A pocos días de la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud, Río 2013, su lema Id y haced discípulos a todos los pueblos (Mt 28, 19) resuena en los corazones de muchos miles de jóvenes que se están preparando para vivir esta gran aventura de la fe.
El Santo Padre, en sus 100 primeros días de pontificado, recientemente cumplidos, ha hablado con amorosa insistencia acerca de la necesidad de salir de nosotros mismos y de ponernos en movimiento para llevar el Evangelio de Cristo, su amor y su misericordia, a aquellos que más lo necesitan. Nos ha animado a ir a las periferias, a las que no llega habitualmente la Buena Nueva de Cristo, muchas veces por nuestra falta de valentía para acercarnos a ellas.
Reflexionando sobre el mandato Id y haced discípulos a todos los pueblos, frase muy presente en la meditación y vivencia de las Misioneras y Misioneros Identes, a la luz de las homilías y mensajes del Santo Padre, puedo decir que he descubierto matices nuevos.
La llamada de Cristo para que vayamos y hagamos discípulos a todos los pueblos es una llamada a convertirnos en maestros. El que enseña, el que hace discípulos, es el que se ha convertido en modelo. Su vida y su mensaje edifican a los demás y les animan a decir: Yo quiero ser como éste (o como ésta), enséñame a amar como tú.
Nuestro maestro supremo y modelo absoluto, sin duda, es Cristo, pero nuestra identificación total con Él es necesaria para convertirnos en apóstoles suyos. Podemos decir que el verdadero apóstol es el que se atreve a convertirse en referencia para los demás. Este deseo de ser verdadero reflejo de Cristo, auténtico hijo del Padre y templo vivo del Espíritu Santo, cambia completamente nuestra vida. El que se hace maestro ya no vive para sí, sino para salvar a sus hermanos, para llevarles al Padre.
La valentía a la que nos invita el Santo Padre, el movimiento de salir de nosotros mismos, pasa por la verdadera aflicción por los que están alejados de Cristo y, por tanto, desprovistos del consuelo de su amor y misericordia, que no conocen.
Nosotros, sin embargo, hemos conocido el amor de Dios. No podemos seguir siendo iguales después de saber que Él cubre todas nuestras miserias, nos transforma y dignifica. No podemos vivir en las sombras de nuestros miedos y debilidades cuando Él nos está iluminando y dotando de todas las gracias, todas las virtudes, todo el poder santificante de su amor.
Sí, tenemos todo lo necesario para ser modelos, para hacer vivo el milagro de la restauración de la Humanidad, que empieza en nosotros mismos.
¡Qué mayor testimonio de esperanza que hacer visible nuestra continua y renovada conversión personal!
No podemos privar al mundo de saber que la santidad es posible. Si somos santos, creerán en Él. Si creen en Él, se hacen hijos de Dios. ¡¿Qué más podemos querer?! Pongámonos en marcha…
Cristina Díaz van Swaay
Misionera Idente