Hacer teatro en la vida es esencial en cualquier boda, comunión o funeral.
Estas palabras, con las que los actores despiden la función en la canción final (Cómo nos gusta hacer teatro, de J. Vives), explican muy bien la razón de ser de esta obra, en la que se respira el estilo de compañía La Cubana por todos los poros.
La vida como teatro, como farsa, como impostura. El universo cotidiano como escenario en el que representar nuestros papeles, que a medida que pretenden ser más solemnes se hacen más ridículos y dignos de risa. Y todo ello con la dramaturgia de La Cubana que, fiel a sí misma, parecería inspirada por el verso de Pedro Salinas: ¡Sí, todo con exceso: la luz, la vida, el mar! Solo que aquí, como andamos de bodorrio, habría que decir: ¡las flores, las pamelas, la música! Más vale que sobre que no que falte. Porque con esta propuesta hiperbólica, incluidas las magistrales caricaturas de los personajes, la compañía consigue introducir al espectador en una vorágine de ritmo y carcajadas. Y sobre todo, es capaz de reflejar nuestras miserias en el espejo deformado de la parodia, poniendo al descubierto la vanidad e hipocresía que se esconde detrás de los eventos de sociedad.
El planteamiento urdido por Jordi Milán (que además de autor es director de la obra) no puede ser más desternillante: La hija de una florista catalana afincada en Madrid (espectacular Annabel Totusaus en el papel de Hortensia) decide irse a vivir con su novio Vickram Sodhi, afamado actor de Bollywood. La madre convence a su hija para que se case por todo lo alto aunque sea por lo civil, para disgusto de la muy tradicional tía Consuelo (impagable la caricatura realizada por Meritxel Duró). Finalmente tendrá lugar la boda online, con el novio y su familia en la India, y la novia y la suya en Madrid, mezclando costumbres, bailes y canciones en un final de película.
Empieza el espectáculo de una forma más convencional de la que nos tiene acostumbrada La Cubana —quien haya tenido la oportunidad de ver Cómeme el coco, Negro sabrá a lo que me estoy refiriendo—. Pero el ritmo más pausado del inicio se va convirtiendo, poco a poco, en un vertiginoso vodevil, que estallará con el golpe de efecto, marca de la casa, por el que transcurrirá la parte final de la representación, en la que los espectadores se verán involucrados en esta boda; y desempeñarán un papel nada despreciable. Y es aquí donde los componentes de La Cubana dan lo mejor de sí mismos y de su manera de entender el teatro como espectáculo total, sin cuarta pared y sin distinción entre actores y espectadores.
Quisiera destacar un último aspecto de este montaje. Es la obra de una compañía. En el sentido más generoso del término. La obra de un grupo de personas que se dedican a «fabricar» teatro de forma artesanal, todos juntos, cuidando los detalles, implicándose en un espectáculo coral que deja traslucir las horas compartidas encima o detrás de las tablas. Siguiendo la mejor tradición del grandísimo teatro catalán que tanto ha contribuido a elevar el nivel del arte de Talía en toda España. En la línea de grupos míticos como Dagoll Dagom, Els Joglars, Els Comediants, La Fura dels Baus, y tantos otros, que manteniendo sus diferencias de estilo, han conseguido ser fieles al espíritu de una compañía de teatro.
Y el espectáculo es, más que una invitación, una provocación que nos anima a sentirnos parte integrante del hecho teatral, a reconocernos como actores de nuestra propia biografía, y a saber descubrir, con distancia y buen humor, los aspectos teatrales de una vida, la nuestra, que es demasiado importante para tomársela en serio. (Ésta es la típica cita apócrifa que todo el mundo atribuye a Oscar Wilde, que viste mucho citar a Oscar Wilde). O como nos dicen los integrantes de La Cubana en la canción con la que iniciábamos esta crítica:
Y no son solo tres o cuatro
todo el mundo hace teatro
siempre fue la raza humana
muy propensa a la jarana.
En tu interior vive un gran actor.
La rima será ripiosa, pero tiene enjundia.
★★★★☆
Calle Jorge Juan, 62
Goya, Príncipe de Vergara
OBRA FINALIZADA