En el comienzo de un nuevo año, volvamos a escuchar al Señor en lo más hondo de nuestro corazón cuando nos dice: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación» (Mc 16, 15). Estamos viviendo momentos nuevos en la humanidad; no somos una isla, sino que vemos que hay cambios profundos que están afectando a países como el nuestro, en los que el cristianismo arraigó de una manera muy honda. Fuimos evangelizadores con pasión y hoy es urgente recuperar esa pasión por evangelizar. Por fidelidad a Jesucristo y por convencimiento, tenemos necesidad de proponer a quienes nos encontremos en nuestro camino lo que para nosotros ha sido tan fundamental; hemos de anunciar al propio Jesucristo con obras y palabras.
Contemplemos a la comunidad que nace junto a Jesús, la comunidad apostólica, porque hay unos factores que son esenciales. El Señor escoge a los doce y la Iglesia nace también misionera: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación». Ser misioneros, ser apostólicos y evangelizar, nada tiene que ver con hacer proselitismo. La Iglesia deja de ser la Iglesia del Señor si olvidamos esta dimensión apostólica y evangelizadora. La misión es contagiar la vida y la presencia de Jesucristo entre los hombres, que nos llama a vivir de un modo absolutamente nuevo. Se trata de salir al encuentro de otros y alcanzar su corazón para que descubran la gran novedad que el Señor ha traído a este mundo haciéndose hombre como nosotros.
En estos momentos percibimos con claridad la llamada que el Señor nos hace a una «nueva evangelización». Como detallaba el Papa san Juan Pablo II, esta ha de ser nueva en «ardor», en «método» y en «expresión». Recordemos el ardor de los primeros cristianos, que les encendía el corazón para salir a todas las partes conocidas del mundo; un ardor que solamente se da en el encuentro con Jesucristo, que produce cambios en la vida y uno no puede guardar para sí mismo. Hay un deseo de que otros conozcan lo que acontece en nuestras vidas cuando nos encontramos con Él. Queremos irradiar esa luz y esa fuerza que vienen de Él. Así surge una Iglesia en salida, una Iglesia que contagia, en la que no hay tibios ni mediocres.
Hoy el Señor vuelve a decirnos: «Sígueme» (Mt 9, 9). Al levantarnos y seguirle, nos ponemos en movimiento; nos dirigimos hacia los otros y contagiamos por atracción con la mirada de Jesús y las acciones de Él.