Los centros de escucha cumplen diez años sanando heridas - Alfa y Omega

Los centros de escucha cumplen diez años sanando heridas

Voluntarios formados en la escucha activa atienden, desde parroquias abiertas a los barrios de Madrid, a personas con situaciones difíciles que muchas veces no tienen a quién contar

Begoña Aragoneses
Para que el proceso sea efectivo se necesitan entre 20 y 24 sesiones de escucha activa. Foto: Freepik.

Cuando José Cobo, actual obispo auxiliar de Madrid, era párroco de San Alfonso María de Ligorio, detectó que había mucha gente que se acercaba a la parroquia sencilla y llanamente para ser escuchados, sin pretender una confesión, «ni siquiera un acompañamiento espiritual». Y esto, se dijo, era algo «que tienen que hacer los laicos», porque «la escucha y el acompañamiento no es propiedad de los curas». En convenio con los camilos y con Cáritas, comenzaron a formar a «gente que escuche a otra gente» en un proceso continuado y siguiendo unas técnicas de escucha activa. «No es directiva —puntualiza—; se trata de ayudar a que la propia persona vaya poniéndose pautas para ir asumiendo las heridas que tiene».

En noviembre de 2012, hace ahora diez años, arrancó el centro de escucha de San Alfonso, con 15 personas voluntarias ya formadas. Rápidamente comenzaron a llegar los casos, fundamentalmente por el «boca a boca», y se superaron las expectativas. «Al principio acudía gente que había asistido a algún funeral y estaba más atrancada en el duelo», dice Cobo, pero en realidad el perfil es muy variado. Personas del barrio «que viven solas o soportando una soledad bastante insoportable», gente con problemas familiares no resueltos, para quienes su familia es un «drama» en sí misma; madres cuyos hijos se han separado y le da pudor hablarlo con sus amistades… «Hay mucha herida que no tienen a quién contarla».

Los centros nacieron con vocación arciprestal y, por eso, «lo bueno es que penetran en todo el barrio y no solo en los fieles de la parroquia». De hecho, acogen a personas alejadas; Cobo los define como «un portillo que tiene la Iglesia para asomarse a la gente no creyente» —desde el centro hay quienes se han abierto «a la experiencia de Dios». Por esta razón, el centro de escucha tiene un acceso diferente al del templo, y en él se cuida la decoración con un ambiente cálido e íntimo que favorezca la comunicación. El obispo remarca, «leyendo la realidad de nuestro tiempo», la imperiosa necesidad de que «la parroquia sea una casa abierta a todos» y que los vecinos sepan que es un «centro de sanación de heridas», en la línea de esa Iglesia hospital de campaña a la que se refiere el Papa Francisco.

2012

En este año arrancaron a la par los centro de San Alfonso María de Ligorio y San Millán y San Cayetano, y ahora hay cerca de una quincena

Los grupos de voluntarios de la escucha tienen reuniones quincenales para el seguimiento de los casos, y cada uno ha de ser «testado por un psicólogo para garantizar que no hay ninguna herida que necesite tratamiento terapéutico superior». En ese caso, se deriva a recursos especializados. El convenio con los camilos y Cáritas se ha replicado en la mayoría de los centros de escucha que desde 2012 han nacido en Madrid, una quincena en la actualidad y algunos más en proceso de puesta en marcha. Uno de ellos es el de San Millán y San Cayetano, que surgió a la par y muy de la mano del de San Alfonso. El párroco, el colaborado de Alfa y Omega Santos Urías, hace balance de estos diez años: «Es muy positivo. Cambia la mirada sobre la forma de hacer pastoral, más centrada en la persona, y provoca comunidades más atentas y vivas». Durante este tiempo han sido atendidas unas 20 personas al año por entre siete y ocho voluntarios. Para que el proceso sea efectivo, se pautan de 20 a 24 sesiones, una a la semana, en las que poco a poco se van generando vínculos, fundamentales para ir avanzando. «Es un espacio libre de juicios en el que se intenta dar herramientas para que la persona descubra que en sí misma tiene las respuestas a su situación». Entre los asistentes suele haber algo más de mujeres que de hombres, y las edades rondan los 50 años. En pandemia se hicieron las escuchas de forma telefónica y, en casos de imposibilidad, el voluntario va a la casa.

Urías ha ampliado en los últimos años la escucha a niños y adolescentes. Surgió por la demanda de los propios chavales. En el colegio donde lleva la pastoral hay quien le pide confesarse, pero también otros que, muchas veces sin ser creyentes e incluso sin estar bautizados, le solicitan charlar tranquilamente. Le cuentan desde preocupaciones propias de la edad —las chicas, por ejemplo—, hasta «situaciones de mucha densidad», de duelo, rupturas familiares… En total, unos 40 alumnos para quienes es importante «que con el que hablan no los evalúe».