Sacerdote exiliado de Nicaragua: «Pagué a un coyote para salir del país»
Todos los que participaron de la oficina clandestina de derechos humanos del obispo Álvarez para hacer frente a los atropellos del régimen de Ortega están hoy en prisión o en el exilio, como el sacerdote Uriel Vallejos
La amabilidad con la que el padre Uriel Vallejos recibe a Alfa y Omega choca con su condición de prófugo de la justicia. Sobre él pesaba, supuestamente, una orden de captura internacional emitida por Nicaragua. «No te lo vas a creer, pero fue un bulo del Gobierno. Dijeron que habían pedido a la Interpol mi captura, pero un contacto dentro de la ONU me confirmó que el régimen de Ortega no había girado oficialmente ningún requerimiento contra mí», asegura el sacerdote, que ha recibido a este periódico en plena celebración del juicio en el que está encausado junto con Rolando Álvarez, obispo de Matagalpa. «A ambos nos acusan de conspiración para atentar contra la integridad nacional y propagación de noticias falsas en perjuicio del Estado».
El proceso judicial se empezó a cocinar tras la cruenta represión del Gobierno contra los jóvenes en 2018. En abril de aquel año, la sociedad salió a protestar por los recortes en las pensiones y por la deriva dictatorial y violenta del Ejecutivo de Daniel Ortega y Rosario Murillo. A las balas de los sandinistas —se produjeron 355 muertos según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos—, la Iglesia contestó «diciendo la verdad sobre lo que estaba ocurriendo y poniéndonos del lado del pueblo», dice el sacerdote, al que le solían grabar sin permiso las homilías para poder utilizarlas en su contra. Según cuenta, a la parroquia llegaban incluso militares vestidos de civiles a los que reconocía por las botas.
De esta forma, relata, empezaron a llegar fieles pidiendo ayuda: «A uno le habían encarcelado al hijo, a otro se lo habían matado, un tercero se había tenido que exiliar». Ante esta situación, Rolando Álvarez reunió a sus sacerdotes y les informó de que iba a abrir una oficina clandestina de derechos humanos —cuya existencia no se conocía hasta ahora— para atender a estas personas y denunciar sus casos. «En aquella reunión preguntó quién quería, libremente, participar y advirtió de que quien lo hiciera podría acabar en la cárcel o exiliado». Y así ha sido: todos los voluntarios, como el padre Uriel, están hoy en prisión o fuera del país.
6,8 millones
44,3 % de la población
Once, entre ellos siete sacerdotes y un obispo
La huida de Vallejos comenzó, paradójicamente, con un encierro a mediados del año pasado. Por aquel entonces, el sacerdote estaba encargado de la parroquia de la Divina Misericordia de Sébaco, que también cuenta con un colegio, una televisión y una radio. «Varias fuentes me habían dicho que iban a por mí, así que cuando el régimen cerró dos emisoras católicas en un extremo del país pensé que los siguientes íbamos a ser nosotros», explica. Las autoridades se presentaron en el templo el día 1 de agosto. «Venían cuatro personas para clausurar la radio. Querían entrar en el lugar donde estaban los equipos, pero me negué y, antes de irse, me advirtieron: “Aténgase a las consecuencias”». Un cuarto de hora después aparecieron seis policías con unas tenazas para reventar la puerta. «Nosotros habíamos tomado la precaución de cerrar todo con doble llave y nos recluimos en una sala», recuerda el sacerdote. Poco después, el padre Uriel pudo ver a través de las cámaras de seguridad al mismísimo subdirector general de la Policía de Nicaragua, Ramón Avellán, ingresar al edificio con 200 agentes. «Ahí me di cuenta de que no venían a por la radio, sino también a por mí», confiesa.
Temor por los sacerdotes
El asalto duró tres días: «Ellos se instalaron en la capilla y a nosotros nos cortaron la luz. Tampoco teníamos comida». El asedio solo terminó cuando intervinieron los obispos. «El presidente de la Conferencia Episcopal me dijo que el Gobierno me quería en la cárcel, pero Rolando Álvarez comenzó a negociar y consiguió que aceptaran que me fuera al seminario de Managua a cambio de mi silencio», continúa. El traslado, más propio de un terrorista peligroso, estuvo vigilado de cerca por los 200 policías que habían tomado parte en el allanamiento.
Pero la persecución no acabó ahí. En la puerta del centro se apostaron dos furgones policiales para que no pudiera salir del edificio. Una situación insostenible, por lo que Uriel Vallejos decidió exiliarse. «Pagué a un coyote, que me sacó del seminario en coche aprovechando el cambio de guardia», narra. El paso de la frontera, sin embargo, se produjo a pie: «Iba medio muerto. Llevaba varios días sin ver el sol, comiendo mal, y tuve que andar durante horas por el barro. Incluso me tuve que lanzar al río cuando nos sorprendió una patrulla del Ejército». Cuando llegó a Costa Rica, el sacerdote no respiró. «Ambos países están cerca y hay casos de personas que han sido secuestradas y devueltas a Nicaragua. Incluso se han producido asesinatos». La Iglesia de Costa Rica refugió a Vallejos hasta que este decidió irse más lejos. «No puedo callar la verdad, aunque tengo miedo de que por esta entrevista puedan torturar a los sacerdotes que están en la cárcel», concluye.
2012
- Como administrador del Seminario de Managua, Vallejos recibe presiones del Gobierno.
2014
- Como director de Cáritas Nicaragua destapa una red de corrupción que implica al Ejecutivo.
2018
- En abril, los jóvenes salen a la calle para protestar por la subida de las pensiones y la falta de libertad.
- Días después de comenzar las protestas, Vallejos intenta parar los disparos de la Policía en Sébaco.
- En mayo se inicia el diálogo nacional con la mediación de la Iglesia, a la que el Gobierno acusa de golpista.
- El 1 de agosto comienza el asalto contra la parroquia de Vallejos y el 19 Rolando Álvarez es detenido.
- La segunda semana de agosto Uriel sale hacia el exilio. Cruza la frontera a pie cubierto por el barro.
- El 19 de diciembre llega al país en el que reside ahora. Va a permanecer en él los tres próximos años.