Siete claves para visitar un monasterio - Alfa y Omega

Siete claves para visitar un monasterio

Escoger un momento del día o detenerse en el paisaje son dos de las propuestas del arquitecto Ignacio Sánchez para disfrutar de la visita a un cenobio

José Calderero de Aldecoa
Fontfroide, en la francesa Narbona, es una de las abadías cistercienses mejor conservadas. Foto: Ignacio Sánchez.

Antes de casarse con su madre, el padre de Ignacio Sánchez fue seminarista de los salesianos. Él es quien sembró en el corazón de su hijo la semilla de lo que hoy este arquitecto y fotógrafo profesional define como su «pasión» por las abadías cistercienses. «Cuando era pequeño, aprovechábamos las vacaciones para visitar las iglesias y monasterios de la zona y él nos explicaba las historias que se escondían detrás de esos muros. Era algo con lo que disfrutaba mucho».

Más tarde, en 1998, esa pasión se convirtió «en una experiencia vital» cuando Sánchez asistió a un ciclo de conferencias en el Archivo Nacional de Cataluña sobre la conmemoración de los 900 años de la restauración de la orden cisterciense, en la que se habló mucho de arquitectura. «Aquella charla me fascinó. Me atrapó la coherencia que hay entre los ideales espirituales de esta orden y su materialización arquitectónica en un monasterio», subraya.

Tras aquel descubrimiento, Sánchez se dedicó a viajar, incluso fuera de nuestras fronteras, para experimentar sensorialmente el legado cisterciense y para recogerlo con su cámara de fotos. Desde entonces ha visitado más de 80 monasterios, algunos de ellos hasta cuatro y cinco veces, y atesora en su poder un inmenso archivo fotográfico que un día, sencillamente, decidió empezar a compartir con el resto del mundo a través de internet.

Este miércoles hizo algo similar, pero no a través de su web cister.org, sino en el VIII Encuentro en Torno al Claustro, organizado por la Fundación DeClausura, dedicada a difundir la riqueza de la vida contemplativa y a contribuir al sostenimiento de monasterios y conventos. En el acto, Sánchez ofreció siete ideas prácticas para disfrutar de la visita a un monasterio.

1
El lugar

En la visita la experiencia no comienza cuando se entra por las puertas del cenobio, sino cuando uno ha salido desde su lugar de residencia. Incluso antes, mientras prepara el trayecto. Según el experto, es importante observar el paisaje cuando nos acercamos a un monasterio y estar atento a la información que dan los elementos naturales que nos rodean. «Por ejemplo, esa transición de carreteras que se hace ya ofrece claves del estilo de vida de los monjes. Lo habitual es tener que circular por una autovía, que, posteriormente, tendremos que abandonar para pasar a una carretera secundaria y, seguramente, acabemos en una pista que nos conduzca al monasterio». Y debe ser así. No en balde el carisma cisterciense habla de la búsqueda de Dios en un marco de soledad y silencio, de vida escondida y laboriosa.

Sánchez ha recorrido España, Francia y Polonia visitando monasterios del Císter. En la imagen, el de Poblet. Foto: Ignacio Sánchez.
2
Pensamiento medieval

En necesario comprender el pensamiento medieval e imaginar la manera de abordar la realidad de los impulsores y constructores de estos edificios. «Siempre animo a intentar desconectar por un rato de la sobreestimulación que tenemos en la actualidad y a hacer ese ejercicio de darse cuenta de que estamos en un edificio con 800 años de historia. Entonces, el mundo era muy diferente». En este sentido, «no se puede analizar el pasado con los parámetros de hoy», afirma el arquitecto.

3
El claustro y la comunidad

El visitante puede disfrutar más de su visita si entiende las reglas comunes a todos los monasterios, «que son lugares –a diferencia de una catedral, una iglesia o de otras construcciones civiles– donde se vive en comunidad. De ahí la importancia de los claustros. Son la pieza central que dota de unidad al resto de estancias del monasterio», asegura Sánchez.

Las iglesias de las abadías cistercienses tienen un tamaño acorde a su importancia. Foto: Ignacio Sánchez.
4
Las iglesias

A pesar de la unidad del lugar, cuando uno visita un monasterio pasa por distintas estancias. El claustro
–que tiene una importancia clave–, la sala capitular, el dormitorio de los monjes, el refectorio… De entre todas ellas destaca el templo. «Tienen una jerarquía por su tamaño, dimensión, pero, sobre todo, por su componente religioso. No es una estancia más que se puede conocer solo desde la parte intelectual o racional, sino que es importante estar allí en silencio. Poder sentarte y rezar. Cualquier guía nos podrá decir el año de su construcción o el estilo de los arcos, pero, más allá de todo eso, lo importante es que es la casa de Dios», subraya.

5
La luz

La luz es «un elemento esencial para la arquitectura». Hay que tenerla siempre presente y, «si es posible, planificar la visita en función de ella». No es lo mismo visitar un monasterio a primera hora de la mañana que a última de la tarde. O en verano que en invierno. En este sentido, el experto, siempre que puede, procura pasar un día entero en cada uno de ellos. «Voy por la mañana, o a primera hora de la tarde, e intento estar hasta que anochece. Lo voy recorriendo, paseando a diferentes horas». Después de tantas visitas «te puedo decir que una misma fachada fotografiada a las doce del mediodía, con el sol arriba, y a las cinco de la tarde, con el sol abajo, parecen dos fachadas diferentes», afirma el también fotógrafo.

«La luz cisterciense es más limpia y de mayor calidad que la románica», explica Sánchez. Foto: Ignacio Sánchez.
6
Materialidad

Siempre que se pueda, «es muy positivo tocar con las manos y con la mirada los diferentes materiales» con los que están construidos los monasterios. «Descubrir las texturas, las imperfecciones, las huellas y las cicatrices de las piedras. En realidad, son libros abiertos de historia».

7
El paso del tiempo

Al final de todo el recorrido, concluye Ignacio Sánchez, «uno se puede detener en reconocer las etapas históricas y los sucesos que han conformado la realidad actual del monasterio. La cuestión es que estas abadías son una superposición de capas. Es muy difícil que una construcción haya llegado intacta hasta nuestros días». Lo normal es que, por ejemplo, «se empezara la construcción en estilo románico y se terminara, 50 años después, en estilo gótico».