El 27 de abril, fiesta de la Virgen de Montserrat, titular de la iglesia española en Roma, su sede cardenalicia, en la víspera del 48 aniversario de su ordenación episcopal, Carlos Amigo Vallejo, cardenal de la Iglesia, arzobispo emérito de la sede hispalense, llamaba a las puertas del cielo. Y allí, «la Rosa de abril, Morena de la sierra», con la melodía del Virolai de fondo, lo abrazaba y lo llevaba al Señor.
Mucho podría escribirse de él ahora y ante el sillón vacío. Yo solo busco trazar tres claves, más desde la perspectiva de trampolín que de butacón. Menos de recuerdos y más de la necesidad de rasgar lejanías.
El franciscano al que el Papa de la Evangelii nuntiandi, Pablo VI, le encomendó la diócesis de Tánger era un joven fajado en la sabiduría, madurez humana, piedad sincera y caridad pastoral, elementos expuestos, años después, por san Juan Pablo II en su Pastores dabo vobis. Tiempo habrá de dejar claros, y por escrito, estos cuatro flancos del sacerdote en el cardenal Amigo. En Tánger vio la urgencia del espíritu conciliar del diálogo interreligioso y se lo trajo a España, pero no eran tiempos para entender tan magra misión.
Fue este santo Papa, antes de visitar España, quien lo llevó a una diócesis rica, de fe profunda y de viejas raíces, Sevilla, la sede de san Isidoro, y junto al cardenal Bueno Monreal. Y Carlos Amigo fue a Sevilla. Lo recibieron como un intruso, no solo los de fuera, también los de dentro. Respetó a la vieja clerecía y escuchó a quienes la vieja clerecía denostaba. A los palacios subió y a las cabañas bajó; pidió oraciones de las religiosas de clausura, se encomendó a sor Ángela de la Cruz. Fajado en el diálogo, se hizo amigo, desde el corazón, de los que mandaban en Andalucía; lo hizo desde la colaboración en los asuntos comunes. Y, con paciencia, diálogo, risas y lágrimas, fue entendiéndose con el mundo cofrade.
Y la tercera clave de futuro. Su trabajo con los obispos, en lo personal y en lo orgánico, era de mediador, evitando polémicas. «Con tantos niños muriendo de hambre cada día, y nosotros aquí, discutiendo si son galgos o podencos», llegó a decir en una de las plenarias de la Conferencia Episcopal, a la que siempre, por su fuerte sentido de la comunión, apoyó a su manera. Nunca le oí comentario negativo de obispo alguno.