«Se contagió de los sueños de Orwell como si fueran sarampión», dijo una amiga de Eileen O’Shaughnessy, que en 1936 se casó con Eric Arthur Blair, más conocido como George Orwell. Eileen era una destacada graduada de Oxford, con un increíble don de gentes (caía bien a todo el mundo), y una carrera prometedora. Estaba a punto de concluir el programa superior en psicología educativa cuando dejó todo por irse a vivir con su marido a una casa de campo en Wallington.
Descubro con alegría la importancia que da a este dato Dorian Linskey en El ministerio de la verdad. Una biografía del 1984 de George Orwell (Capitán Swing). «Los dos eran reservados con sus emociones y tenían cierta tendencia a la melancolía, sazonada con un irónico sentido del humor y un espíritu generoso. Compartían la pasión por la naturaleza y la literatura, unos gustos frugales y una clara despreocupación por su salud y su apariencia: era raro verlos sin un cigarrillo en los labios. Ambos tenían fuertes principios y el valor para actuar acorde a ellos».
Unos años antes, Orwell había vivido una impactante experiencia como miembro de la Policía imperial en Birmania. Lo cuenta en su ensayo Un ahorcamiento. Uno de sus trabajos era vigilar las ejecuciones de pena de muerte. En una ocasión se fijó en que uno de los condenados, al que solo le quedaban unos minutos de vida, se molestaba para rodear un charco y no mancharse de barro. Con esa conciencia de la asombrosa dignidad del ser humano decidió ir a la España de la Guerra Civil. Eileen lo siguió.
En Recuerdos de la Guerra Civil española cuenta que se negó a disparar a un soldado del bando contrario cuando iba en retirada porque el hombre acababa de ir al baño y se le estaban cayendo los pantalones. Era un semejante. En Barcelona experimentará que aquella «solidaridad revolucionaria» se había evaporado y el partido comunista, plagado y controlado por agentes del NKVD, estaba dedicado a terminar con los anarquistas. «Espero tener la ocasión de escribir la verdad», dijo Orwell. Estuvo a punto de no hacerlo. Como era alto y no cabía en las trincheras, un francotirador le acertó cerca de la garganta: «Con la sangre manando, primero pensó en Eileen; luego sintió “una violenta rabia por tener que dejar este mundo, en el que, a pesar de todo, me encuentro muy bien”».