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«Reconstruye la armonía que se ha roto», dijo el Papa en su homilía por la paz. Siria… Nos remueve el problema de Siria. Pero no es ese país el problema, sino el corazón de cada persona de este planeta. Hay muchas sirias, demasiadas. No puedes hablar de paz si tú te excluyes de ella. La paz empieza por ti, en ti. La construyes eliminando pequeños rencores, recuerdos negativos, reproches. La paz empieza porque en tu corazón quepa todo el mundo, sabiendo perdonar antes de que te pidan perdón. Se contagia si pones buena cara a todos, si disculpas, si no juzgas a nadie, si agradeces todo. Y la trasmites si para todos tienes una sonrisa, una disculpa, una palabra que acoge. La paz has de buscarla en tu corazón, encontrarla y cultivarla por encima de ti mismo, a pesar de ti mismo. De esa manera, la paz será una realidad en tu vida. Habrás reconstruido la armonía que se ha roto. Hablemos de Siria, sí, y de tantas otras sirias. Hablemos de ti.
La tendencia o moda actual es presumir de ateísmo, o de que se está instalado cómodamente en el agnosticismo, aunque muchos no sepan realmente lo que significa esta palabra. Lo dejó dicho el viejo cascarrabias, sabio y descreído, que fue don Pío Baroja: «La ciencia no puede hacer más que alejar el eterno enigma. Al lado de un hecho nuevo que se descubre aparecen varios desconocidos, y así se sigue siempre en la misma progresión, cada vez con más número de datos y cada vez con más número de incógnitas». Actualmente, existe la preocupación, incluso obsesión, por alargar la vida física, olvidando casi totalmente el cultivo de la sensibilidad y los valores humanos que dignifican y dan una finalidad trascendente al ser humano. Parece que, mientras que todo es progresión en el mundo de la ciencia, en el de los valores espirituales es todo regresión, una continua marcha atrás…
El año que viene se conmemora la peregrinación que san Francisco realizó por el camino de Santiago, allá por 1214. Por eso, los peregrinos esperamos ver cada día del 2014 a una pareja de franciscanos recorriendo el camino, y que lleven solamente en su mochila la pobreza y la humildad. Y que cuando lleguen a cualquier aldea, se paren en la plaza y comiencen a predicar el Evangelio, como hacía el santo de Asís, para compartir con la gente la alegría y esperanza que esto encierra y que ellos han encontrado. A lo mejor, un día, cuando creamos que es un inepto hermano menor el que predica, sea el propio san Francisco el que lo haga, aunque quizá eso sólo lo noten las aves del cielo.
Cuando el ciclo del tiempo determina, una vez más, la escapada del verano, llevándose el perfume, la luz y el color de agosto, y con ellos esa pequeña e insuficiente relajación proporcionada por las vacaciones, sentimos una inquietud envolvente conocida como síndrome de incorporación a la tarea, que nos dispone hacia actitudes temerosas y pesimistas, robustecidas en el presente año por el cúmulo de vivencias tristes, como la tragedia de Santiago de Compostela, la incertidumbre derivada de la crisis económica, el flagelo de las guerras de Siria y Egipto (cuyo dolor, el de tantos semejantes, no nos es ajeno) y otros hechos particulares, como quizá la inesperada pérdida de seres queridos y un largo etcétera. Pero la Providencia (no el azar) es quien marca los tiempos, el compás de lo favorable y de lo adverso, aunque las desgracias no las entendamos, y de Él recibimos la fortaleza necesaria y suficiente para continuar adelante en medio de cuantos sucesos irrumpen en la vida e influyen en nuestros estados de ánimo. De ahí la necesidad de plantearnos las actividades para el curso que comienza con renovada confianza y esperanza en Dios.
Querido Curro: te dirijo esta carta por tu partida de este mundo hacia Dios, con quien ya estabas aquí haciendo el bien, y a quien contemplas ahora cara a cara. Mi pena es grande, enorme, porque te quería mucho desde que éramos pequeños y me ayudaste siempre que lo necesité. Hay muchas personas que te añoran como yo y lloran por tu ausencia. Pero como yo lo que quiero es sembrar, copiándote a ti, quiero divulgar algo que dijo en la homilía de la Misa, el día de tu muerte, el dominico que la celebró. Contó que tú, como arquitecto, dirigías la construcción de la Residencia para los padres dominicos de la madrileña calle Claudio Coello, y se te quejaban algunos de que los armarios de sus habitaciones eran pequeños y les cabían pocas cosas. Tu respuesta fue muy sencilla: «El armario de un dominico es lo suficientemente grande para meter las cosas que tiene y no le hace falta más; el armario grande debe estar en el corazón para llenarlo de amor a los demás y de cosas buenas para llevarlas a Dios». ¡Qué reflexión tan maravillosa ésta tuya que debería servirnos a todos nosotros para llegar a Dios! ¡Armarios pequeños y corazones grandes, enormes, llenos de amor! Quiero seguir tu consejo. Ayúdame y espérame en el cielo, hasta cuando lo quiera Dios.