Roldán: dolor y ternura en la Sevilla barroca
Sus gubias tuvieron la capacidad de hacerse eco de la piedad andaluza de su época y también la de acuñar una serie de imágenes y devociones arraigadas aún hoy en la religiosidad popular hispalense
Sevilla le da la bienvenida a 2024 celebrando a uno de sus artistas más insignes y prolíficos: Pedro Roldán, escultor por excelencia del pleno barroco. Sus gubias tuvieron la capacidad no solo de hacerse eco de la piedad andaluza de su época, sino también la de acuñar una serie de imágenes y devociones arraigadas aún hoy en la religiosidad popular hispalense.
La exposición Pedro Roldán, escultor (1624-1699), organizada por el Museo de Bellas Artes de Sevilla hasta el 10 de marzo y bajo el comisariado de José Roda Peña, recoge un total de 44 obras que, además de resumir la evolución técnica del precitado maestro, abundan en sus principales temas e iconografía. Toda vez que inciden en la proyección de su quehacer más allá de su pródigo taller familiar. De este, con todo, surgirían figuras tan señeras como su propia hija: Luisa Roldán —La Roldana—, genial artífice, reclamada con acierto en los últimos años como precursora del gusto rococó.
La presente exposición, ubicada en la capilla del otrora convento mercedario de la capital andaluza, se divide en cuatro capítulos. El primero de ellos aborda los años de formación y encargos iniciales de Roldán, destacando su pericia con la madera policromada a partir de su formación en el entorno granadino, amén de sus guiños al ámbito flamenco de la mano de Alonso de Mena o de José de Arce. Es aquí donde se contextualiza su producción para el monasterio de Santa Ana de Montilla.
El segundo bloque de la presente muestra, titulado «Años de fama y plenitud creativa», patentiza las inquietudes intelectuales del genial sevillano. En ese momento brillan con luz propia los retablos que hoy presiden la capilla del Hospital de la Santa Caridad o el sagrario de la catedral hispalense. Así arribamos hasta la tercera sección, consagrada a su última etapa creativa, la cual da paso al último capítulo, centrado en la proyección y asimilación de la estética de Roldán en las ulteriores generaciones que le sucedieron.
Una gran aportación de la presente exhibición son los notables trabajos de restauración que, con tal motivo, lucen algunas de las esculturas más destacadas. Permiten disfrutar e identificar el primor de la técnica abocetada y dramática que singularizan al genial artífice. Así lo apreciamos en el espíritu contrarreformista y humano, místico y popular, de tallas como el Santo Cristo de la Caridad (1674, Hospital de la Santa Caridad de Sevilla); Santa Ana y la Virgen Niña (1654, monasterio de Santa Ana de Montilla) o en el prácticamente desconocido Nacimiento (hacia 1675) del oratorio de la Escuela de Cristo de Sevilla.
La obras citadas son solo un botón de muestra respecto a la pericia y versatilidad de Roldán a la hora de recrear desde la dureza del dolor sin concesiones hasta la dulzura de los temas vinculados a la infancia de Cristo. Todo ello, insistimos, guiado por la sabia mano de un autor tan arrebatado en su técnica como atento a la religiosidad y al fervor hispalense de los tiempos que le tocó vivir.
Esta exposición se acompaña, asimismo, por una serie de actividades —conferencias, talleres infantiles— que redundan en un mayor conocimiento y divulgación del arte de Pedro Roldán en el contexto de su época, amén de su presencia en los discursos estéticos ya cultuales a lo largo del tiempo.
En definitiva, el conjunto de obras reunidas nos descubren, una vez más, el sentido humano y religioso, culto y popular, que Pedro Roldán insufló a su obra sacra. Son valores eternos que permiten acercarnos a su producción desde nuestras inquietudes actuales, desde nuestra mirada anhelante, para vislumbrar lo divino en lo cotidiano, para orar y trascender ante la arrebatadora belleza de su verismo barroco.