Ensayando Don Juan: Desmitificando a los desmitificadores - Alfa y Omega

Decía Ortega y Gasset que Don Juan «representa uno de los pocos temas cardinales del arte universal que la Edad Moderna ha logrado inventar y añadir al sagrado tesoro de la herencia grecorromana». En efecto, de los cuatro grandes mitos de la modernidad: Fausto, Hamlet, Don Quijote y Don Juan, dos son españoles. Y los dos están imbuidos de ese carácter extremado que Ortega nos atribuye. De ahí que no haya historia más española que la de Don Juan. «Por eso en esta leyenda hay escenas de mediodía y de media noche, virginidad y pecado, carne moza y masa cadáver, orgía y cementerio, beso y puñal».

Y será difícil encontrar un personaje que haya inspirado a más autores, de Tirso a Zorrilla, pasando por Molière, Daponte-Mozart, Lord Byron, Espronceda, Goldoni, Alejandro Dumas y un largo etcétera. Y difícil será también encontrar un mito más controvertido, discutido, psicoanalizado, refutado y deconstruido que este sevillano burlador y pendenciero.

Y si hay una versión que ha calado profundamente en el público español es la versión de Zorrilla. Su Don Juan Tenorio, inteligentemente popular, eficazmente desmesurada, revisa el mito para convertir lo que era una historia ejemplarizante en un canto a la redención cristiana por el amor. Y crea, a partir de unos escenarios y personajes de cartón piedra (y pese a sus extravíos) lo que Francisco Nieva define como «un producto romántico decantado y genial, algunos de cuyos efectos desmañados son en realidad una forma casi onírica de síntesis dramática y de un mundo propio expresado con pasmosa ligereza y facilidad.»

El presente montaje en un ejercicio muy interesante de teatro dentro del teatro, reflexiona sobre la manera de encarar la aproximación dramatúrgica al mito de Don Juan. Nos ofrece los entresijos de un ensayo de una compañía satirizando la forma en que se desmitifica al personaje. Así, el objetivo de la obra es la defensa del teatro bien hecho frente a los que prefieren hacer «terapia personal a costa del público».

Tómese el mito de Don Juan (una compañía de teatro está ensayando la versión de Zorilla). Añádasele el personaje de una directora iconoclasta, progre y empeñada en denunciar al macho animal que habita en todos los hombres (directora que posee, además, un sentido de la dramaturgia digamos que poco refinado). Acompáñese de unos personajes (el elenco de actores) cuyo nivel cultural es inversamente proporcional a su vocación por las tablas. Y póngase la guinda del pastel: un Arturo Fernández (Fernando, el actor que encarna al Comendador Don Gonzalo en la obra ensayada) interpretándose a sí mismo (igual que siempre, mejor que nunca) en un papel que es la culminación de su carrera. Fernando será el encargado de mostrarle a toda la compañía lo ridículo de su propuesta, hasta reconducir, él solito, el espectáculo hasta terrenos más acordes con el espíritu de Zorrilla. Todo ello agitado por ese niño malo de los escenarios españoles: Albert Boadella, autor y director de la obra. El resultado: Ensayando Don Juan. No se la pierdan.

Porque tuvo siempre Albert Boadella, desde sus comienzos en Els Joglars, la capacidad de contagiarnos (con su inagotable y controvertida creatividad) su pasión por el teatro, a la vez que le propinaba un puntapié a todo lo que oliera a políticamente correcto, a statu quo, a abuso de poder. Y ahora se propone desenmascarar la impostura de una forma de entender el teatro, y el arte en general, que pretende desmitificar los clásicos sin haberlos entendido ni amado, que presume de venir de vuelta cuando nunca ha estado de ida, que cree poder pintar Las señoritas de Avignon sin pasar previamente por La familia de Arlequín.

Porque se puede, y se debe, revisar el mito de Don Juan, que para eso están los mitos. Para extraer de su inagotable fuente aquello que cada generación, que cada individuo es capaz de descubrir. Pero siempre que se dé una condición: Que se haga bien.

Y si se quiere convertir a Don Juan en un niñato animal que enarbola bates de beisbol como símbolo fálico, para dejar salir al violador que supuestamente todos los hombres llevamos dentro (como pretende el personaje de Angie, la directora «innovadora»), por favor, no utilicen los versos de Zorrilla. ¡Cuántas veces hemos tenido que soportar los espectadores propuestas escénicas que se perpetraban contra el autor de la obra, a quien detestaba profundamente el director del espectáculo!

Porque el Tenorio de Zorrilla, con todas sus limitaciones, que no son pocas (sus ripios, la escasa profundidad psicológica de los personajes, lo precipitado del desarrollo de la acción) es la obra de un animal de teatro. La apuesta visionaria y onírica (no en vano Dalí era un empedernido degustador de esta obra) por un teatro directo, que llega sin aditamentos intelectuales al subconsciente del espectador y lo envuelve en su verso fácil y sonoro.

Por eso, cuando Fernando se escandaliza ante la zafiedad de la «vanguardista» versión del Don Juan de Zorrilla, no nos parece su protesta fruto de ideas desusadas y de viejas nostalgias periclitadas, sino que llega al espectador como un soplo de aire fresco, limpio y nuevo. En medio de las consabidas y rutinarias propuestas desmitificadoras (tan previsibles y faltas de creatividad) las palabras del personaje de Fernando suenan profundamente transgresoras: «Cuesta el mismo trabajo acostumbrarse a lo feo que a lo bello».

Y no se confundan, que este crítico es un apasionado del teatro de vanguardia, de la música de vanguardia, del arte de vanguardia. Del bueno, eso sí. Del de aquellos artistas que saben que hay que haber bebido a manos llenas de las fuentes de la tradición para poder crear algo genuinamente innovador.

Albert Boadella dirige con sabiduría a la compañía para hacernos llegar estas ideas convirtiendo a sus personajes en blanco mordaz de sus críticas, y los actores le responden con magnífica interpretaciones, como la de una espléndida Sara Moraleda, la de Mona Martínez en el papel de la insoportable Angie, o el siempre magnífico Janfri Topera. Pero sin duda Arturo Fernández brilla con luz propia a través de su personaje, Fernando, escrito para él por Boadella. A sus ochenta y cinco años recién cumplidos derrocha tablas, poder de seducción y ese punto de ironía con el que es capaz reírse de su propio personaje, de ese personaje que viene perfeccionando durante décadas, y que alcanza en esta obra su culminación.

Sólo un reproche se le puede hacer a la obra: la parodia de las ideas de la directora es tan exagerada, tan ridículas y aburridas resultan sus propuestas, que la sátira pierde algo de su fuerza. Busca aquí Boadella llevar la crítica al absurdo, gritar a pleno pulmón que el rey va desnudo, y regodearse hasta el escarnio. Y usa de esa desmesura tan propia de la figura de Don Juan. Pero al espectador los ensayos objeto de la burla se le hacen tan insufribles, que a veces hasta la obra de verdad (no la parodiada) se resiente.

Ha sido un gran acierto escoger la obra de Don Juan Tenorio de Zorrilla para hacer un juego paródico del teatro dentro del teatro. Pocos héroes de la escena están tan ligados a la idea de representación, de actuación, como el mito de Don Juan: un hombre que vive esencialmente para escenificar. Puso el dedo en la llaga Unamuno cuando afirmaba: «Si don Quijote nos dice: ¡Yo sé quien soy!, don Juan nos dice lo mismo pero de otro modo: ¡Yo sé lo que represento! ¡Yo sé qué represento!… Don Juan se siente siempre en escena, siempre soñándose y siempre haciendo que le sueñen».

Ensayando don Juan

★★★★☆

Teatro:

Teatros del Canal

Dirección:

Calle Cea Bermúdez, 1

Metro:

Canal

OBRA FINALIZADA