El 3 de febrero tuve la gran alegría de participar en la ordenación episcopal del obispo Younan, de la diócesis sirocatólica de Mosul. La ceremonia tuvo lugar en la iglesia de Nuestra Señora de Tahira en Qaraqosh, que fue saqueada e incendiada durante la invasión de los yihadistas del Estado Islámico en la llanura de Nínive. Para la gente de Qaraqosh, destruir su iglesia fue como destruir su alma y su esperanza. Por eso quiero, en estas pocas líneas, testimoniar la alegría y el gozo que sentí en sus ojos, así como la esperanza que irradiaba en sus rostros.
La celebración comenzó con una gran procesión: mujeres y hombres ataviados con trajes típicos de todos los colores, niños con ramas cantando a toda voz, así como diáconos y subdiáconos entonando cánticos arameos y siriacos acompañados de sonoros platillos. Luego vinieron los sacerdotes y obispos ataviados con sus espléndidas vestiduras litúrgicas. El ordenante, rodeado de obispos, estaba cubierto con un velo ligero y bordado con hilos de oro según prevé la liturgia siríaca para la ordenación de un obispo, que representa a la Iglesia, esposa de Cristo.
Al entrar, dos obispos cogieron al ordenando de la mano y lo condujeron detrás del presbiterio, donde permaneció escondido durante toda la Misa, hasta el beso de la paz. Entonces los dos obispos fueron a buscarlo y comenzó la ordenación. Entre oraciones y cantos siríacos y arameos, el patriarca lo cubrió con su casulla mientras estaba de rodillas delante de él e invocó al Espíritu Santo. Al final de esta oración, el ordenando salió de debajo de la casulla del patriarca. Este gesto simboliza su nuevo nacimiento dentro de la Iglesia.
Luego, el patriarca y los obispos lo vistieron, prenda a prenda, acompañados de cantos. Llegó el momento de la instalación, también cargado de gestos simbólicos. Como cuando todos los obispos y el ordenando sujetaron en sus manos el báculo del patriarca para simbolizar la unidad con él y con toda la Iglesia. Finalmente cuatro sacerdotes de la diócesis se adelantaron portando la sede episcopal; después de invitarlo a sentarse allí, lo cargaron sobre sus hombros tres veces. Desde ahí, el nuevo obispo bendijo al pueblo de la que ya es su diócesis, entre aclamaciones, aplausos y aullidos de las mujeres.
Fue un momento de alegría, alegría y esperanza para una población que tanto ha sufrido. Es un nuevo nacimiento para esta Iglesia, una nueva luz que emerge de las profundidades de la noche que el Dáesh quiso imponer para siempre. Una nueva esperanza apareció en el corazón de este pequeño pueblo de Qaraqosh.