La memoria que da frutos
Son los propios mayores quienes nos recuerdan que hubo un tiempo en el que los españoles decidimos caminar juntos
Este domingo, 24 de julio, a las puertas de la fiesta de san Joaquín y santa Ana —los abuelos de Jesús—, la Iglesia celebra la II Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores. Instituida por el Papa Francisco, es una ocasión extraordinaria para recordar que «la ancianidad no es un tiempo inútil en el que nos hacemos a un lado», sino que «es una estación para seguir dando frutos».
Como recoge el mensaje del Pontífice para este día, en nuestra «cultura del descarte» conviven la tentación de «exorcizar la vejez escondiendo las arrugas y fingiendo que somos siempre jóvenes» con la de vivir «sin ilusión», resignados. Pero la «larga vida» es «una bendición», asevera, y «los ancianos no son parias de los que hay que tomar distancia», sino verdaderos «signos vivientes de la bondad de Dios que concede vida en abundancia».
En primera persona, a sus 85 años de edad, Francisco alienta a llevar «una ancianidad activa», con una especial preocupación por la relación con Dios y con los demás, y así a ser partícipes de la «revolución de la ternura». Igual que en otras ocasiones, subraya que no nos salvaremos solos y que no hay realización posible en el enfrentamiento, incidiendo en que los mayores supieron hacerse cargo de los demás y en que deben «ser maestros de una forma de vivir pacífica y atenta con los más débiles».
Esta llamada de Francisco a limar asperezas, a reconocer en el otro a un hermano, resuena especialmente hoy en España, donde parte de la sociedad se ha instalado en una dialéctica de «estás conmigo o en mi contra». Frente al empeño de reabrir heridas del pasado y reescribir la historia, son los propios mayores quienes nos recuerdan que hubo un tiempo en el que los españoles decidimos caminar juntos. No se trata de idealizar o edulcorar aquel momento, sino de entender la apuesta que se hizo entonces por la paz y la libertad. Esta es la memoria que da frutos.