Se acerca la fiesta del patrón de Madrid, san Isidro Labrador. Es para mí una gracia inmensa recordaros con este motivo que la meta de nuestra existencia es la que todos los santos han buscado. Lo describe muy bien el apóstol san Juan: «Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando Él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es» (1 Jn 3, 2). Qué bien viene escuchar al Señor cuando nos dice: «Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando» (Jn 15, 14). Sí, san Isidro fue un amigo entrañable del Señor en la vida diaria de familia y trabajo. Abrió las puertas de su vida y de su familia de par en par a Jesucristo; no tuvo miedo y quiso mostrárselo a quienes se acercaban a él. Lo hacía con la fuerza que le venía de Dios. Su testimonio de fe, de amor y de valor apostólico estuvo acompañado, además, de su gran humanidad.
En el pueblo de Madrid, ¿qué huellas han quedado después de tantos siglos? Sin lugar a dudas han sido tres: la oración, su cercanía a todas las gentes sin distinción y su amor por la justicia y la misericordia. Los testimonios históricos que poseemos nos dicen que san Isidro tenía tiempo para la oración, para hablar con Dios, para comunicarse con Él. Era una prioridad en su vida personal y en su vida familiar. Una tarea diaria tan esencial que nunca la olvidó. Para san Isidro, comunicarse con Dios, escucharlo, era imprescindible; tenía tiempos y momentos precisos y señalados para orar. Por otra parte, se sentía impulsado a vivir en la cercanía a las gentes de su tiempo y del lugar; él no era un hombre separado del pueblo, buscaba a sus vecinos, nunca se escondió de nadie y a todos hacía llegar la experiencia de Aquel en quien creía. Y también vivió con un amor singular por la justicia y la misericordia que siempre van unidas, pues no podemos hallar la una sin la otra.
Qué belleza adquiera la vida de este santo trabajador del campo cuando lo vemos en el marco de su familia, como esposo y padre. Siempre fue en busca del encuentro, del diálogo, de ayudar al otro, de difundir la fe y el amor. Para sus vecinos fue un padre y un esposo ejemplar. Tenemos una herencia que nos legó este santo madrileño: la familia cristiana vivida como lo que es, una iglesia doméstica en la que crece el amor de Dios. ¡Qué testamento más maravilloso para las familias! Os invito a acoger este testamento de san Isidro y a visitar los lugares donde vivió.
Hoy hablamos de la ecología integral, usando palabras del Papa Francisco, y hacemos muy bien. Es verdad que han pasado muchos siglos, pero san Isidro nos enseña a cuidar de lo que es más débil y a preocuparnos por todo lo que tenemos alrededor, buscando y cultivando el sentido profundo que tiene la vida abierta a Dios para no caer en la cómoda cerrazón en uno mismo. San Isidro se abrió a Dios y vio la necesidad de abrirse a cuidar todo lo que Dios había creado: la naturaleza y los hombres. Amaba y era amado por su entrega generosa, por su alegría, por su generosidad, por dejar de pensar solo en sí mismo, por su simplicidad de vida… Y sigue siendo un santo querido y conocido por millones de personas, no solo en España o Iberoamérica, sino en el mundo entero.
San Isidro es un santo que el pueblo hizo grande. Sobre todo, lo admiraban por ser un hombre como los demás, pero que hizo de su familia y de su trabajo un testimonio elocuente de una fe vivida en lo cotidiano y escondido. Vieron en él y en toda su familia una acogida de la gracia que se nos da en Jesucristo, esa que cambia el corazón, que nos hace sentir que Dios es bueno, que nos ama y nos hace sus amigos, que nos elige para formar parte de su pueblo y dar testimonio vivo de Él.
En nuestro patrón podemos ver con claridad lo que a veces no vemos. Creemos en muchas ocasiones que los santos son superhombres, que nacieron perfectos. Pero mirémoslos en su verdad: son hombres como nosotros. La única diferencia es que supieron acoger el amor de Dios y dedicaron su vida a entregar ese amor a los demás.
En esta línea, en este tiempo de pandemia, quiero compartir tres ideas con vosotros los madrileños, cristianos y hombres y mujeres de buena voluntad:
1. Ser santo no es un privilegio de unos pocos, tú también puedes serlo. Esto quiere decir que asumes tener un rostro, el de Jesucristo, que vive no para sí mismo sino para los demás, sean quienes sean, pues somos hermanos todos. ¿No crees que estas presencias urgen en nuestra sociedad?
2. Pregunta a quienes encuentres por el camino: ¿sabes lo que significa en tu vida estar bautizado? Ni pierdas tú ni hagas perder a nadie esta herencia que da el Bautismo, el privilegio de ser santos, hijos de Dios. Piensa que una sociedad cambia con hombres y mujeres que hacen presente a Dios. ¡Cuántas personas adultas encuentro en Madrid que me piden el Bautismo! Doy gracias a Dios.
3. Acoge el mensaje de san Isidro, que nos dice: «Fíate del Señor». Él nunca defrauda, no decepciona, es un buen amigo y consejero, quita el miedo a ir a contracorriente. Siente la urgencia de ser signo visible del amor mismo de Dios, como esposo o esposa, como hijo, como padre, como amigo, como trabajador, y siempre en comunión con Él y al servicio de los hermanos.