Al pie del volcán
El misterio del mal, el dolor de los inocentes, nos quema como esta lava atroz que escupe el volcán. Solo desde la cruz podemos comprender que Cristo padece junto a esos palmeros que lo han perdido todo
El volcán de Cumbre Vieja, en la isla de La Palma, ha entrado en erupción. Los sismólogos y vulcanólogos lo venían advirtiendo desde el pasado 11 de septiembre. Esta bellísima isla volcánica sigue en proceso de formación y, bajo las aguas, en las profundidades, sigue latiendo el corazón ardiente del planeta. Las fotografías que llegan son terribles y majestuosas. No hay nada que se pueda hacer para detener los ríos de lava que brotan de la tierra. El material incandescente avanza con aparente lentitud mientras los habitantes de las zonas afectadas tratan de ponerse a salvo. Se han evacuado a más de 5.000 personas. Las pérdidas económicas y patrimoniales son gravísimas. ¡Ay, perder la casa! Ese hombre que toma las imágenes formidables de la erupción registra un fenómeno natural, pero trágico. La naturaleza desatada produce desastres sin cuento.
En inglés, a estos desastres se los denomina acts of God, actos de Dios, pero nos han enseñado que Dios es amor, lento a la cólera y rico en misericordia. Hemos aprendido que otea el horizonte esperando que volvamos a Él. Sabemos que nos espera. ¿Cómo encontrarlo en medio de esta catástrofe de hogares abrasados y vidas fundidas?
Fran Otero, mi hermano cofrade en Alfa y Omega, ha entrevistado a Alberto Hernández, sacerdote y tetrapárroco, porque cuatro son las parroquias que están a su cargo: Las Manchas, Todoque, La Laguna y Puerto Naos. Este cura ha acogido en la casa rectoral a gente evacuada por la furia del volcán. En la entrevista, Fran cita a Alberto con palabras que recuerdan otros textos, otros pasajes: «En último término, solo queda “llorar con los que lloran”, porque produce “mucha tristeza” ver la historia de tanta gente que “ha labrado su vida a base de esfuerzo –migrantes, mayores…– y que, de repente, todo desaparece bajo la lava”».
Jesús derramó lágrimas por su amigo Lázaro. Lloró por los pecados de la humanidad ante los muros de Jerusalén, la ciudad mesiánica. La Iglesia, cuerpo místico de Cristo, llora hoy junto a los que lloran en La Palma. También mantiene viva una esperanza que no hunde sus raíces en el mundo. Lo cuenta de nuevo la entrevista a Alberto Hernández. «Cuando llamé al vecino más cercano al volcán –200 metros– para interesarme por él, me dijo: “La casa se perderá, pero estamos vivos y es un milagro que estemos vivos”. La fe es fundamental».
Hace falta mucha vida de sagrario para comprender que Cristo tiembla junto a los que tiemblan y sufre junto a los que sufren. El Señor de la historia, crucificado y victorioso, sigue siendo un escándalo para el mundo. El misterio del mal, el dolor de los inocentes, nos quema como esta lava atroz que escupe el volcán. Solo desde la cruz podemos comprender que Cristo, muerto y resucitado, padece junto a esos palmeros que lo han perdido todo.