Una nueva vida para el pequeño Mustafá - Alfa y Omega

Una nueva vida para el pequeño Mustafá

Gracias a esta fotografía, que ganó un premio en Italia, Mustafá y su padre están a salvo en Italia y recibirán unas prótesis. La diócesis de Siena acompaña a toda la familia en este camino hacia la autonomía

Victoria Isabel Cardiel C.
Munzir al-Nazzal juega con su hijo Mustafá en Reyhanli, en Turquía. Foto: Mehmet Aslan.

Esta no es una foto posada. Munzir al-Nazzal estaba jugando con su hijo Mustafá cuando el turco Mehmat Aslan –que no es fotógrafo profesional, sino veterinario– captó ese momento de rebosante alegría que se sobrepone a las evidentes marcas de la guerra. «Cuando seas mayor, te crecerán las piernas y los brazos», solía decirle su padre a este niño, de tan solo 5 años, cuando lloraba desconsolado por haber nacido sin extremidades. A él le falta la pierna derecha. Tuvieron que amputársela en 2014 por culpa de las heridas sufridas en un bombardeo, ocurrido mientras estaba haciendo la compra en un mercado cerca de su antigua casa, en Idlib (Siria). Tres años más tarde, Mustafá nació así debido, posiblemente, a una malformación provocada por un ataque a su madre durante el embarazo. Zeynep estaba de cuatro meses cuando sufrió un embiste de armas químicas del Ejército del presidente sirio Bashar al Assad en Khan Shaykhun, la ciudad donde vivían unos familiares. «Durante once años el presidente de Siria ha destrozado la vida de su propia gente. Son muchos los mutilados como mi marido». Además, «los médicos nos han explicado que es muy probable que la malformación de Mustafá fuera por gas sarín. De hecho, conocemos a otras cuatro niñas nacidas sin brazos y sin piernas, como él», explica su madre.

En 2018 el matrimonio, junto a sus otras dos hijas y el pequeño, consiguió huir hasta el campo de refugiados de Bab Al Hawa, en la frontera sirio-turca. Allí malvivieron durante tres años con el subsidio de la Media Luna Roja (la Cruz Roja turca), que no les alcanzaba ni para comer. Pero entonces esa fotografía cambio sus vidas. El retrato feliz dio la vuelta al mundo tras ser premiado en octubre por un certamen internacional de fotografía de Siena, y la historieta que contaba Munzir a su hijo para hacerlo soñar con unos brazos y unas piernas está a punto de hacerse realidad. Un prestigioso centro especializado situado en Budrio, en la provincia de Bolonia, ha ofrecido su disponibilidad para ayudarlos con las más modernas técnicas de ortopedia.

Este sueño cumplido empezó cuando los organizadores del certamen fotográfico montaron una colecta. El mundo estaba conmocionado con la foto y, en pocos meses, lograron recoger más de 120.000 euros en donativos para sufragar el viaje y la estancia de la familia en Italia. A simple vista parece mucho dinero, pero es poco si se piensa, por ejemplo, en las prótesis que tendrá que llevar Mustafá –adaptadas a su crecimiento–, que tiene una ausencia total de articulaciones desde la pelvis hacia abajo.

Luca Venturi, director artístico del certamen de Siena, asegura que el jurado que premió la foto «valoró la fuerza de esa mirada tierna entre padre e hijo, que está por encima de las heridas de la guerra». «Es una imagen muy potente, que sabíamos que iba a permanecer en la historia, como aquella instantánea de la niña en Vietnam tras ser quemada por el napalm. La historia de la familia Al-Nazzal tiene final feliz, pero es solo una gota en el mar; hay muchos como ellos que necesitan ayuda».

La diócesis de Siena y Cáritas –que se encargan ahora de su acogida y del proceso de integración– negociaron junto al Ministerio del Interior del Gobierno italiano los aspectos burocráticos con las autoridades turcas para trasladarlos en avión a Italia, donde llegaron a finales de enero. La semana pasada concluyeron la cuarentena y ya han comenzado con los exámenes clínicos. Mientras tanto, la guerra con todas sus injusticias continúa implacable. La semana pasada en Idlib, la ciudad siria donde vivía esta familia y último bastión de los rebeldes, fue asesinado Al Quraishi, considerado el ideólogo del Estado Islámico, en una operación dirigida por EE. UU. en la que fallecieron otras 13 personas, entre ellas varios niños.

Munzir y Mustafá al-Nazzal son casi un milagro dentro de esta cruenta guerra: alrededor de seis millones y medio de desplazados sirios se agolpan en las zonas consideradas más seguras. Solo una de cada tres escuelas funciona, por lo que más del 70 % de los niños son analfabetos. Y la pobreza es una mancha que afecta al 80 % de las familias. «Los hemos acogido, pero no merecemos ninguna medalla. Solo respondemos a la solicitud que nos hace el Papa Francisco», asegura el arzobispo de Siena, el cardenal Augusto Paolo Lojudice, que se encargó junto a Venturi de todas las gestiones para traer a Mustafá y su familia a Italia a través de los corredores humanitarios. «Espero que su historia sirva como símbolo para crear conciencia en toda Europa de que abrir estas vías legales es la única forma digna y segura para que estas personas lleguen a Europa», asegura el prelado italiano. En 2016 la Comunidad de Sant’Egidio y la Federación de Iglesias Evangélicas de Italia firmaron un acuerdo con el Gobierno italiano para evitar que los refugiados se expusieran a los peligros de las mafias o de atravesar el mar Mediterráneo en una barcaza en su camino a Europa. Desde entonces, más de 4.500 personas han sido salvadas.

La antítesis de la creación

«La historia de Mustafa y Munzir, que no estarían aquí sin esa foto y sin la atención que ha despertado en la prensa, también sirve para recordarnos a todos que la guerra es la antítesis de la creación. Solo crea destrucción y sesga vidas. Pero junto a esa maldad terrorífica, creada por el hombre contra el hombre, hay algo superior. Yo lo llamo Dios, pero es como llamarlo humanidad, porque es el Dios de la omnipotencia del amor», asegura el arzobispo Lojudice.