8 de febrero: santa Josefina Bakhita, la esclava que hacía la voluntad de su Patrón
«Pobrecitos, no conocían al Señor», decía Josefina Bakhita de los esclavistas que la secuestraron, maltrataron y vendieron durante años. Hoy es el símbolo de la lucha contra la trata de personas
La vida no termina hasta que el árbitro pita el final del partido, y de eso puede dar fe Josefina Bakhita, secuestrada y esclavizada desde niña. Nació en una pequeña aldea de Sudán en el año 1869. En aquel tiempo, la esclavitud había sido abolida ya en las colonias occidentales de América, por lo que el tráfico de esclavos se trasladó hacia las zonas árabes del norte de África. Así, cuando la niña tenía apenas 9 años, se topó cerca de su poblado con aquellos hombres que iban a cambiar su vida para siempre. Ella misma lo contaba de esta manera: «Una vez que estábamos en el bosque, vi a dos hombres detrás de mí. Uno de ellos me agarró rápidamente con una mano, mientras que el otro sacó un cuchillo de su cinturón y lo sostuvo a mi lado. Me dijo “¡Si lloras, te mueres! ¡Síguenos!”».
La niña quedó tan traumatizada por aquello que cuando los captores le preguntaron cómo se llamaba no pudo contestar. No se acordaba y apenas lograba balbucir algunas palabras. Fueron ellos quienes comenzaron a llamarla Bakhita, que significa afortunada en árabe, como burla por el destino que habían construido para ella.
Fue vendida cinco veces en los mercados esclavistas del país. Sus amos la maltrataban y la sometieron a toda clase de abusos. El penúltimo de sus dueños incluso practicó con ella una tradición tribal sudanesa: la escarificación. Hasta 114 veces realizó una incisión sobre su cuerpo con un cuchillo, llenando después las heridas con sal. Fue precisamente ese amo el que la vendió en 1883 al vicecónsul italiano en Jartum, Callisto Legnani, y así pasó a servir a su familia. «Fui realmente afortunada, porque mi nuevo patrón era un hombre bueno. No me maltrataba ni humillaba, lo que me parecía completamente irreal», decía.
Charlas por toda Italia
Un año después, debido a las revueltas en Sudán contra las potencias extranjeras, los Legnani tuvieron que volver a su país y Bakhita se fue con ellos. En Ziango, una pequeña localidad cercana a Venecia, entró en contacto con las religiosas canosianas, ya que acompañaba a las hijas de Legnani a recibir las catequesis. Así conoció los rudimentos de la fe cristiana y puso rostro a «ese Dios que yo había intuido en mi corazón desde niña, que no sabía quién era pero que me había dado fuerza» durante sus años como esclava.
Ese proceso culminó el 9 de enero de 1890, cuando la sudanesa recibió el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía de manos del patriarca de Venecia. Se puso el nombre de Josefina pero no quiso renunciar al de Bakhita, porque se sentía realmente afortunada con ese inesperado cambio de rumbo en su destino. Hasta el final de su vida, la sudanesa acudía periódicamente a besar la pila donde fue bautizada. «Aquí me convertí en hija de Dios», decía.
Seis años después entró como postulante en las religiosas canosianas, con las que trabajó hasta el final de sus días en los oficios más normales: en la portería, en la sacristía, en la cocina… Su frase más habitual en esos años era «como quiera el Patrón», refiriéndose a Dios.
Además, empezó a dar testimonio en charlas públicas por toda Italia. Una vez le preguntaron: «¿Qué harías si te encontraras con tus captores?» y ella, sin dudarlo, respondió: «Me arrodillaría y les besaría las manos. Porque si estas cosas no hubieran sucedido, no habría sido cristiana ni religiosa». También añadía que se compadecía de ellos. «Era natural que se comportaran así. Lo hicieron por costumbre, no por maldad. Pobrecitos, no conocían al Señor».
Bakhita murió en medio de la admiración de todos los que la conocieron el 8 de febrero de 1947, fecha en la que hoy se celebra la Jornada Internacional de Oración y Reflexión contra la Trata de Personas. Para Dawn Eden, autora de Mi Paz os doy, libro en el que se vale del testimonio de los santos como herramienta de sanación para todo tipo de abusos, Bakhita muestra que «es posible para cualquiera que haya sufrido un trauma encontrar la sanación en Cristo». Asimismo, testimonia que «perdonar a alguien es querer lo mejor de Dios para ellos, algo que afortunadamente concede el Espíritu Santo».
Solo de este modo se puede entender a la santa cuando decía que «si tuviera que pasar el resto de mi vida de rodillas, eso no sería suficiente para expresar mi gratitud al buen Dios».
- 1869: Nace en Darfour (Sudán)
- 1878: Es secuestrada y arrancada de su familia
- 1883: Es comprada por el vicecónsul italiano
- 1890: Recibe el Bautismo
- 1896: Entra en las religiosas canosianas
- 1947: Muere en Italia
- 2000: Es canonizada por san Juan Pablo II