El Colegio Calasancio cumple 100 años manteniendo su apuesta por la educación integral
Aún hablan con lengua de trapo, pero los alumnos más pequeños del Colegio Calasancio de Madrid, en Conde de Peñalver, saben perfectamente que san José de Calasanz nació en «¡Peralta de la Sal!» (Huesca), fue «sacerdoteee» a pesar de que en un primer momento no contó con la aprobación de su padre, e hizo escuelas «ratis» para los niños pobres. Estamos en una de las clases de Infantil el día en el que celebran por todo lo alto «el cumple de Calasanz», nos cuenta Nacho, que no llega a los 3 años. Es una ocasión grande porque, además del Día del Maestro, el centro celebra su centenario.
«Desde pequeñitos, el ideario se les va impregnando; a la vez que aprenden a rezar el Jesusito, el padrenuestro, también conocen la oración del patrón, A tu amparo y protección…». Lo cuenta Javier Rodríguez, director de Infantil y Primaria, que habla de un colegio que mantiene, a pesar del paso de los años, esa deseo del santo oscense de atender «a todos los niños, independientemente de su problemática».
Calasanz, que siendo ya sacerdote en Roma optó por la educación de los más desfavorecidos, creando las Escuelas Pías, está presente en un centro que abrió un aula TEA (trastornos del espectro autista) para 20 niños y que nació con una sección de gratuitos y un internado. Con la Educación General Básica del 75 desaparecieron, y las actuales leyes educativas lo han transformado en concertado, con aulas de 0-3 «para generar cantera», cuenta el director. «Son la joyita de la corona».
Si hay una palabra para definir el colegio es, según Rodríguez, familia. «Intentamos que toda la comunidad educativa sea familia». De hecho, cada vez son más los antiguos alumnos que llevan a sus hijos al cole porque «siguen confiando en lo que ellos vivieron». También hay quienes se involucran como profesores. El propio Javier Rodríguez es un ejemplo: entró en el colegio con 4 años y «aquí me he quedado; llevo 37 años en el Calasancio». El centro tiene actualmente 1.500 alumnos y cerca de 100 profesores y maestros. Una de ellas es Raquel, 35 años a sus espaldas de docencia, que revela la importancia de «la educación integral del alumno; aparte de educarlos, los formamos». Y, en esto, «la labor en Infantil es lo más importante, algo que aquí se cuida mucho».
Una de las profesoras más jóvenes es Ana, también antigua alumna y para quien «ser profesora de mi cole era la ilusión de mi vida». Hace siete años entró de prácticas y ahí sigue, velando por que sus alumnos de Primaria se sientan parte de algo grande. «Al final en el colegio hay un ambiente de pertenencia a algo».
Un colegio «puntero»
El Colegio Calasancio nació en el año 1922 en los arrabales del Madrid de entonces, una zona donde había más espacios para el deporte y la expansión de los niños que en el colegio escolapio de la calle Hortaleza —la actual iglesia de San Antón es lo que queda del centro de entonces—. Allí se trasladó una pequeña comunidad de padres escolapios.
Al cabo de los años, siete de ellos serían martirizados por odio a la fe (fueron asesinados 47 escolapios en total por este motivo) tras el asalto al colegio el día 20 de julio de 1936. Durante la guerra civil sirvió de cárcel para hombres, y ese fue el germen de la cofradía del Divino Cautivo. Los presos prometieron que, si salían vivos al terminar la contienda, harían una imagen de un Jesús preso. Se la encargaron a Mariano Benlliure, quien por cierto contó que era agnóstico pero se convirtió modelando la madera para dar forma a Cristo.
El inmueble quedó totalmente devastado tras la guerra. Los trabajos de rehabilitación culminaron en 1945, cuando el colegio volvió a abrirse de nuevo. Fueron décadas de crecimiento que marcaron generaciones de niños madrileños. Uno de ellos fue Luis López, que entró en el año 1953, con 9 años, y estuvo allí hasta 1961. Ahora, a sus 78 años, recuerda aquellos ocho que pasó en el Calasancio.
«Fui muy feliz», asegura, a la vez que muestra sus impresiones sobre los tres objetivos que se trabajaban en el centro: la formación integral, «religiosa, cultural y académica»; el aspecto deportivo, «el Pilar y nosotros éramos punteros, llegamos a ser, yo entre ellos, campeones de España en gimnasia predeportiva» —Emilio Butragueño, entre otros, fue también antiguo alumno—; y la «atención a los más pobres». Luis recuerda a los «muchísimos alumnos» vulnerables que cursaban allí sus clases, «en un aula muy grande que por la tarde era la de los castigados», bromea. Esto se complementaba con visitas los domingos a los barrios más deprimidos de Madrid: Orcasitas, El Pozo del Tío Raimundo…
Había también en el colegio una escolanía de la que este antiguo alumno formaba parte, «y nuestro organista, que era el de la parroquia de la Milagrosa, fue el que tocó la Misa de inauguración del Valle de los Caídos». «Sí, el señor Ríos», rememora. Reconoce también que se emociona especialmente cada vez que pasa por delante de la fachada del colegio y mira a Nuestra Señora de los Escolapios, una imagen de Juan de Ávalos. «Me encanta ver a la Virgen; me acuerdo mucho de cuando se inauguró, que hubo una Misa».
Una fiesta en un centro en el que «había mucho compañerismo» y del que ha extraído grandes enseñanzas para su vida adulta. «Sigo siendo creyente, aunque aún rezo el padrenuestro antiguo», ríe. Además, «me ha servido para poder educar a mis hijos; siempre les he puesto como ejemplo lo que me enseñaron, los valores que me inculcaron. Y también me ha ayudado mucho como esposo». Por eso, haber estado esos ocho años con los escolapios «se lo agradecí mucho a mis padres, porque hicieron un sacrificio grande».
Luis no ha perdido el contacto con el colegio. Cuando cumplieron los 50 años de promoción se reunieron para celebrarlo. «Nos juntamos más de 40; menos uno que ya había fallecido, ¡el resto vivos! Nos dio mucha alegría». Quedaron en el centro y un padre escolapio los acompañó, «nos sentamos en las mesas de las clases, paseamos…». Y terminaron con una comida en el Centro Riojano. «Lo pasamos muy bien».
Los referentes se mantienen
Francisco Javier Molina (en la imagen inferior, a la izquierda), padre escolapio representante de la titularidad del centro, afirma que «el cole mantiene sus referentes». Académicamente, tratan de «desarrollar las competencias de los alumnos, y en ese sentido somos exigentes», pero también «nos preocupamos por la educación de la persona en cuanto a principios, búsqueda, despertamos valores como saber convivir, capacidad de pedir perdón, y tratamos de seguir evangelizando». En este sentido, puntualiza «que el anuncio del Evangelio no es fácil, pero nunca lo ha sido. ¿Qué nos toca hacer a nosotros? Sembrar».
Le preguntamos cómo se imagina el colegio dentro de otros 100 años. Sonríe. «¡Espero verlo desde el cielo si el Señor tiene misericordia de mí!». Sueña, sí, con que «siga conservando el espíritu de Calasanz: que los niños que lo necesiten tengan a alguien que les facilite la educación integral, les ayude a ser personas, a crecer intelectualmente y a buscar a Dios, siendo capaces de llegar a los últimos».
El escolapio traslada al hilo de esto las palabras que les dijo el arzobispo de Madrid, cardenal Carlos Osoro, en la Eucaristía con la que se celebraba el centenario del colegio, el pasado viernes, 25 de noviembre: «Que seamos firmes en momentos de emergencia educativa, como el Papa nos pide, y que continuemos, desde la orden y desde el colegio, la obra de educación y de evangelización de Calasanz». Un mensaje «cercano y familiar», señala, para quienes «mantenemos ese espíritu afianzados en Jesús y, sobre todo, entregándonos con generosidad a los niños».