José Cobo: «Creo en un episcopado evangélico»
El hasta ahora obispo auxiliar concede su primera entrevista al semanario Alfa y Omega
Llega a una sede que no le es ajena, donde le conocen bien y donde, como en toda gran familia, hay apoyos y también resistencias.
No llego a una sede, porque la Iglesia de Madrid es la Iglesia en la que he estado. Para mí es muy familiar. Ha sido mi parroquia, donde me he confirmado, donde he estado en el seminario, donde he pasado por parroquias y donde muchos curas han sido mis modelos. Efectivamente es como una gran familia, una casa grande, con gente más afín y menos afín, pero no lo percibo como una sede complicada. Madrid es la Iglesia en la que yo he crecido, con la que me he identificado y donde he aprendido a ser sacerdote. Tengo muchos amigos curas y muchísimos amigos laicos con los que he compartido infinidad de cosas, primero como cura, luego como vicario y después como obispo auxiliar. Me da vértigo, pero es un desafío con toques muy hogareños.
Su nombramiento es una apuesta firme del Papa Francisco por dar continuidad a la pastoral de su predecesor. Marca un estilo muy concreto en Madrid.
Tiene algo de continuidad y también algo de novedad. La continuidad es el proyecto que don Carlos empezó, en el que he participado desde el principio con el resto de vicarios y del equipo de gobierno y que hemos intentado diseñar con las claves de Evangelii gaudium, es decir, con el compromiso evangelizador en una sociedad compleja, en proceso de cambio. La presencia de la Iglesia en este nuevo espacio no puede hacerse reconquistando viejos espacios sino a través del diálogo, de la presencia comunitaria, de la escucha. Ese es el carril en el que se ha situado la diócesis desde hace años y es el que entiendo en la Iglesia ahora mismo. Pedro, en nombre de Francisco, es lo que pide.
La novedad es que es después de todo el trabajo y esfuerzo de estos años, de sembrar actitudes nuevas, llega el momento de crear equipos, comunidades, que realicen o den un paso más a todo lo que se ha hecho en cuanto a presencia en la sociedad, identidad diocesana, musculatura comunitaria… hay grandes retos y seguiremos dando pasos; no va a haber saltos fundamentales, pero creo que cada uno podemos aportar lo nuestro; yo, por ejemplo, desde el conocimiento de la diócesis o desde lo que he aprendido como vicario y obispo auxiliar estos años.
Decimotercer arzobispo de Madrid. ¿Qué aprendizaje se lleva de los anteriores?
Madrid es una Iglesia muy nueva y preciosa porque ha crecido con la ciudad. Un pueblecito de repente empezó a llenarse de gente, a recibir experiencias de otros lugares. Y la Iglesia siempre ha estado ahí, desde el inicio. En los primeros barrios que se ponían en marcha en Orcasitas, ahí estaba. Cuando en Aluche estaban edificando los cimientos de los rascacielos, encontrabas a la Iglesia en un localcillo. Siempre ha acompañado, ha crecido al ritmo de la ciudad. Yo he conocido a Tarancón, me acuerdo de él cuando era pequeño. Recuerdo que venía a las fiestas de la parroquia, yo estaba en Delicias. Y luego, al conocer su historia, pensé en la intuición que tuvo este hombre para actualizar Madrid; cómo creó la estructura que tenemos ahora mismo.
Cada obispo ha ido articulando la vida de la diócesis a las necesidades que tenía en ese momento. Quien me ordenó sacerdote fue Suquía. Mi grupo fue el último que ordenó él. Hemos visto cómo tuvo que abordar las dificultades de esos años, de mucha polarización. Tuvo que tomar decisiones muy serias, porque políticamente Madrid era un altavoz de muchas cosas. Después llegó el cardenal Rouco y con él he estado en mis años de sacerdote. Hemos asistido a las primeras llegadas migratorias a Madrid y a cómo la Iglesia ha intentado responder a eso; hemos crecido y renovado estructuras. Esa ha sido mi vida de cura. Al final llegó la etapa del cardenal Osoro, que he acompañado más desde mi labor como vicario y obispo auxiliar. En esta etapa ha sido lo mismo, cómo encarnar la realidad de la Iglesia ante las necesidades concretas de nuestro mundo. Cada obispo lo ha hecho con la experiencia que tenía, con los equipos que se ha ido haciendo y con lo que el espíritu les ha ido diciendo. La lectura que hago es que en cada momento hemos tenido el obispo que hemos necesitado y ha hecho lo que tenía que hacer en ese momento. Eso me alienta.
Natural de Sabiote (Jaén), donde nació en 1965, ha desarrollado toda su actividad pastoral en Madrid desde que fue ordenado sacerdote en 1994. Antes de ingresar en el seminario se había licenciado en Derecho. El 29 de diciembre de 2017 se hizo público su nombramiento como obispo auxiliar de la capital. En la CEE es miembro de la Comisión de Pastoral Social y promoción humana. Dentro de ella, es el obispo responsable del Departamento de Migraciones.
Sus grandes líneas de trabajo en Madrid han girado en torno a las migraciones, los abusos, el mundo del trabajo… los problemas que surgen en la gran urbe.
Y hay otra línea que no es menos importante aunque es más evidente, porque parece que las cosas que tenemos siempre no son noticia, y ha sido la gran red de consultas evangelizadoras que se han hecho, los planes de evangelización que hemos tenido. Cuando ha llegado el Sínodo no nos ha sorprendido porque esto lo veníamos haciendo en Madrid. Se ha hecho una reflexión muy buena y ahora es el momento de empezar a poner en práctica todos los frutos de esa reflexión, que terminó con la consulta sinodal que luego iba para Europa y que recogía lo que se ha hecho en años anteriores: el plan evangelizador, el plan diocesano misionero. Ahora tenemos que ir viendo y reflexionando cómo en este tiempo transmitimos la fe, pero ya tenemos las pistas. Como reto fundamental, tenemos ahora mismo el migratorio en Madrid. Nuestra Iglesia ha cambiado. Muchas parroquias tienen un rostro distinto y hemos de comprobar cómo acompañar y enraizar la fe del migrante, no solamente para que se asimile a lo que tenemos, sino también para que nuestra Iglesia recoja todo lo que ellos tienen que aportar. Seguimos teniendo el reto de los abusos y el de cómo cuidar a los nuestros, a los niños, a los que están solos, algo que desde la pandemia hemos escuchado mucho y que ahora tendremos que desplegar.
Por ejemplo, se puso en marcha el SARCU, servicio de atención religiosa nocturna todos los días del año.
Por ejemplo; y todo lo que se ha hecho en escucha y pastoral de la salud, lo que se ha trabajado con ancianos en Cáritas y en la plataforma creada entre esta institución caritativa y la pastoral de la salud con otras entidades. Se ha trabajado transversalmente y este es otro de los grandes desafíos que tenemos. Y luego está el gran reto diocesano de la vida en nuestras parroquias, que tenemos que afrontarlo.
Hablemos de unidades pastorales, que ya está en marcha en San Blas. ¿Es necesario que Madrid se reestructure en este sentido?
Va por fases. No podemos hacer reformas o propuestas de arriba a abajo. Estamos trabajando más bien desde la base. Primero hay que crear la necesidad y hacer una lectura de la realidad entre todos, que es lo que se ha hecho en San Blas, donde llevan ya cinco años. Que sea la experiencia de la propia comunidad la que va marcando el proceso. Me encantaría ser muy efectista y decir que en un año se puede hacer, pero no es verdad. Los procesos son largos y hay que respetar los tiempos de las personas y de cada comunidad. La pastoral no es imponer cosas y ya está. Y hay cosas en Madrid que están funcionando muy bien. Tenemos que potenciar y acompañar lo que funciona y, por otro, lado ir fomentando la necesidad de que se unan las comunidades, de que empiecen a caminar juntas y a trabajar en una estructura distinta a la de hace 30 años. Eso supone una pastoral de encuentros, de pocas propiedades privadas y muy generosa. Tendremos que insistir en la actitud de esa generosidad y esa necesidad de encuentro y después, con toda la diócesis, hacer estudios, planes y propuestas, pero tiene que ser con todos. Si algo hemos aprendido al caminar sinodalmente es que el pueblo de Dios es el que tiene que ir marcando los ritmos y creo que las estructuras pastorales son necesarias ahora mismo con la complejidad que tiene Madrid.
¿Cuáles serán sus primeros pasos?
Dar un abrazo muy fuerte. Que los curas nos reconozcamos, que reconozcan al obispo, que nos hablemos, que escuchemos qué está pasando al clero, cuáles son los cansancios que tiene. Escuchar también a las comunidades cristianas, a los laicos, a la vida consagrada; ver cuáles son sus sueños, qué necesitan, cómo profundizar en su identidad. Y seguir trabajando y afianzando todos los procesos de caridad y atención a los últimos que se han iniciado.
El Papa no ha puesto a un misionero o a un religioso al frente de la diócesis de la capital de España. Ha puesto a un cura. Quiere que el servidor sea un sacerdote. ¿Qué es para usted ser cura?
Entro en la diócesis con una experiencia de pobreza. Cuando me hicieron obispo me dijeron una frase que me impresionó mucho y me repito estos días: «Dios no elige a los capaces, sino que capacita a los que elige». Mi única fortaleza es que me he criado aquí, en Madrid. Conozco al laicado, he sido cura en una parroquia muchos años y me he dejado hacer. Mucha gente de mi parroquia me dice: «Recuerda que te hemos hecho cura nosotros». Y es verdad, tengo la experiencia de que la comunidad cristiana es la que me ha hecho cura. El cura es aquel que comparte la vida con la gente y aprende a caminar con ellos. Acompañar sus procesos como pastor y servir a la comunidad desde ahí es lo que siempre me ha apasionado y lo que pide la Iglesia ahora mismo: servir a la comunidad cristiana como obispo para que sea la Iglesia de Madrid la que descubra dónde Dios nos está citando y qué es lo que está pidiendo de nosotros. No comprendo un episcopado piramidal, exclusivamente directivo. Yo lo creo evangélico, como Jesús hacía con los discípulos. Así soy cura, así lo he sido, sin más apelativos. Los curas nos entendemos muy bien por ser curas. Podemos ser cada uno de nuestro padre y de nuestra madre, pero cuando tenemos que hablar de los enfermos que visitar, de la parroquia que atender, de cómo nos desgastamos en los sacramentos y hablando con la gente, en eso no hay ideologías. Coincidimos todos.
¿Qué le han dicho sus padres?
Están en shock todavía. Conocen también bien Madrid. Somos de Jaén, pero vinimos todos como inmigrantes cuando yo tenía 7 años. Vivíamos en Usera, en un piso con mis abuelos. Ahora me han dicho: «Ay hijo mío, dónde te has metido».
¿Qué pide a los fieles, a la gente de a pie de Madrid?
Que en este tiempo saboreemos nuestra identidad cristiana, que vayamos a lo fundamental. Que nos dejemos de tonterías. Lo que no merece la pena, no. Recuperemos lo fundamental, que es que Jesucristo nos ha llamado a cada uno con nuestras características concretas, pero es Él el que nos ha convocado aquí.
Para eso la curia también debe dar ejemplo. Si no vemos en ustedes un modelo a seguir…
En estos momentos es bueno recuperar la identidad. Vamos a ir a lo que realmente merece la pena, a ponerle nombre. A veces, con el paso del tiempo se desdibujan las prioridades. Nos peleamos porque hemos perdido el primer origen, el primer amor. Vamos a una etapa nueva, nos lo pone la Iglesia por delante. Tenemos un Madrid que está creciendo infinitamente, una realidad social compleja. ¿Quiénes somos nosotros, los cristianos? ¿Qué es lo importante? Desde ahí se pueden establecer el resto de planes. Hay conflictos que no son tan importantes como creemos. Es fundamental recuperar la comunidad cristiana.
¿Y su relación con san Isidro?
Siempre he sido muy devoto de san Isidro; ya lo era en mi pueblo, Sabiote. Para Madrid siempre me ha gustado y me ha ayudado espiritualmente mucho. Primero porque era pocero, buscaba agua y sabía dónde estaba el agua; y segundo, porque no era puramente de Madrid. Le propondría también como patrono de los migrantes de la capital, no solo de los agricultores.