Rajmáninov: la nostalgia de la liturgia y de las campanas
Serguéi Rajmáninov incluyó entre su reducida producción musical dos obras religiosas: las Vísperas y la Divina Liturgia de San Juan Crisóstomo. Por ellas Dios se coló en la vida del compositor, de cuyo nacimiento se cumplen 150 años
El 1 de abril de 1873, hace ahora 150 años, nació Serguéi Rajmáninov, el último de los compositores románticos en plena época de las vanguardias musicales. Solo compuso 45 obras, casi todas en su Rusia natal, pues las cinco últimas surgieron en sus estancias entre Estados Unidos y París. Esto se debió a que tuvo que centrarse en su carrera como pianista dando recitales en Europa y América. Sin embargo, una vez dijo: «Todo el mundo está abierto para mí y el éxito me aguarda en todas partes. Solo un lugar permanece
inaccesible y ese lugar es mi propio país: Rusia».
Tuvo el destino de tantos exiliados, una constante en la historia rusa, que se refugiaron en su trabajo para escapar de la nostalgia y la melancolía. En esos estados de ánimo, el ser humano intenta recuperar las impresiones, incluso los sonidos, de su infancia y juventud, y se afana en la búsqueda de un tiempo supuestamente más feliz. Rajmáninov no lo vivió por la separación de sus padres y por la temprana muerte de su hermana mayor, a lo que se añadió el fracaso en el estreno de su primera sinfonía. El médico y terapeuta Nikolai Dahl consiguió devolverle la confianza en sí mismo tras una depresión y esto hizo posible el estreno de su segundo concierto para piano y orquesta, su obra más famosa.
Nadie curó, sin embargo, al compositor de su nostalgia de Rusia, incluso antes de la revolución de 1917, que le obligó a dejar su patria. Sus orígenes eran los de una familia de la pequeña nobleza, muy influenciada por las modas occidentales, que no frecuentaba la iglesia salvo en señaladas ocasiones. Pese a todo, en la reducida producción de Rajmáninov, hay un lugar para la música religiosa, destinada más a las salas de conciertos que a los templos, pues la jerarquía ortodoxa la consideró demasiado «modernista».
Estrictamente, solo dos obras son religiosas, como las Vísperas, una parte de la liturgia que precede al culto dominical o a las grandes solemnidades, y cuya culminación es la alegría de la Resurrección de Cristo. Era una de las obras favoritas del compositor hasta el punto de solicitar que uno de sus movimientos, el Nunc dimitis, el cántico de Simeón, fuera interpretado en su propio funeral. La segunda obra es la Divina Liturgia de San Juan Crisóstomo, la gran plegaria eucarística de la Iglesia ortodoxa, que hunde sus raíces en la tradición bizantina. Los salmos, el gloria, las bienaventuranzas, el sanctus, el credo o el padrenuestro son algunos de los elementos que integran este gran mosaico, en los que la música de Rajmáninov se eleva hasta expresiones de inigualable belleza. Esta composición llamó la atención del sacerdote Luigi Giussani, gran admirador del músico, que se preguntaba por qué durante ocho minutos el coro repite: «¡Señor, ten piedad!». Vendría a ser el recordatorio de que el Señor es un misterio, un destino, Alguien que llena la vida de significado, porque sin el significado no existe el tiempo. Solo quedan la nada o los agobios y la existencia humana queda reducida al instinto, la indolencia, la ira o el resentimiento. Lo cierto es que una obra empezada por Rajmáninov, casi por casualidad, fue terminada en medio de una gran dicha y entusiasmo. Dios se coló por el hueco de esta composición en la existencia del músico, aunque su vida ordinaria no pareció cambiar demasiado después de aquello.
Serguéi Rajmáninov es uno de los compositores posrrománticos más importantes y uno de los grandes pianistas del siglo pasado. Fue muy precoz, pues con apenas 20 años ya había creado sus primeras partituras para piano y orquesta. Con 31 años se convirtió director de orquesta del Teatro Bolshói. Por la situación política de Rusia a principios del siglo XX tuvo que marcharse.
Esa nostalgia de la liturgia, la de una belleza inefable, se completa con la nostalgia de las campanas. Son las que llaman a los fieles a la liturgia y su sonido no se borró de los recuerdos de Rajmáninov: «El sonido de las campanas de las iglesias dominaba todas las ciudades de la Rusia que solía conocer: Novgorod, Moscú… Ese sonido acompaña a los rusos de la infancia a la tumba». Durante su estancia en Roma, en 1913, el músico escuchó las campanas de las iglesias ante el texto de un poema de Poe y eso le inspiró para componer Las campanas, una sinfonía para coro y orquesta. Años más tarde, Rajmáninov vivía en el exilio estadounidense y no las escuchaba, pese a que antes disfrutara de «los diferentes estados de ánimo y de la música de las campanas que repican alegremente y las que doblan lúgubremente». Esta ausencia le hacía creer que había perdido sus raíces, pues «el amor por las campanas es inherente a todo ruso».
La sinfonía es un recorrido por las etapas de la existencia humana: las campanas de plata, jubilosas y reflexivas, indican la infancia; las campanas de boda evocan el amor romántico y el matrimonio; las campanas de alarma son señales de las tensiones y temores de la vida, y las campanas de duelo marcan el final de la vida. Con todo, hay una diferencia de la música de Rajmáninov con el texto de Poe. Al final de la obra apunta un destello de esperanza, casi imperceptible. Es la apertura a la trascendencia que un músico ruso no puede dejar de contemplar.