Pollo en su salsa de las brígidas del monasterio de Nuestra Señora de los Ángeles, en Valladolid
La fundadora de las brígidas de Valladolid inició la orden por dos visiones que le pedían imitar a unas monjas suecas de las que no sabía nada. Su carisma es reparar las ofensas a Dios y sobreviven gracias a diosidencias
Ya puede resultar sorprendente que existan monjas que rezan de forma escondida en monasterios y conventos de todo el mundo. Para rizar el rizo, las brígidas del monasterio de Nuestra Señora de los Ángeles, en Valladolid, se dedican a un tipo de oración muy especial: «Vivimos cada día en reparación por las ofensas contra el Señor y la Virgen», asegura la hermana Esmeralda Razo, una de las ocho religiosas que comparten esta clausura pucelana. «Ofrecemos nuestras oraciones continuas a lo largo del día, a las que añadimos penitencias comunitarias y personales». Por ejemplo, los miércoles, viernes y sábados ayunan, «aparte de la abstinencia de carnes y la negación de pequeños gustos en la comida que hacemos habitualmente. Y luego cada una hace sus pequeños sacrificios, que solo Dios ve», afirma.
Es una vida «de continua perfección» a la que se añade en consonancia una particular devoción a la Pasión del Señor. «Nuestro hábito está coronado con unos puntos rojos sobre la cabeza que simbolizan las llagas de Cristo». Con esta manifestación exterior, «lo que intentamos, sobre todo, es trasladar nuestra mirada sobre la Pasión a las hermanas con las que compartimos el día a día, lo que a veces cuesta muchísimo», dice Esmeralda con humor.
La Orden del Santísimo Salvador nació en Suecia en 1371, fundada por santa Catalina, hija de santa Brígida. Pero, curiosamente nada sabía de ella la venerable Marina de Escobar cuando Dios le comunicó en una visión su deseo de llevar aquella congregación a España. Corría el año 1631 y a aquella visión se sumó otra en la que la misma santa Brígida le reveló a Escobar las reglas de la orden y la forma del hábito. Así, las brígidas comenzaron su andadura en Valladolid seis años después, en 1637, con algunas jóvenes a las que Marina Escobar había revelado su intención. Años más tarde, de camino a Lisboa pasaron por allí algunas monjas suecas que habían sido desterradas durante la Reforma protestante. Ese fue el primer contacto entre ambas comunidades. «Ahora mismo hay una relación más estrecha, y, aunque tenemos elementos comunes, la rama española es autónoma. Además, ellas tienen un apostolado más activo y nosotras somos más contemplativas», cuenta la hermana Esmeralda.
La comunidad de Valladolid la conforman en la actualidad ocho monjas. La mayor es la abadesa, una española de 87 años que convive con seis mexicanas y una keniana. «El tema de las vocaciones en España está ahora muy parado», lamenta la hermana Esmeralda. Confiesa que tienen puestas sus esperanzas en la promoción que de ellas hacen en otros países algunos misioneros.
Su fuente de subsistencia principal «es la huerta, de la que sacamos lo que necesitamos. Eso y algunas donaciones son lo que tenemos para vivir», continúa. Así, sobre todo «vivimos de la Divina Providencia. Lo vemos continuamente en diosidencias que nos pasan. La última ha sido la posibilidad de tener calefacción este invierno gracias a una bienhechora, cuando ya pensábamos que no íbamos a poder calentar la casa».
Afortunadamente, hoy no se tienen que hacer cargo del mantenimiento del palacio de Butrón, en pleno centro de la ciudad, donde vivían desde su fundación y que se fue deteriorando hasta que se tuvieron que marchar de él en 1978. En ese enclave se levanta hoy el Archivo General de Castilla y León, pero el entorno tiene el nombre de plaza de Santa Brígida como un postrero recuerdo de las monjas. Ellas viven ahora en un monasterio más modesto, donde custodian una espina de la corona de la Pasión del Señor, «que es nuestro mayor tesoro», asegura Esmeralda.
Pinche aquí para descargar la receta en PDF
Pinche aquí para ver todas las recetas de Entre pucheros también anda el Señor
INGREDIENTES
- Ocho piezas de pollo
- Medio vaso de agua
- Un vaso de vino blanco
- Un diente de ajo
- Tomillo y laurel al gusto
- Sal
PREPARACIÓN
Colocamos el pollo con todos los ingredientes en un recipiente adecuado para resistir altas temperaturas. Lo metemos en el horno a una temperatura de 175 grados centígrados durante una hora y lo sacamos cuando la carne se dore. Este plato se puede acompañar con puré de patata, ensalada u otra guarnición al gusto del consumidor.