Tenemos las respuestas del examen final - Alfa y Omega

Tenemos las respuestas del examen final

Domingo de la 34ª semana del tiempo ordinario. Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo / Mateo 25, 31-46

Jesús Úbeda Moreno
'Juicio final' de Miguel Ángel. Capilla Sixtina (Ciudad del Vaticano)
Juicio final de Miguel Ángel. Capilla Sixtina (Ciudad del Vaticano). Foto: CNS.

Evangelio: Mateo 25, 31-46

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria, y serán reunidas ante él todas las naciones.

Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras.

Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: “Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.

Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”. Entonces los justos le contestarán:

“Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?”. Y el rey les dirá:

“En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos, más pequeños conmigo lo hicisteis”.

Entonces dirá a los de su izquierda:

“Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis”. Entonces también estos contestarán:

“Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?”. Él les replicará:

“En verdad os digo: lo que no hicisteis con uno de estos, los más pequeños, tampoco lo hicisteis conmigo”.

Y estos irán al castigo eterno y los justos a la vida eterna».

Comentario

Con este domingo se pone fin al tiempo ordinario para dar paso al nuevo año litúrgico que comenzará con el tiempo de Adviento. En el relato pueden distinguirse tres partes: la venida del Hijo del hombre como Juez de la historia (vv. 31-33), el juicio de los justos (vv. 34-40) y la sentencia contra los malvados con la conclusión final (vv. 41-46).

La presentación que se hace de la venida del Hijo del hombre es similar a las manifestaciones admirables de Dios descritas por los profetas y las visiones que aparecen con cierta frecuencia en el libro del Apocalipsis, donde Dios y su Mesías están sentados en su trono de gloria como administradores de justicia (cf. Ap 4-5).

En el contexto del final de los tiempos, Jesús quiere ayudarnos a pasar el examen final, para lo cual nos ofrece las preguntas. Como dice la canción: «Al atardecer de la vida me examinarán del amor». En concreto, el examen va del amor a Dios a través del prójimo, porque «quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve» (1 Jn 4, 20). Lo que se juzga son las obras realizadas u omitidas a Dios a través de aquellos que considera hermanos. Esta identificación es una de las grandes novedades que sorprende a los examinados. Además, se trata de un prójimo cuya identidad y condición no decido yo; me es dado y estoy llamado a reconocerlo. Lo que tienen en común es la carestía que va desde lo más esencial para la vida hasta la libertad. Este hecho nos revela que Jesús se ha querido identificar con la necesidad del ser humano precisamente para atraer nuestro afecto y libertad, facilitando así el cumplimiento de la vida que solo es posible en la entrega sincera del don de uno mismo a los demás (cf. GS 24).

Pero no solo nos revela las preguntas del examen, sino que nos da las respuestas, porque no hay nada que nos pida que no nos haya dado primero. «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó». (1 Jn 4, 10). El primero que se ha compadecido de nuestra necesidad es Él, que no solamente nos ha donado la creación para socorrer nuestras necesidades básicas, sino que ha querido saciar el hambre y la sed de amor infinito amándonos hasta el extremo (cf. Jn 13, 1). Nos ha querido revestir de la nueva condición para ser hijos de Dios (cf. Col 3, 10) y ciudadanos del cielo (cf. Flp 3, 20), donde el Señor se ha ido para prepararnos un lugar y llevarnos con Él (cf. Jn 14, 2). No solamente ha querido visitarnos y acompañarnos en los momentos de enfermedad y opresión, sino que, entregándose a la muerte, y una muerte de cruz, se ha compadecido de la enfermedad mortal de nuestra condición pecadora y el consiguiente infierno de vivir para nosotros mismos. Cristo nos ha liberado del yugo del pecado y ha derramado su amor en nosotros con el Espíritu Santo que se nos ha dado (cf. Rm 5,5), ensanchando así nuestro corazón para amar como Él nos ha amado, para que pudiéramos salir a su encuentro en aquellos que hoy siguen hambrientos y sedientos de su amor y misericordia, tantos despojados y heridos de la vida, prisioneros y oprimidos por el pecado. Igual que a nosotros el Señor nos ha buscado, nos envía para poder ser su rostro amado y amante para un mundo que le espera y le necesita.