El perdón de Dios - Alfa y Omega

El perdón de Dios

Martes de la 3ª semana de Cuaresma / Mateo 18, 21-35

Carlos Pérez Laporta
Foto: Cathopic.

Evangelio: Mateo 18, 21-35

En aquel tiempo, acercándose Pedro a Jesús le preguntó:

«Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?». Jesús le contesta:

«No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.

Por esto, se parece el reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus criados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El criado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo:

“Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo.”

Se compadeció el señor de aquel criado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el criado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: “Págame lo que me debes”.

El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo:

“Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré.”

Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.

Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo:

“¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?”. Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.

Lo mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si cada cual no perdona de corazón a su hermano».

Comentario

Todas nuestras críticas al prójimo y nuestras resistencias al perdón provienen de no vivir nosotros del perdón de Dios. Es posible que acudamos al perdón con frecuencia, pero es muy posible que al mismo tiempo no vivamos de ese mismo perdón recibido. La diferencia está en el peso que tenga el perdón que se nos ha dado. Porque no es infrecuente que los cristianos vivamos el perdón desde una perspectiva demasiado formal, demasiado ajena a la vida. Seguramente porque vivamos la moral en esa misma periferia de nuestra existencia, como algo completamente ajeno al fluir de la vida misma, con lo que debemos cumplir. Los pecados son pecados porque lo dicen las normas. Entonces perdón de la confesión resulta una formalidad realizada por costumbre o presión moral. De esa manera ni la moral ni el perdón alcanzan a ser nunca la verdad de nuestra vida. Nuestra vida corre por un lado y la relación con Cristo por otro.

Eso es exactamente lo que le sucede al siervo perdonado. No es consciente de haberse realmente jugado la vida en ese perdón. El perdón no ha alcanzado el meollo de su vida. Debía saber que era libre sencillamente porque el Rey le había perdonado; esa era la verdad de su vida y, sin embargo, ya lo ha olvidado.

El cristiano sólo podrá perdonar «de corazón a su hermano» y «hasta setenta veces siete» cuando vea que la verdad de su vida es el perdón de Dios. Es más verdad que el Señor ha muerto por nosotros que cualquier otra cosa que podamos llegar a saber o hacer. No hay verdad personal más profunda y certera que esa.