Así construye la Iglesia puentes de paz en África - Alfa y Omega

Así construye la Iglesia puentes de paz en África

Desde el acuerdo que hace 30 años puso fin a la guerra en Mozambique hasta la resolución del golpe de Estado en Burkina Faso hace unos días, la Comunidad de Sant’Egidio y la Iglesia local son claves para la estabilidad en el continente

María Martínez López
Los líderes del Gobierno y la guerrilla de Mozambique al firmar la paz en 1992, en presencia del obispo Gonçalves; Mario Rafaelli, representante de Italia, y Andrea Riccardi, fundador de Sant’Egidio. Foto: Sant’Egidio.

Después del golpe de Estado del 30 de septiembre en Burkina Faso, el segundo en un año, durante dos días se habló de guerra civil. Las aguas volvieron a su cauce cuando el 2 de octubre los líderes tradicionales y religiosos anunciaron que, por su mediación, «el presidente, Paul-Henry Sandaogo Damiba, propuso —él mismo— su dimisión para evitar enfrentamientos». Damiba tomó el poder en enero tras derrocar a Roch Kaboré, apelando a su
inacción ante el yihadismo. Ocho meses después ha sido derrocado con la misma acusación.

Paul Dah, portavoz de la conferencia episcopal, explica a Alfa y Omega que el grupo de líderes religiosos tomó forma cuando el arzobispo de Uagadugú, el cardenal Philippe Ouédraogo, «inició una serie de encuentros informales de consulta» sobre los graves desafíos de Burkina con personalidades como los presidentes de las federaciones islámica y evangélica y el monarca del pueblo mossi. Ya intervinieron en el golpe de enero. En esta ocasión, han mantenido conversaciones telefónicas con Damiba y con Taoré. «Jugaron el papel de amortiguador, negociando para reducir la tensión y evitar una escalada de violencia».

Taoré, nuevo presidente de Burkina, llega el 8 de octubre al funeral por soldados muertos en un atentado. Foto: AFP / Issouf Sanogo.

Es solo el último caso en el que la Iglesia ha sido artesana de paz en África. El 4 de octubre se cumplieron 30 años de uno de los más acuerdos más célebres: la firma que, gracias a la mediación de la Comunidad de Sant’Egidio, puso fin a 17 años de guerra civil en Mozambique. La construcción de la paz ha estado siempre presente en el ADN de Sant’Egidio, con los encuentros internacionales de diálogo y oración por la paz que arrancaron en 1986. La próxima edición, con el tema El grito de la paz, se celebrará en Roma del 23 al 25 de octubre. Pero Mozambique fue su primera vez sobre el terreno, después de que sus grupos locales fueran testigos directos de «los efectos de la violencia en los pobres», explica Mauro Garofalo, responsable de Relaciones Internacionales de la comunidad.

Así nació el método de Sant’Egidio, basado en la relación personal y en la confianza. Nunca se invitan a una negociación, sino que «a través de amistades nos piden que intervengamos». Así, al sentarse a negociar, «existe la conciencia de que allí todos se toman la paz en serio». Y de que desde Sant’Egidio «no llegamos con un acuerdo preestablecido o una agenda forzada, sino que priorizamos la escucha». La confianza y la paz necesitan tiempo, y no les importa hacer todos los viajes necesarios.

Formación de grupos opositores sursudaneses sobre la verificación de los acuerdos de paz, en junio. Foto: CTSAMVM.

Ante los nuevos problemas en Mozambique por la expansión del yihadismo en Cabo Delgado, además de atender a los desplazados están intentando promover el diálogo religioso. Consideran necesario también abordar por qué el yihadismo atrae a los jóvenes. Todo ello lleva a Garofalo a reflexionar sobre cómo «construir la paz hoy es diferente a hace 30 años». Ya no se trata solo de mediar entre Gobierno y rebeldes. «Hay situaciones más fragmentadas, con diversos actores» y factores como la frustración social o conflictos étnicos. Eso obliga a buscar nuevas fórmulas para aplicar los mismos principios.

De la mano de la Iglesia local

Después de Mozambique llegaron Burundi, Casamanza (Senegal), Níger, Chad… Actualmente, una de sus prioridades es Sudán del Sur, donde trabajan para que se integren en el proceso de paz los grupos rebeldes que no firmaron en 2018 el Acuerdo Revitalizado de Paz que puso fin a la guerra civil de 2013 en el país más joven del mundo. Desde enero de 2020 han celebrado siete encuentros a alto nivel —incluso con el presidente—, en los que se ha acordado un cese de hostilidades y temas para el diálogo.

En junio, Sant’Egidio organizó la formación para que algunos de estos grupos se integren en el sistema de verificación de los pactos. «Es un paso adelante crítico y un signo» de su compromiso, celebra Garofalo. En cuanto a la implementación del acuerdo de 2018, reconoce dificultades, sobre las que alertó la ONU este verano. Pero prefiere fijarse en los «importantes avances», como que al mismo tiempo se haya graduado la primera promoción de miembros de las Fuerzas de Seguridad unificadas.

Aguirre y el cardenal Nzapalainga, con soldados de la ONU en Bangassou en 2017. Foto: Juan José Aguirre.

En todos estos países, Sant’Egidio va de la mano de la Iglesia local, mucho más influyente sobre el terreno. Es así también en la República Centroafricana, que desde 2013 sufre un conflicto interno entre las autoridades y varios señores de la guerra que en los últimos años, afortunadamente, ha reducido su intensidad. Fueron los obispos y los líderes musulmanes los que, en los peores tiempos, se implicaron directamente para evitar que degenerara en enfrentamientos religiosos. Gestos como ver a Juan José Aguirre, obispo de Bangassou, hacer de escudo humano ante una mezquita o acoger a desplazados musulmanes desactivaron esta amenaza.

Años después siguen dando fruto. El presidente, Faustin-Archange Touadéra, «nos lo sigue agradeciendo», relata Aguirre. De hecho, cada comienzo de año los recibe a solas y los escucha «sin límite de tiempo y con cuaderno y bolígrafo». La voz de la Iglesia tiene peso. Y quedó demostrado una vez más hace unas semanas, cuando «fue la primera» en rechazar que se creara una comisión para reformar la Constitución y prolongar el mandato presidencial. Fue un golpe duro, que junto con el rechazo de la ONU y del Tribunal Supremo, obligó a Touadéra a abandonar el proyecto.