«El testimonio actual es que Conchita era una joven cristiana del montón»
Beatificada el pasado sábado en Granada, murió con 21 años de tuberculosis. Llegó a afirmar: «Mi vocación es la enfermedad»
«Conchita es ya la beata de la vida diaria, de la juventud, del laicado, de la misión, de la Eucaristía. Es beata porque supo mirar cara a cara el rostro de Dios en la vida sencilla de la Granada de comienzos del siglo XX», afirmó Francisco Javier Caballero, superior provincial de los Misioneros Redentoristas de España, durante la ceremonia de beatificación de María de la Concepción Barrecheguren, más conocida como Conchita. La celebración tuvo lugar el pasado sábado en la catedral Granada y fue presidida por el prefecto del Dicasterio para las Causas de los Santos, el cardenal Marcello Semeraro. Lo acompañaron el arzobispo de Granada, José María Gil Tamayo; el emérito, Javier Martínez; los obispos de Guadix, Jerez y Córdoba, y el arzobispo emérito de Valencia. Alrededor de 2.600 fieles llenaron el templo, procedentes de ciudades como Salamanca, Sevilla, Madrid o Almería.
Fue la beatificación de una chica corriente y joven. Conchita nació en Granada en 1905, en una familia profundamente cristiana y en ese ambiente familiar aprendió a cultivar la oración en las tareas domésticas del día a día. Enferma de tuberculosis, empezó a llamar la atención por su amor a la Eucaristía, las visitas al Santísimo y su forma de vivir los últimos meses de vida, llegando incluso a afirmar: «Mi vocación es la enfermedad». No hizo del dolor una pasión insana, sino que asumió que ese era su camino para llegar a Dios. Murió el 13 de mayo de 1927 con tan solo 21 años. La Iglesia reconoció oficialmente un milagro obrado en 2014 por intercesión de Conchita. Curó a una niña de 16 meses afectada por un daño multiorgánico.
Durante la ceremonia, Caballero destacó que la nueva beata «encarna la imagen de quien, comenzando su vida con las aspiraciones y sueños que conlleva esa etapa, se dejó configurar por Cristo crucificado como modelo real de seguimiento». La vida de Conchita, a pesar de estar plenamente tocada por la enfermedad, nos enseña que es posible una mirada esperanzada sobre la vida, porque el dolor no tiene la última palabra.
Francisco Tejerizo, sacerdote redentorista y vicepostulador de la causa de beatificación, destaca en conversación con Alfa y Omega la forma en que la joven aceptó y afrontó la cruz, así como el distanciamiento de todo lo que pudiera distraerla de su cultivo espiritual. «La sencillez de Conchita y su ser cristiana del montón es un testimonio actual. Ella aparece como una parábola del Evangelio, para quien quiera intuir otras posibilidades de vida y felicidad», añade.
En el lema escogido para la celebración —Una joven santa para la Iglesia de hoy— se funden los diferentes rasgos de la nueva beata: juventud, santidad, actualidad e Iglesia. Una mujer de su tiempo que asumió el momento histórico que le tocó vivir y lo hizo intensamente a través de la fe. En la Eucaristía estuvo bien visible un gran cuadro con la imagen de la nueva beata, obra del pintor Luis Ruiz Rodríguez. Es un retrato idealizado que toma como base las pocas fotografías que se conservan de ella. Conchita aparece con mirada reposada y pensativa. «Una mirada que conduce a la oración», reconoce el autor.
Santos con buen humor
Unos días antes y con motivo de este acontecimiento, el arzobispo de Granada, José María Gil Tamayo, escribió una carta pastoral en la que reiteró el llamamiento a la santidad a todos los cristianos y recordó a otros granadinos elevados a los altares, como los mártires por la persecución religiosa del siglo XX o la madre María Emilia Riquelme, beatificada en 2019. «La santidad es un don de Dios que no se conforma con la mediocridad», apuntó Gil Tamayo en el texto, donde añadió: «Esta santidad es la que impulsa a la práctica de la caridad en favor de los pobres, los enfermos y los pecadores». Y reconoció a Conchita como una mujer de profunda fe y amor a los demás, ambos cultivados en su propia familia, que es la verdadera Iglesia doméstica.
Gil Tamayo se refirió también a la alegría de la santidad como una propuesta en nuestra acción pastoral diaria. «Nada necesita más nuestro mundo y la Iglesia que santos, los que han seguido a Cristo en sus circunstancias de vida concretas. Pero eso sí: santos alegres que contagien el Evangelio. Santos alegres y de buen humor», concluyó el arzobispo.
Conchita ya es beata. Una joven veinteañera que supo llevar el Evangelio a la vida, incluso postrada en la cama y atravesada por la enfermedad, con profunda alegría y en el fluir de la vida cotidiana. Esta beatificación es el reconocimiento que hace Dios del valor de la sencillez.
La beatificación de Conchita tendrá eco en África. Hasta allí llegará lo recogido en la colecta de la Eucaristía. Se destinará a la construcción de un nuevo servicio de maternidad en la Clínica Nokien Mbanza-Ngungu, en el Congo. Precisamente, en el momento de las preces, se tuvieron en cuenta a los enfermos, aunque también se pidió por las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada.
El momento culminante de la ceremonia fue cuando el arzobispo de Granada solicitó al prefecto del Dicasterio de las Causas de los Santos que Conchita fuera declarada beata. Este leyó la carta apostólica y la fórmula de beatificación. Al terminar, un sonoro aplauso inundó el templo a la vez que se desplegaba la imagen de Conchita y sonaban las campanas. Después, se procesionó una reliquia de la beata hasta el altar mayor y se expuso. En la homilía, Semeraro destacó la fragilidad de la joven y cómo los sacramentos fueron su fortaleza.