Perico se fue como había vivido, «preocupándose siempre por los demás»
Pedro Alfonso Casado falleció el martes 5 de julio a causa de un disparo. Su familia ha donado sus órganos, lo que ha permitido al teniente coronel seguir salvando vidas
El teniente coronel Pedro Alfonso Casado estaba a punto de comenzar sus vacaciones cuando llegó el aviso. Se trataba de una de esas alertas que requieren de la actuación de la Unidad Especial de Intervención (UEI), el equipo de élite de la Guardia Civil, que precisamente estaba dirigido por Perico, como le llamaban sus allegados. El equipo suele trabajar en la desactivación de comandos terroristas, contra el narcotráfico o en la protección de objetivos sensibles, lo que hace necesario que esté formado por los mejores agentes. «Hay un proceso de selección durísimo. Tienen que reunir una serie de cualidades muy concretas. La preparación es altísima y él era el jefe de la unidad, así que imagínate cómo era», explica a este periódico Rubén Moreno, capellán del complejo de la Guardia Civil de Valdemoro, donde está la sede de la unidad.
En este caso, el aviso se activó por culpa de un hombre que, tras haber matado supuestamente a un amigo, se había atrincherado con un rehén en un piso de Santovenia, en Valladolid. Había varias vidas en juego y las vacaciones debían esperar. «Podría no haber estado allí, pero siempre era el primero en todo. Era un líder de los de verdad, de esos que mandan, pero no escurren el bulto. Como decía su madre, el que primero que llega y el último que se va», recuerda Moreno.
Perico recibió un disparo el viernes 1 de julio y estuvo luchando por su vida durante cuatro jornadas, descritas como «muy duras» por su círculo más cercano. Finalmente murió el martes 5 de julio en el Hospital Clínico de Valladolid. El detente bala que solía regalar a sus compañeros no evitó que el tiro impactara en su cabeza y que, entonces, el jefe —de la unidad— tuviera que presentarse ante el Jefe —con mayúsculas—. San Pedro seguro que se alegró al verle y le abrió las puertas del cielo de par en par. Ambos son viejos conocidos: dos días antes de aquella última misión en Santovenia, Casado se cruzó unos mensajes con el capellán. «El día de san Pedro y san Pablo, el 29 de junio, me mandaron por WhatsApp un dibujo de Pedro Picapiedra y Pablo Mármol en el que ponía “Felicidades”. Yo se lo reenvié, en plan de cachondeo, para felicitarle por su santo. Él me contestó: “Gracias, páter”, y me mandó, también en clave de humor, un cuadro de san Pedro y san Pablo de verdad junto a la siguiente frase: “Este es como más apropiado…”».
La sencilla anécdota habla de la fe del teniente coronel, que estaba muy involucrado, a través de la Congregación Mariana de la Inmaculada, a la cual pertenecía junto a su mujer, Sagrario, en el Colegio de Nuestra Señora, dirigido por la Orden de Hijas de María Nuestra Señora y por el que pasaron las dos hijas del matrimonio.
Moreno tiene grabado a fuego otro episodio que revela la religiosidad del agente. «En una ocasión, estaba hablando con él y con el jefe del Servicio de Desactivación de Explosivos». Este último «me decía: “Tengo que tener una profunda confianza en Dios porque no puedo encontrar instancia más alta a la que recurrir cuando le pido la vida todos los días a mis hombres”». Casado, situado a su lado, «afirmaba con la cabeza y añadió un: “Eso es”».
Ana Belén Cano, que junto a su marido era íntima amiga de Pedro y Sagrario —«Era como mi hermano», asegura a Alfa y Omega—, también habla de los «altos valores cristianos» que tenía Casado. «Era un gran defensor de la Iglesia». Y sin poder contener las lágrimas, subraya: «No se perdía nunca la Misa dominical, estuviese donde estuviese. Y si su trabajo se lo permitía, allí estaba él colaborando en todo». Asimismo, rememora los viajes en moto de su amigo hasta el santuario de Santa Gema, en Madrid, a la que tenía «una especial devoción», asegura Cano, que destaca el otro amor en la vida del guardia civil. «Era un hombre abnegado por su familia. Renunciaba a todo con tal de ver felices a su mujer y a sus niñas».
Pedro Alfonso Casado se fue como había vivido, «preocupándose siempre por los demás». De hecho, su último servicio no fue el de Santovenia, sino el que cumplió con su cuerpo. «Se ha marchado dándolo todo, su propia vida y su propio cuerpo, donando sus órganos para poder seguir salvando vidas», concluye Ana Belén Cano. Sus pulmones, su corazón y sus riñones ya están trasplantados en La Coruña, Córdoba y Alicante. Su alma, sin embargo, está con ese Dios al que tanto quería.