Buscando a Dios en el desierto interior - Alfa y Omega

Buscando a Dios en el desierto interior

Se cumplen 50 años de la muerte del periodista italiano Dino Buzzati, autor de la aclamada novela El desierto de los tártaros, «crónica de una espera sin esperanza»

Antonio R. Rubio Plo
Buzzati retratado en el estudio de su casa de Milán, en los años 60. Foto: Mondadori Portfolio / Archivio Giorgio Lotti / Giorgio Lotti.

El 28 de enero de 1972, hace 50 años, fallecía en la clínica La Madonnina de Milán Dino Buzzati, un nombre de referencia en el periodismo italiano, vinculado al Corriere della Sera. Hombre polifacético, cultivador del arte, la música y la literatura, Buzzati siempre será recordado por su novela El desierto de los tártaros. Una historia de alto valor simbólico, ejemplo de la llamada literatura de la espera, con paralelismos con El castillo de Kafka y Esperando a Godot de Beckett. Su protagonista es el oficial Giovanni Drogo, custodio de una fortaleza sobre la que acecha una amenaza, la de los tártaros, presente de forma obsesiva pero que nunca se materializa en el tiempo. El resultado es la angustia, la tristeza y la resignación, con las que la vida se paraliza por un acontecimiento nunca sucedido, y que, si sucediera, pillaría a los que aguardan sin tono vital para reaccionar. El desierto de los tártaros es la crónica de una espera sin esperanza, en la que la seguridad es más valiosa que la libertad, pues la libertad supone un riesgo, aunque el miedo evita asumirlo. La vida se transforma en una frustración, en un desierto interior sin expectativas. Como escribía Borges, el héroe del relato espera muchedumbres, aunque la realidad es que el desierto está vacío. Podría añadirse que es la novela de la postergación, uno de los mayores peligros de la existencia humana, pues implica una renuncia a la vida cotidiana y a hacer en cada momento lo que haya que hacer.

Dino Buzzati no compartía el método de la postergación. Era un hombre con gran sentido del deber, del trabajo callado y apasionado, aunque a la vez era muy emotivo, pues de niño sus lecturas le habían llevado por los caminos de la fantasía y la imaginación. Recibió una educación cristiana, pero la llama de la fe se le había apagado poco a poco. El poeta Eugenio Montale escribió, sin embargo, un artículo necrológico donde aseguraba que Buzzati era naturaliter christiano. Aseguraba no creer, pero su vida está llena de referencias a una búsqueda de Dios. Llegó a escribir un poema en el que reza a un Dios en el que no cree, al que llama, pero, pese a todo, «por la fuerza terrible de mi alma, vendrá». Con todo, el problema de Dios, según el escritor, pasa por la creencia en el más allá. Quien no cree en el más allá, no puede creer en Dios. Buzzati insistía en que no era creyente, pero como buen periodista, hacía preguntas incisivas a quienes creían. Este fue el caso de la hermana Beniamina, una religiosa que le atendió en el último mes de su vida en la clínica milanesa en la que había sido ingresado por un cáncer de páncreas. Además, en la mesilla de su habitación tenía un libro, los Pensamientos de Pascal, pues se identificaba con la búsqueda del Dios escondido del que hablaba el filósofo francés. Al igual que Pascal, Buzzati rechazaba el racionalismo cartesiano, de fe ciega en la razón y en el intelecto, que lleva, se quiera o no, a poner a Dios entre paréntesis.

Quien busca a Dios es alguien que se da cuenta de la fragilidad del hombre, la «caña pensante» a la que se refiere Pascal. Esa búsqueda refleja la necesidad de un creador. En una confidencia a un amigo periodista, Buzzati señalaba que, sin su creador, «el hombre es un átomo perdido en las desérticas vorágines del universo». Decía también que «el deseo de Dios en el hombre se ha debilitado y ha surgido un vacío espantoso que es la tragedia del mundo moderno». Pese a todo, en la clínica el escritor no quiso llamar a un sacerdote. ¿Lo consideraba una solución fácil para liberar el peso de las faltas de su vida? Seguramente, Buzzatti no había asumido las palabras del profeta Isaías, citado a menudo por Pascal, aquellas que dicen que «aunque tus pecados sean como escarlata, quedarán blancos como la nieve» (Is 1, 18). Sin embargo, Dino Buzzati besó en sus últimos instantes el crucifijo que llevaba al cuello la hermana Beniamina, y ese mismo día, en el que cayó una insólita nevada sobre Milán, pidió a su mujer que le afeitara, pues deseaba estar presentable para el encuentro más importante de su vida.

Un buen amigo de Buzzati, el sacerdote David María Turoldo, escribió un poema en el que se refiere a un hermano ateo que va a la búsqueda de un Dios que él no sabe darle, pero se le ofrece para atravesar juntos el desierto. Conviene recordar que el desierto tiene la cualidad de que las huellas suelen quedar marcadas en la arena. En una carta confidencial de agosto de 1971 dirigida a Gioacchino Muccin, obispo de Belluno, ciudad natal de Buzzati, el escritor señalaba que había llamado a la puerta de Dios y la puerta se había abierto, aunque también añadía que esto no debía de ser contado hasta pasados diez años.

Algunos críticos de las obras de Buzzati insisten en que es inútil buscar en ellas un supuesto cristianismo. Ven espiritualismo, pero no espiritualidad y tampoco trascendencia. En cambio, yo me quedo con el Buzzati agonizante que da un beso al Crucificado. En esos momentos solo se besa aquello que realmente se ama.

Bio

Nacido en Belluno en 1906, empezó como aprendiz en el Corriere della Sera en 1928, y allí permaneció toda su vida. Enviado a reportar la guerra en varias ocasiones, alcanzó la fama con su novela El desierto de los tártaros, publicada en 1940. De amor tardío, se casó a los 60 años con Almerina Antoniazzi. Falleció en Milán en enero de 1972.