La vida de los otros frente a nuestro espejo
Esta muestra del fotógrafo Ignacio Giménez-Rico, organizada por la Fundación Pablo VI en Madrid, hace partícipe al visitante de la cotidianidad de quienes parecen lejanos, pero podríamos ser nosotros
No hace falta mirar el pie de foto. Los surcos en la cara del general iraquí de la milicia cristiana NPU (Unidades de Protección de Nínive) explican sin palabras que lleva 40 años de guerra en guerra. Que participó en el conflicto con Irán en los años 80. Que estuvo en la guerra del Golfo en los 90. Que vivió la invasión de su país en los 2000 y la posterior caída de Saddam. Se puede saber, incluso, que sigue en la lucha. Ahora contra el ISIS. Todo esta constatación la construye el fotógrafo y camarógrafo Ignacio Giménez-Rico con su objetivo fijo ante el rostro impávido —y familiar, vean el parecido con Imanol Arias— de este hombre. Que mira a cámara sin pudor. Que posa ante una iglesia destruida en Nínive.
Giménez-Rico propone observar La vida de los otros —como ha titulado la exposición, con clara correspondencia con el filme alemán en el que un oficial de la Stasi espía a una pareja con la que genera un vínculo— a través de una discreta mirilla, como la que conecta con el interior de la casa de un anciano recién levantado, pijama y camiseta de tirantes, en la colonia cristiana de Joseph Colony de Lahore (Pakistán). También ofrece observar la vida de los otros a pecho descubierto, como en el caso del general Jaward o de la fotografía de Vladimir e Ibeth, bolivianos que posan ante la cama de uno de sus hijos, con parálisis cerebral generada por la negligencia de una partera. La pequeña adulta prematura que carga con su hermano en Burkina Faso y mira, desafiante, al extranjero que la fotografía, tiene mucho de espejo. Observar la vida de los otros, finalmente, como un viandante atraído por el horror, tal y como sucede cuando, paseando por Homs, se topó con un autobús quemado y varado entre unos edificios donde malvivían niños huérfanos entre los escombros. O cuando vio a esa niña refugiada escondida dentro de un coche desvencijado. Ahí puede pasar la noche sin frío y sin —mucho— miedo.
Es así, desde estos diversos encuadres y contextos, como el autor de estas instantáneas, que hasta el 30 de abril decoran las paredes de la sede de la Fundación Pablo VI en Madrid, propone adentrarse en las vidas ajenas. «Que pueden ser completamente extrañas, o que quizá nos recuerden que podríamos ser uno de nosotros los que estemos en esa situación», asegura. A él le ocurrió la primera vez que fue a Lesbos a documentar el éxodo sirio. «Cuando veía a la gente llegar a las costas griegas–médicos, profesores, abogados… pensaba que no eran tan diferentes a mí. Que mañana podía ser yo el que estuviera en esa barcaza». Lo mismo le ocurrió la primera vez que pisó Qaraqosh, la ciudad cristiana de Irak que quedó demolida por completo tras el paso del ISIS. «Me impactó muchísimo cuando lo ví; perfectamente podría haber sido mi casa», asegura Giménez-Rico, que viajó hasta allí con el periodista Fernando de Haro para documentar el día a día de los cristianos perseguidos.
Cerca de una veintena de países componen esta muestra itinerante. «Me he acostumbrado ya», responde al ser preguntado por el país más difícil, o la situación más compleja en la que se ha encontrado tras la cámara. Y aunque su obra es terriblemente real, elige para el cartel principal a uno de los pocos modelos que sonríen. Es un beduino, está al lado de su jaima —que no se ve— en el desierto cerca de Doha, en Catar. Sentado sobre una cama de hierro y un colchón testimonial, acaricia un gato con la sonrisa de quien está donde quiere estar, viviendo la vida que ha elegido vivir.
El fotógrafo, además, vende copias de sus obras, cuyos beneficios van directamente destinados a la ONG Abay, que tiene varios proyectos en Etiopía. La imagen del lavabo de una familia de Qaraqosh que tuvo que huir con lo puesto —o quizá fue asesinada—, en la que se aprecian los cepillos de dientes sin recoger, pero derretidos por el calor de las bombas, bien merece un lugar en cualquier rincón de una casa. Para recordar cada día que hubo otros, hermanos en la fe, que no pudieron guardar ni sus útiles de aseo antes de dejar su hogar para siempre.
Con esta exposición, la Fundación Pablo VI abre la puerta al arte y la cultura, una oportunidad para el diálogo que da continuidad a ese atrio de los gentiles que está en el germen de su misión. Ya se hace con la bióetica, desde el observatorio; con la doctrina social de la Iglesia, desde la parte formativa; con la política, desde los diálogos y foros de debate. Y, a partir de ahora, dará la oportunidad a profesionales y artistas que busquen espacios para exhibir sus trabajos. Eso sí, obras que pongan las vidas humanas en el centro de la creación artística.