Una maraña de comentarios sobre mascotas circulan en redes sociales en los últimos tiempos. Que ciudades como Oviedo tengan censados más perros que menores de 16 años no ayuda a los amantes de los animales a defender lo terapéuticos que son en la mayoría de las ocasiones. El uso de términos como «perrhijo» o la tan utilizada alusión al Whiskas como compañero del Lexatín critica —con razón, en ocasiones— la sustitución de la familia por un cánido al que acariciar en soledad con una botella de güisqui en la mano. No colaboran tampoco en el señalamiento a los animales campañas como la de Pacma el Día de la Mujer, que abogaba por un feminismo antiespecista, o el premio al animalista Singer, que acaricia cerdos mientras defiende en algunos supuestos el infanticido. Pero la realidad está llena de matices. Cierto es que se aboga en determinados círculos por elegir antes a un animal que a un bebé. Pero también hay perros como los de Aladina que ayudan a niños con cáncer. La terapia con delfines y caballos mejora problemas psíquicos en menores. Y los animales, criaturas de Dios, son arte y parte de la casa común. Solo hay que buscar el certero equilibrio entre el sentido común y las emociones.