Lo contaba el mismo Ratzinger al describir su escudo episcopal: «De la leyenda de san Corbiniano, fundador de la diócesis de Frisinga, tomé la figura del oso». Un oso había despedazado el caballo del santo en su viaje a Roma. Lejos de asustarse, el franco Corbiniano lo reprendió severamente y, como castigo, le cargó con el fardo que llevaba a lomos del caballo: «El oso tuvo que llevar el fardo hasta Roma». Ratzinger se veía como este improvisado animal de carga, cuyo amo era Dios. Aunque el oso de Corbiniano fue dejado en libertad, otro viejo oso murió hace un año en Roma, y 2023 arrancó diciéndole adiós.
Lo vimos deambular durante años con su fardo por las calles de la Ciudad Eterna. Afrontó con decisión los problemas que llegaban, de dentro y fuera de la Iglesia. Ni los ocultó ni los rehuyó. El profesor alemán —después arzobispo, prefecto y Papa— conocía de cerca también el drama de la división entre el mundo ateo y el creyente. Quiso afrontarlo. Trabajó a fondo para llegar a las raíces de los problemas y dar una mayor credibilidad a la Iglesia. Pero hacía falta crecer en fiabilidad y hacer limpieza. Ecclesia semper purificanda. La mejor reforma es la purificación interior: quitar lo que sobra para llegar al meollo. Era «el Papa de lo esencial».
El oso bávaro tenía más bien la apariencia de un osito, un teddy bear. Con su débil voz, no parecía demasiado peligroso. Sin embargo, demostró fiereza cuando lo requirió la ocasión, como para atajar los casos de pederastia o empezar a erradicar los escándalos financieros intra muros. Era un hombre tranquilo, «un humilde trabajador en la viña del Señor». Llevó su fardo con valentía y dignidad, sin buscar el éxito y el aplauso. Después se quitó de en medio y pasó el relevo con el gesto revolucionario de la renuncia. Él, que tenía fama de conservador. El pequeño oso se quedó vagando por los Jardines Vaticanos. Fue un verdadero reformador, pues tal como dijo en su Alemania natal, tierra de la Reforma protestante, «los verdaderos reformadores son los santos». Tal vez esta frase resuma su programa. También los osos —«animales de carga del Señor»— podían ser santos.