paul Haring.

El Pontífice ha escrito una carta en respuesta a otra que le enviaron hace pocas semanas más de 400 rabinos y expertos en diálogo judeo-cristiano. El grupo expresaba a Francisco «la conmoción, el dolor y el sufrimiento que nos asaltaron a nosotros, rabinos, estudiosos y líderes religiosos comprometidos en el diálogo judeo-cristiano, tras la terrible masacre perpetrada por Hamás el 7 de octubre». Así lo explicaba una de las firmantes, la profesora Karma ben Johanan, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, en una entrevista al Osservatore Romano.

«Estos sentimientos van acompañados de un profundo sentido de soledad, alimentado por la ola de antisemitismo que se ha extendido por todo el mundo y que no creíamos que pudiera suceder en nuestros tiempos», indicaba la profesora, a lo que añadía: «Estamos convencidos de que esta soledad puede ser sostenida por el consuelo de la Iglesia católica, con la que hemos trabajado durante muchos años».

Francisco, en su mensaje firmado el 2 de febrero, dice que con su carta desea asegurarles «mi cercanía y mi afecto», que hace extensible a los pueblos de la Tierra Santa y a aquellos que «viven consumidos por la angustia, el dolor, el miedo y también la rabia». Lamenta el momento que atraviesa la humanidad, inmersa en la que denomina «tercera guerra mundial por partes». Especialmente la Tierra Santa, que «desde el 7 de octubre se ha precipitado en una espiral de violencia sin precedentes», escribe el Papa que. A continuación, sentencia: «Mi corazón está desgarrado por lo que sucede en Tierra Santa, por la fuerza de tanta división y de tanto odio».

Preocupados por los ataques contra los judíos

Explica en la misiva que la guerra ha dividido a la opinión pública mundial. Un efecto colateral ha sido el auge del antisemitismo y antijudaísmo. «Junto a vosotros, nosotros, los católicos, estamos muy preocupados por el terrible aumento de los ataques contra los judíos en todo el mundo», subraya el Pontífice. Reitera la plena colaboración de los católicos para poner fin a estos extremismos. «El recorrido que la Iglesia ha empezado con vosotros, el antiguo pueblo de la Alianza, rechaza cualquier forma de antijudaísmo y antisemitismo, condenando inequívocamente las manifestaciones de odio contra los judíos y el judaísmo como un pecado contra Dios», destaca.

Francisco confiesa que su corazón está junto a la Tierra Santa y los pueblos que la habitan, el israelí y el palestino, que también están cerca del corazón de la Iglesia. Por eso, afirma que los católicos rezan intensamente a Dios para que ponga fin a la guerra. «De forma especial, rezamos para el retorno de los rehenes, nos alegramos por los que ya han vuelto a casa, y rezamos para que todos los demás se unan pronto a estos».

En las últimas líneas de su carta exhorta a no perder la esperanza y a no caer en la desconfianza. Sobre todo, anima a trabajar por la paz y a invocar la ayuda de Dios para conseguirla. Retoma sus palabras del 8 de junio de 2014 en los Jardines Vaticanos, cuando reunió a los líderes israelí y palestino, para invitar a los actuales a romper la espiral del odio y la violencia pronunciando una palabra, «hermano».

«En tiempos de desolación, es muy difícil ver un horizonte futuro en el que la luz reemplace a la oscuridad, en el que la amistad reemplace al odio, en el que la cooperación reemplace a la guerra. Sin embargo, nosotros, como judíos y católicos, somos testigos precisamente de ese horizonte», escribe el Papa. Invita por ello a construir «un horizonte de luz para todos, israelíes y palestinos».

Por último, pide continuar el trabajo conjunto entre judíos y católicos para buscar «formas de reparar un mundo destruido», sobre todo, en Tierra Santa. Y, así, «recuperar la capacidad de ver en el rostro de cada persona la imagen de Dios a cuya semejanza hemos sido creados».