Adoradores de la ciencia - Alfa y Omega

La economía y las finanzas sin control, liberadas a su propia lógica, generan monstruos, desigualdad, miseria, violencia… Sólo es eficiente y sostenible una economía sometida a valores no económicos de rango superior: la justicia, el bien común, la equidad… Cuando el modelo económico deviene en exceso economicista, el sistema encalla en contradicciones insuperables. El ansia de beneficio origina monopolios alienantes y burbujas especulativas; la obsesión por la estabilidad fiscal deja a masas de desheredados en la cuneta…

También produce monstruos un Estado al servicio del propio Estado, al servicio del propio poder del Estado. Se llama regimen totalitario. No importa que tal Estado goce de legitimidad plebiscitaria. En nombre del pueblo, y con el entusiasta apoyo del pueblo, se han cometido las mayores barbaridades.

No ofrece mejores perspectivas una religión disociada de la razón. Su nombre es fundamentalismo, fanatismo, como ha enseñado Benedicto XVI. La religión replegada sobre sí misma es tan peligrosa como la ideología incapaz de confrontarse con la realidad.

La pregunta es por qué resulta hoy poco menos que tabú aplicar ese mismo razonamiento (evidente para cualquiera) con respecto a la ciencia. Por qué algunos piensan que rechazar la investigación con embriones humanos es retrógrado, oscurantista, fundamentalista… En circunstancias históricas diferentes, esas mismas personas no hubieran tenido seguramente inconveniente alguno en sacrificar vidas humanas en altares de otros ídolos paganos. Porque no somos hoy tan distintos ni más listos que la sociedad alemana a la que encandiló Adolf Hitler. Ellos creían verdaderamente que este personaje les salvaría, le redimiría, y depositaron en él todas sus esperanzas, sin importarles el precio. La misma fe ciega depositaron tantos grandes intelectuales europeos en Stalin. Es el tipo de fe que profesan hoy los adoradores de la ciencia.

¡Ah, sí!, también los partidarios de la supremacía aria o del socialismo soviético rechazaban comparaciones, porque la suya, ésa sí, era una teoría sostenida por evidencias científicas.