Los soldados ucranianos que se curan en España
CaixaBank, el convento de Santa Clara y Mensajeros de la Paz organizaron un convoy solidario a Ucrania y volvieron con heridos de guerra. Una exposición recoge esta labor
Cuando aquel día Raúl Marqueta, director de Acción Social de CaixaBank y presidente de la Asociación de Voluntarios del banco, entró en el hospital de Leópolis, lo que vio, según confiesa a Alfa y Omega, le dejó absolutamente roto. «Yo tengo un hijo de 21 años y al entrar al centro médico —junto a sor Lucía Caram, de la Fundación Convento de Santa Clara, y el padre Ángel, de Mensajeros de la Paz— me encontré a un montón de heridos de guerra que tenían la misma edad que él. Eran niños de 20 años con unas amputaciones gravísimas en piernas y brazos».
Aquella dura imagen impactó de tal modo en el corazón de los tres visitantes, que se decidieron a hacer algo. «Pensamos en la posibilidad de llevarlos a España para que se les pudiera practicar aquí una cirugía reconstructiva». Dicho y hecho. El viaje se hizo realidad el 23 de mayo. Pero el grupo de soldados no vino solo. «También trajimos a varios enfermos oncológicos, fundamentalmente personas mayores, que había tenido que dejar los tratamientos en origen. Ya no lo podían hacer en su país a causa de la guerra y ahora están siguiendo su proceso médico aquí», revela Marqueta.
La solidaridad de los voluntarios de CaixaBank, el convento de Santa Clara y Mensajeros empezó, sin embargo, mucho antes, tan solo una semana después de aquel 24 de febrero cuando Putin trató de invadir Ucrania. «Teníamos claro que debíamos volcarnos para ayudar en esta situación. Pero veíamos que había mucha gente, incluso particulares, que se iba hasta la frontera para trasladar refugiados, y nosotros no queríamos eso. No buscábamos una recogida, sino una acogida. Estábamos preocupados por darles un futuro a estas personas una vez que estuvieran aquí».
Así, el trío de entidades organizó un convoy en dos semanas, compuesto por diez autobuses, dos grupos de voluntarios y cuatro traductores, y recorrieron los cerca de 3.000 kilómetros que separan nuestro país de Ucrania. En paralelo, buscaron un alojamiento para cada una de las personas que iban a traer. De entre todas ellas, el director recuerda a una madre y su hija con parálisis cerebral. «Nadie las quería llevar por todas las complicaciones del viaje. Nosotros no las podíamos dejar allí; las subimos al convoy y organizamos la acogida en una residencia de Sevilla de Mensajeros de la Paz». El resto de refugiados recalaron en otras plazas de la entidad fundada por el padre Ángel, en los alojamientos de la fundación dirigida por sor Lucía e incluso en las casas de los empleados del banco que se ofrecieron.
En su visita a Leópolis, Marqueta, Caram y García también se encontraron con el general Andriy, que les habló de la necesidad de conseguir ambulancias. «El problema es que estos vehículos no son respetados, son objetivos de guerra, y suelen durar un mes». La estrategia es macabra: «Si disparas a una ambulancia, evitas que pueda evacuar a los heridos. Sube la presión sobre la población civil y, por tanto, las rendiciones son más fáciles», explica el directivo de CaixaBank.
De esta forma, el equipo se puso manos a la obra y encontró un proveedor que les ofrecía 30 ambulancias a un precio de 15.000 euros cada una. Así nació el reto 30×15, para conseguir los fondos con los que sufragar ese gasto. «Pero la solidaridad de los españoles fue tal que superamos ampliamente esas cifras y pudimos, finalmente, mandar 75 de estos vehículos». Atendiendo a la estadística, que dice que antes de ser atacada una ambulancia puede salvar a 100 personas, la iniciativa logró librar de la muerte a unas 7.500 personas.
Ahora la labor sigue desde Madrid, donde la entidad bancaria, y su asociación, han inaugurado una exposición fotográfica, 3.000 km y una puerta abierta, situada en la sede del banco en Colón, en la que la fotoperiodista Ana Palacio ha documentado todo este periplo. «Se trata de un homenaje a todas las personas implicadas en esta acción, pero también queremos que sirva de revulsivo para otros y como recordatorio de que es un conflicto todavía vivo. No nos podemos olvidar de él», pide Marqueta.