Has escondido estas cosas a los sabios y se las has revelado a los pequeños - Alfa y Omega

Has escondido estas cosas a los sabios y se las has revelado a los pequeños

Miércoles de la 15ª semana de tiempo ordinario / Mateo 11, 25-27

Carlos Pérez Laporta
Jesús sube solo a una montaña para orar. James Tissot. Museo de Brooklyn, Nueva York.

Evangelio: Mateo 11, 25-27

En aquel tiempo, tomó la palabra Jesús y dijo:

«Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los pequeños. Si, Padre, así te ha parecido bien.

Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».

Comentario

Jesús agradece que el Padre encubra su misterio: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos». En las palabras de Jesús parece claro que no se trata de incapacidad de los sabios para conocer; sino que es Dios quien se oculta.

Pero no es que Dios se esconda para molestar. Dios es en sí mismo misterio y solo llegamos a conocerlo cuando se nos revela. Y se nos revela cuando quiere. Dios es misterio porque es absolutamente libre, porque se revela en persona cuando quiere. Su libertad personal está siempre más allá de la naturaleza divina que nosotros nos figuramos. Porque su Persona no es un objeto que está ahí al alcance de nuestros esfuerzos. Dios siempre decide cómo y cuándo se revela: «Nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».

Todo el estudio de teología y toda la oración posible no generan un solo instante de conocimiento del Dios vivo y verdadero, porque no pueden provocar el encuentro con Él. Podemos llegar a intuir, en abstracto, la necesidad de la existencia de un Dios, pero no llegaremos nunca a conocerle si Él no se nos muestra. Como dice santo Tomás de Aquino, «puesto que el hombre por naturaleza quiere ser feliz, por naturaleza conoce lo que por naturaleza desea. Pero a esto no se le puede llamar exactamente conocer que Dios existe; como, por ejemplo, saber que alguien viene no es saber que Pedro viene aunque sea Pedro el que viene». Por tanto, el encuentro con Dios siempre debe ser suplicado y agradecido. Es la sencillez la que da espacio a la libertad de Dios, porque se hace depender de ella: «se lo has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien».