Ese da fruto - Alfa y Omega

Ese da fruto

Viernes de la 16ª semana de tiempo ordinario / Mateo 13, 18-23

Carlos Pérez Laporta
Parábola del sembrador. Georg Pencz. Metropolitan Museum of Art, Nueva York, Estados Unidos.

Evangelio: Mateo 13, 18-23

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Vosotros, pues oíd lo que significa la parábola del sembrador:

Si uno escucha la palabra del reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino.

Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que escucha la palabra y la acepta enseguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y, en cuanto viene una dificultad o persecución por la palabra, enseguida sucumbe.

Lo sembrado entre abrojos significa el que escucha la palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas ahogan la palabra y se queda estéril. Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ese da fruto y produce ciento o sesenta o treinta por uno».

Comentario

Jesús no solo dice la parábola, sino que también la explica: «Vosotros, pues, oíd lo que significa la parábola del sembrador». Eso significa que comprender en toda su profundidad la Palabra de Dios es también una gracia. La Palabra que sale de la boca de Jesús no es solo humana, sino que es Palabra de Dios. Por eso, no solo proviene de Dios sino que se entiende solo desde la relación íntima con Él. Solo quien tiene el espíritu de Cristo comprende su Palabra. No basta con entender su sentido inmediato: así como nadie entiende plenamente las implicaciones de las palabras que se dicen dos amantes, así tampoco nadie entiende las palabras de Dios si no forma parte de su intimidad de amor. Y «si uno escucha la Palabra del Reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón».

Formar parte de esa intimidad no es cosa de un instante: la relación con Cristo no puede ser superficial, tiene que arraigar en nosotros para que su palabra permanezca; «el que escucha la Palabra y la acepta enseguida con alegría pero no tiene raíces, es inconstante, y en cuanto viene una dificultad o persecución por la Palabra, enseguida sucumbe». Además, esa relación tiene que preferirse a «los afanes de la vida y la seducción de las riquezas»; porque la relación que no se privilegia no encuentra espacio, se ahoga «y se queda estéril».