Beato Lolo: «No quiero que se derrame más sangre»
Fanny Rubio, amiga de Lolo, buceaba en la historia de su pueblo cuando descubrió un documento desconocido en el que el hoy beato se negaba a señalar a los asesinos de su hermano
La conversación de Alfa y Omega con Fanny Rubio fluye repleta de prosa, versos y literatura. De pronto, cita a Pablo Neruda y a su obra Cien sonetos de amor: «Yo digo amor, y el mundo se llena de palomas. Cada sílaba mía trae la primavera». Así eran, según cuenta, las muchas charlas que ella tuvo con el hoy beato Lolo, entonces Manuel Lozano Garrido, quien en su obra Las estrellas se ven de noche reproduce precisamente esta frase de Neruda. «Es que es justo su filosofía poética», asegura Rubio.
Pero más que su literatura, la que fue amiga y discípula destaca el extraordinario espíritu de reconciliación del escritor linarense. Concretamente, desvela un suceso muy poco conocido —tal vez inédito— que subraya de forma definitiva el interés de Lolo por enterrar definitivamente la violencia fratricida desatada durante la Guerra Civil.
- 9 de agosto de 1920: Manuel Lozano Garrido, Lolo, nace en Linares (Jaén)
- 14 de junio de 1931: Ingresa en Acción Católica, en la que milita hasta su muerte
- 25 de marzo de 1937: Pasa la noche en prisión por repartir clandestinamente la Eucaristía
- Mayo de 1958: Pone en marcha Sinaí, unos grupos de oración por la prensa
- 3 de noviembre de 1971: Muere mientras recita el padrenuestro
- 12 de junio de 2010: Lolo es beatificado
La propia Fanny Rubio descubrió la historia, de casualidad, buceando en los documentos del Archivo Histórico Nacional. «Mis abuelos estaban enterrados en un cementerio civil de Valencia en el que estaban intentando hacer unas obras en tiempos de Rita Barberá. Querían sacar a algunos muertos». Buscando documentación al respecto, «me topé también con algunos legajos de mi pueblo, y me empecé a interesar por el pasado de Linares. Quizá esto también se lo debo a Lolo, que siempre hablaba de la verdad».
Rubio se hallaba en esta tarea cuando descubrió un documento sobre Agustín Lozano Garrido, hermano de su antiguo mentor, que había sido asesinado en los primeros compases de la guerra. «Era como un formulario para localizar a los responsables de su muerte. Había otros muchos formularios». Figuraba la palabra «Nombre» y había un hueco para escribir el nombre del muerto. «Nacido en…». «Causa de la muerte…». «Y en el envés había un hueco para escribir a los responsables. En el resto de formularios había, al menos, un nombre, pero en la causa de Agustín no figuraba ninguno», confirma. El espacio estaba vacío y había una raya de arriba abajo debajo de la cual estaba la firma de Lolo. Esta estaba acompaña de las siguientes palabras: “No quiero que se derrame más sangre”. Me quedé impactada. Se negaba a señalar a los asesinos de su hermano. Me pareció que aquella frase merecía el homenaje de todas las asociaciones de la memoria», opina Fanny Rubio, que la semana pasada participó en la mesa redonda Beato Lolo: comunicador y periodista que reunió a figuras del periodismo y la literatura para clausurar el centenario del nacimiento de Lozano.
Un escritor en Linares
Ambos se conocieron cuando Fanny se encontraba en el instituto. «En clase nos hablaban mucho de un escritor que había en Linares». Los chicos se entusiasmaron y decidieron ir a conocerlo. La joven acudió con otros dos compañeros, pero a la siguiente visita fue sola. «Entonces, Lolo empezó a decir que éramos amigos y cada vez que iba hacía una fiesta», asegura. «En realidad, cada vez que iba cualquiera a verle —entre ellos figura el hermano Robert, de Taizé, que lo visitó en 1965 y dejó escrito en la tulipa de la lámpara: «Lolo, sacramento del dolor»—, hacía una fiesta».
Así Fanny se convirtió en una de las primeras personas a las que el beato no pudo ver. «Se había quedado ciego hacía poco y por eso me pedía que leyera en voz alta», rememora. Lo que no consigue recordar la hoy catedrática y escritora eran las quejas de Lolo. «Sencillamente es que no se quejaba. Al contrario, lo que desprendía era alegría». Y eso que, por aquel entonces, también sufría una parálisis progresiva y muchos dolores.
De lo que sí hablaba Lolo era de algunas de sus vivencias de la Guerra Civil, «aunque siempre que se refería a este tema abundaban la palabra “paz” y los deseos de reconciliación», subraya Rubio. «Nunca dijo una mala palabra, por ejemplo, de los que le metieron en la cárcel». Lozano Garrido pasó la noche del Jueves Santo de 1937 en prisión por repartir clandestinamente la comunión, que llevaba escondida en una caja de juanolas. Pero lejos de conciliar el sueño, Lolo dedicó la noche entera a adorar al Señor Sacramentado que le habían pasado oculto en un ramo de flores.