Unos meses antes de casarme fue a un retiro de la Asociación de María Auxiliadora, de las ADMA. Allí pude descubrir la figura de María, su papel de madre, de entrega a Dios, de fe absoluta y de capacidad de sufrimiento ante todo lo que le pasó a su hijo. Reconozco que aquel retiro me marcó para siempre y me preparó (desde mis limitaciones) para la maternidad que me llegaría poco después.
Me venía todo esto a la cabeza mientras veía la imagen de María encinta, con sus manos en la tripita, cuidando a su bebé, a Jesús. Pensaba en el Adviento, en este tiempo de espera, la espera del embarazo de María, de sus vivencias, de su entrega Dios, del sí más grande, que un ser humano, como nosotros, le dio a Dios, sin miedo, pese a las consecuencias que pudiera tener.
Decía san Bernardo que todo es por María, porque ella tuvo a Jesús y desde Jesús llegamos a Dios. María es nuestra madre, llena de gracia y alegría, llena del amor incondicional e infinito de una madre, la que nos cubre con su manto y nos cuida, con la que compartimos la espera en Adviento, los desvelos en Semana Santa y la admiración y fe en Jesús cada día. Y es que «fue ella quien todo hizo», decía san Juan Bosco.
Pero estos días, pensaba también en esa madre joven e inexperta, en invierno y en un pesebre, en la enorme entrega de María a Dios. Y no podría evitar pensar en cuantas mujeres dan a luz a cada día en otros pesebres, en medio de una guerra, del frío, de la absoluta carencia, con complicaciones y sin medios y cuántas mueren por ello. La maternidad da continuidad a la humanidad, es la vida misma, pero aún no tiene un lugar esencial en nuestro plantea. Parece que aún no lo hemos entendido.
María se convirtió en la madre de todos y nos dejó un extraordinario ejemplo de maternidad. Tal vez no podamos ser como ella, aunque no debemos dejar de intentarlo. Pero sí podemos mirar a una madre necesitada como los posaderos miraron a la joven María a punto de dar a luz y hacerla un hueco, no en un pesebre, sino en nuestro corazón y en nuestro mundo para que pueda ser una madre feliz que ayuda y ve crecer con plenitud a su hijo.