Cristianismo a la medida del hombre - Alfa y Omega

Cristianismo a la medida del hombre

Lunes de la 3ª semana de Cuaresma / Lucas 4, 24-30

Carlos Pérez Laporta
Jesús desenrolla el libro en la sinagoga. James Tissot. Museo de Brooklyn, Nueva York, Estados Unidos.

Evangelio: Lucas 4, 24-30

Habiendo llegado Jesús a Nazaret, le dijo al pueblo en la sinagoga:

«En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo. Puedo aseguraros que en Israel había muchas viudas en los días de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el sirio». Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo.

Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino.

Comentario

«En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo». Esto lo dijo Jesús de Israel, su gente, su familia, los que formaban su comunidad. Pero hoy nos lo dice a nosotros, pueblo de la Nueva Alianza. Los israelitas se habían habituado tanto a su religiosidad que eran incapaces de reconocer la novedad absoluta de Cristo; nada realmente nuevo podía nacer en Israel. Así nosotros nos hemos hecho tanto al cristianismo que quizá en no pocas ocasiones prescindimos de Cristo mismo. Nos aficionamos a una idea, a una manera de hacer, a un cristianismo a la medida del hombre. ¿Es Cristo, en persona, profeta para nosotros? Porque el cristianismo, con todas sus leyes y ritos, no tiene otra pretensión que la de ponernos ante Él. Si nos quedamos a medio camino, y no llegamos a Él, nos conformamos con la corrección de las costumbres y él cumplimientos de los ritos, estamos renunciando a su profecía y despreciando el inmenso don de su persona. Se trata de vivir un cristianismo a la medida del hombre-Dios. Cristo es siempre misterio novedoso, que hace todas las cosas nuevas dentro de la continuidad de la relación con Él. Cristo no prescinde de la religiosidad (la moral y las leyes), pero siempre la trasciende para llevarnos más allá de ella, hacia el Padre. Si Cristo no nos mueve permanentemente de lo que somos hacia Él, entonces nos estamos apropiando de su heredad.