El Cristo de Curzio Malaparte
Vanidoso, adherido primero al fascismo y después al comunismo, este periodista italiano se convirtió a la fe católica agarrado a un jesuita en una clínica de Roma
El 19 de julio de 1957 fallecía de un cáncer pulmonar el escritor y periodista Curzio Malaparte. Sobre el autor de Técnica del golpe de Estado, Kaputt y La piel se han vertido muchas críticas, que resaltan el activismo frenético que le llevó de apoyar el fascismo de Mussolini a adherirse en la posguerra al comunismo de Togliatti. De hecho, encontraba analogías entre fascistas y antifascistas, por lo que no es verosímil que el escritor se identificase, más allá de las apariencias externas, con esos credos. Su aventura vital fue la literatura, ejercida a la sombra de un periodismo que le llevó a ser testigo de las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial. A Malaparte le calificaron de «esnob camaleónico» y le achacaron una desmesurada vanidad. Con estos antecedentes, las noticias sobre su conversión a la fe católica en una clínica romana nunca fueron unánimemente aceptadas, ni el testimonio del jesuita Virginio Rotondi, que estuvo a su lado. Por el contrario, aquella agonía fue presentada por algunos medios como una lucha entre católicos y comunistas para apoderarse de su alma. El propio Togliatti visitó a Malaparte en esos días y le entregó el carné del Partido Comunista.
El testimonio del padre Rotondi habla de un Malaparte bautizado por una religiosa enfermera en una noche en que se agravó el estado del paciente, así como de su posterior confesión y comunión. Narra también la promesa de escribir una vida de Cristo si lograba sobrevivir, la aceptación de su sufrimiento y la petición de un crucifijo que sujetará en el momento de su muerte con sus manos. Unas manos que durante horas se aferraron a las de Rotondi, mientras ambos repetían una oración. Suena todo demasiado edificante e increíble para quien conozca la biografía de Malaparte, agnóstico y comprometido oficialmente con revoluciones de distinto signo, y visitante en 1956 de la China de Mao, que alabó con entusiasmo. Sin embargo, hay un detalle que me ha llamado la atención en el testimonio de Rotondi: en sus conversaciones con el escritor no habló de Dios, sino de Cristo. Este fue probablemente el resquicio para llevar a Malaparte a la fe católica. Quien muestra compasión hacia el sufrimiento humano, tiene la capacidad de acercarse a Cristo. El escritor se interesó por Cristo a partir de su experiencia del sufrimiento de los otros. Dos ejemplos de su obra nos servirán para reflexionar.
En Kapput, Malaparte narra su experiencia como corresponsal de guerra y pone el acento en la crueldad de las fuerzas hitlerianas que, según él, actúan llevadas por el miedo cuando imponen una violencia indiscriminada sobre los civiles. Además, relata su experiencia en ambientes diplomáticos, como en Finlandia, donde expresa su disconformidad con la actitud del escritor Agustín de Foxá, miembro de la embajada española. Le desagrada que Foxá diga a unos militares finlandeses que no abran fuego contra unos soldados soviéticos porque aquel día es Viernes Santo. A Malaparte le parece una frivolidad por parte de alguien que se confiesa profundamente católico. Llega a decir que al español le preocupa más el alma que el cuerpo, la sangre y los sufrimientos de la gente. Le califica de teatral, irónico y cínico, hasta el extremo de afirmar que «su imagen de Dios es una desleída proyección de sí mismo, de su clase». Según Malaparte, Foxá profesa una centralidad excluyente de Dios en la que no hay lugar para Cristo. En cambio, el escritor italiano, no bautizado, relaciona a Cristo con el hombre y su destino: «Su humanidad queda desnuda y clara en la piel de los inocentes humillados y arrasados por la guerra». Le importa el Cristo humano, el Cristo sufriente, y adopta un cristianismo elemental en el que el hombre es una criatura digna de piedad, una imagen de Cristo.
En 1951 Malaparte es director y guionista de una película, El Cristo prohibido, una historia de posguerra en la que Bruno, excombatiente del frente ruso, regresa a su pueblo de la Toscana. Allí se entera de que su hermano fue fusilado por los alemanes por la delación de un vecino. Nadie del pueblo quiere darle su nombre para evitar una espiral de venganzas. El rencor de Bruno se agrava hasta el extremo, y un carpintero, Antonio, un hombre querido y respetado, le confiesa que él fue el delator. Bruno llega entonces al homicidio, pero Antonio, antes de morir, le dice que su confesión es falsa. Más tarde, Bruno descubre al verdadero culpable, aunque no le hará nada porque un inocente ha pagado por él. Unas palabras del carpintero explican el título del filme: «Cristo está prohibido porque está prohibido salvar a los hombres, sufrir por ellos, morir por ellos. La sola idea del sacrificio da miedo».
Dos ejemplos para mostrar a un Malaparte buscador de Cristo, aunque algunos hayan querido prohibir también a este Malaparte.
Nacido en Prato, en la Toscana italiana, en 1898, fue periodista, dramaturgo, novelista y diplomático. Su nombre originario era Kurt Erich Suckert, pero eligió para firmar sus obras Malaparte, que significa literalmente de mal lugar y hace un guiño a Napoleón Bonaparte. Su obra literaria es una de las más representativas de la Italia del siglo XX.