El grano de mostaza se hace un árbol hasta el punto de que los pájaros del cielo anidan en sus ramas
Lunes de la 17ª semana de tiempo ordinario / Mateo 13, 31-35
Evangelio: Mateo 13, 31-35
En aquel tiempo, Jesús propuso otra parábola al gentío:
«El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno toma y siembra en su campo; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un árbol hasta el punto de que vienen los pájaros a anidar en sus ramas». Les dijo otra parábola:
«El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, hasta para que todo fermenta».
Jesús dijo todo esto a la gente en parábolas y sin parábolas no les hablaba nada, para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta:
«Abriré mi boca diciendo parábolas, anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo».
Comentario
Jesús se detiene en las pequeñas cosas, porque a Dios no le llamaría la atención lo inmenso; pues, nada hay más inmenso que Él. Lo que más conmueve a Dios es lo diminuto, lo pequeño. Pero todo es pequeño comparado con Él en cuanto Dios, y por eso todo lo mira con esos ojos: para Dios todo es pequeño, incluso el universo entero. Y le conmueve porque sin su atención todas aquellas pequeñeces no existirían.
Esa mirada divina penetra los ojos humanos de Jesús. Él se fija en lo pequeño. Lo más pequeño, lo que parezca que puede ser aplastado, que no tendría por qué existir, en eso Jesús ve la potencia máxima. En lo pequeño e impotente por sí mismo, Jesús ve la potencia infinita del Padre: precisamente porque es tan pequeño que sin Dios no podría existir, ahí es donde más se revela la potencia de Dios. Toda la fuerza de Dios aparece concentrada en un pequeño punto: esa nimiedad se vuelve así capaz de recibir toda la potencia de Dios.
Por eso, considera que «el reino de los cielos se parece a un grano de mostaza, que uno toma y siembra en su campo; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas». O también, se asimila «a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, hasta que todo fermenta». En lo ínfimo aparece el poder sublime de lo divino que lo sostiene, y es capaz de potenciarlo hasta que alcance el cielo.