El Papa en Irak: «Es momento de reconstruir»
«El Papa ha estado conmovido desde que salimos hasta que regresamos», afirma el cardenal Ayuso sobre su viaje a Irak. Ha alzado la voz contra el odio fratricida y ha impulsado la sanación de la comunidad cristiana y del país
Francisco se ha sentido «revivir» en Irak, confesaba en el avión de vuelta. Consciente del riesgo, decidió ir tras un largo período de reflexión, consultas y oración. Tampoco el encuentro con el gran ayatolá Ali al Sistani, el sábado, fue «un capricho». El líder del islam chiita, «hombre humilde y sabio», le impresionó. El Santo Padre «estaba como pez en el agua» en la austera casa de la ciudad santa de Náyaf, y «una visita de cortesía» pronto se transformó «en un encuentro profundo y significativo», comparte con Alfa y Omega el cardenal Miguel Ángel Ayuso, presidente del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso y testigo directo.
La relevancia del momento no pasó desapercibida, y llevó al Gobierno a declarar el 6 de marzo Día de la Tolerancia y la Convivencia. Haizan Amirah Fernández, investigador principal de Mediterráneo y Mundo Árabe del Real Instituto Elcano, considera que ante la proliferación de «altavoces de las interpretaciones más extremas» de la religión, estos esfuerzos «son una reacción necesaria» que va «más allá del simbolismo».
Francisco ha descartado interpretaciones geopolíticas; pero lo cierto es que ha puesto el foco en el chiismo mayoritario, el que sigue la doctrina de Al Sistani del «quietismo político» y rechaza que, como en Irán, se «reclame el poder directo para los religiosos». A esa otra visión «claramente minoritaria» se le presta atención porque «Irán ha sido agresivo políticamente», explica Peter Mandaville, investigador sénior del Centro Berkley para la Religión, la Paz y Asuntos Mundiales de la Universidad de Georgetown.
«Una apuesta muy valiente»
Amirah considera el viaje del Papa «una apuesta muy valiente», que ha llevado «esperanza también a los musulmanes». Irak seguirá teniendo «problemas de gobernanza» y siendo el tablero de juego entre Irán y Arabia Saudita, con la delicada sucesión de Al Sistani (90 años) y del líder supremo iraní Ali Jameini (81) ya en el horizonte. Ante esto, «todo lo que refuerce el discurso inclusivo quitará terreno a los que utilizan la religión como arma para dividir».
Al Santo Padre, apunta Ayuso, le interesa acercarse tanto al sunismo como al chiismo. Su dicasterio, de hecho, «también colabora con instituciones en Teherán» (Irán). «La prioridad es el diálogo que permita compartir valores comunes y trabajar juntos para resolver los problemas de nuestra humanidad». Al paso dado en Náyaf espera que «en un futuro cercano» le sigan «nuevas iniciativas» aún por concretar. El líder chiita Sayid al Khoei, del entorno de Al Sistani, ya hablaba estos días a la agencia italiana SIR de un posible viaje al Vaticano. Para el responsable de diálogo interreligioso del Vaticano, en Irak «hemos visto al Francisco más genuino, en las fronteras». Y él «ha estado conmovido desde que salimos hasta que regresamos».
De las ruinas al regreso
Especialmente impactante fue el domingo, con el contraste entre las ruinas de Mosul, ciudad más importante del norte de Irak, y la iglesia de la Inmaculada Concepción de Bakhdida, donde cientos cristianos huidos del Dáesh y retornados le acogieron con entusiasmo. «La fraternidad es más fuerte que el fratricidio, la esperanza más fuerte que la muerte», subrayó en la ciudad antes de rezar por las víctimas de la guerra y de invitar a los cristianos a «regresar y asumir el papel vital que les es propio en el proceso de sanación y renovación». En Bakhdida, visita que reconoció haber «esperado con impaciencia», insistió en que «es el momento de reconstruir», no solo los edificios sino «ante todo los vínculos», y «volver a empezar».
Hasta ese momento, etapa a etapa, el Pontífice había desgranado su propuesta para reconstruir y sanar Irak. A su llegada, enumeró algunos desafíos generales. Ante las autoridades, pidió que cesen los intereses «externos» que se aprovechan del país. «Que callen las armas», exclamó, y en su lugar «se dé voz a los constructores de paz», asegurando «la participación de todos los grupos políticos, sociales y religiosos», en el pleno ejercicio de sus derechos. Pidió además combatir «la plaga de la corrupción» y recordó –primera de varias veces– el sufrimiento del pueblo yazidí. A los obispos, sacerdotes y religiosos les pidió cuidar especialmente a los jóvenes, «riqueza incalculable», pero desanimados por la falta de perspectivas de futuro.
Odiar es blasfemia
Para una renovación social profunda es necesaria la fraternidad. Y en ella se centró el sábado, con el encuentro privado con Al Sistani y la visita a Ur, patria de Abrahán. Allí, con otros líderes religiosos, afirmó que «Dios es misericordioso y la ofensa más blasfema es profanar su nombre odiando al hermano». El extremismo y la violencia «son traiciones a la religión» que los clérigos deben «resolver con claridad», trabajando además para que se respete «en todas partes» la libertad religiosa.
Esa tarde, en Bagdad, con la comunidad cristiana, dio un paso más. Ante la doble tentación de los discípulos en Getsemaní, la huida y la violencia ante las dificultades, la respuesta es imitar a Jesús, que «cambió la historia con la humilde fuerza del amor».