Juan Pablo I ya es beato
El Papa Francisco le ha pedido en su homilía que nos procure a todos «la sonrisa del alma»
A las 10:37 horas, el Papa Francisco ha pronunciado la fórmula con la que Juan Pablo I, Albino Luciani, ha subido a los altares como beato. A continuación, se ha descubierto el tapiz con su rostro, una obra del artista chino Yan Zhang que se titula «El Papa de la sonrisa».
Juan Pablo I es beato por su intercesión en la curación milagrosa de la joven argentina Candela Giarda. En 2011, la niña se encontraba al borde de la muerte por una encefalopatía grave acompañada de un choque septicémico y una neumonía que había contraído en el hospital. Los médicos no creían que viviría muchas horas más, así que su madre pidió a un sacerdote que acudiera a los pies de su cama. Allí, el padre Dabusti invitó a la madre de Candela, Roxana, a rezar a Juan Pablo I. La mujer no conocía nada de la historia de Albino Luciani. El sacerdote ha declarado no saber por qué en ese momento le vino a la mente la idea de rezar al ahora beato. El hecho es que Candela salió de peligro y se curó inexplicablemente porque estaba desahuciada. La ahora joven tenía pensado acudir a Roma para la beatificación, pero unos días antes se fracturó un pie y el médico le prohibió viajar.
El comienzo de la ceremonia de este domingo ha estado marcado por una constante lluvia que comenzaba a caer pasadas las 10 y que ha alfombrado de paraguas la plaza de San Pedro. Tras la homilía del Papa, la lluvia ha cesado.
«Decisiones que comprometen la totalidad de la existencia»
Francisco ha reflexionado sobre la lectura evangélica del domingo para preguntar qué motiva a cada uno a seguir a Jesús, porque algunas de nuestras razones pueden ser «mundanas»: «Detrás de una perfecta apariencia religiosa se puede esconder la mera satisfacción de las propias necesidades, la búsqueda del prestigio personal, el deseo de tener una posición, de tener las cosas bajo control, el ansia de ocupar espacios y obtener privilegios y la aspiración de recibir reconocimientos, entre otras cosas. Se puede llegar a instrumentalizar a Dios para obtener todo esto. Pero no es el estilo de Jesús. Y no puede ser el estilo del discípulo y de la Iglesia».
El estilo del discípulo y el de la Iglesia es el de cargar con la cruz y hacer de la vida un don, «decisiones que comprometen la totalidad de la existencia; por eso Jesús desea que el discípulo no anteponga nada a este amor, ni siquiera los afectos más entrañables y los bienes más grandes».
Esto, ha dicho Francisco, solo se consigue mirando al Crucificado: «Porque, como dijo también Juan Pablo I, si quieres besar a Jesús crucificado “no puedes por menos de inclinarte hacia la cruz y dejar que te pinchen algunas espinas de la corona que lleva en la cabeza el Señor”».
Una Iglesia de rostro sonriente, como Juan Pablo I
Por ello, el Papa en esta homilía ha invitado «a amar hasta el extremo», «a no vivir a medias» y a seguir el ejemplo del nuevo beato «con la alegría del Evangelio, sin concesiones, amando hasta el extremo»: «Él encarnó la pobreza del discípulo, que no implica solo desprenderse de los bienes materiales, sino sobre todo vencer la tentación de poner el propio “yo” en el centro y buscar la propia gloria. Por el contrario, siguiendo el ejemplo de Jesús, fue un pastor apacible y humilde. Se consideraba a sí mismo como el polvo sobre el cual Dios se había dignado escribir».
Francisco ha concluido su homilía evocando la sonrisa de Juan Pablo I, aquella con la que «logró transmitir la bondad del Señor». El Papa ha deseado que la Iglesia sea como el nuevo beato, «con el rostro alegre, con el rostro sereno, con el rostro sonriente, una Iglesia que nunca cierra las puertas, que no endurece los corazones, que no se queja ni alberga resentimientos, que no está enfadada ni es impaciente, que no se presenta de modo áspero ni sufre por la nostalgia del pasado». Y, sobre todo, ha pedido a Juan Pablo I que nos procure a todos «la sonrisa del alma».
Paz para Ucrania
Antes concluir la celebración, el Pontífice ha dirigido el rezo del ángelus. Francisco, una vez más, ha implorado a la Virgen María paz para todo el mundo, «especialmente en la martirizada Ucrania». Tras impartir la bendición, ha saludado a alguno de los cardenales presentes en la ceremonia, entre ellos, el cardenal Cañizares y el cardenal Omella. Después, no ha querido despedirse de los peregrinos sin recorrer durante unos minutos la plaza de San Pedro en papamóvil. A esa hora, las 12.00 de la mañana, ya lucía el sol de nuevo en Roma.