PCR gratis para los pobres del Papa
Los albergues sociales exigen a las personas sin hogar un test negativo para poder pernoctar y no propagar la COVID-19
La doctora Lucía Ercoli grita uno a uno sus apellidos, mientras agita con mano en alto los certificados con los resultados. ¡De Paola, Rotchid, Canevari…! Solo un diagnóstico negativo les salvará de pasar otra vez la noche al raso. «Hacemos las pruebas, sobre todo, a las personas que tienen que entrar en los dormitorios sociales. Se lo exigen para no propagar el virus», explica en un breve receso de su trabajo la médico que coordina la asistencia sanitaria para los pobres que pululan sin rumbo por los alrededores de la plaza de San Pedro. Su labor sería imposible sin la mediación de la Limosnería de la Santa Sede, que ha dispuesto también para estas personas la vacuna contra la gripe.
En la fila encontramos a Eleonora, que viene de Rumanía. Llega con todas sus pertenencias a cuestas en una maleta roída por el contacto perenne con el asfalto. Se ganaba la vida cuidando a una anciana, pero llegó la pandemia. La pagaban en negro, por lo que queda excluida de las ayudas sociales del Gobierno italiano. «Cuando perdí el trabajo estuve viviendo en un hotelucho hasta que se me acabó el dinero. Ahora duermo en un albergue de Cáritas», explica, sin muchas ganas de hablar. Dentro de poco le tocará someterse al test. A su lado, el kosovar Aldo, con chaleco amarillo, organiza los turnos. «Por favor, guardad las distancias de seguridad. No os amontonéis». Es un voluntario de la Lismosnería Apostólica, aunque como el resto, no tiene un hogar propio donde guarecerse del frío. Lleva 23 años en Italia. A sus espaldas carga con la guerra de Kosovo y un bombardeo que se llevó por delante a media familia.
Algunos son extranjeros y quedan fuera del sistema de salud público italiano. La mayoría simplemente no puede costearse las pruebas diagnósticas. Por lo que, la ambulancia, plantada ante el ambulatorio que el Papa hizo instalar a finales de 2018 en las antiguas oficinas de correos del Vaticano, es su única esperanza. En ese pequeño cubículo a un lado de la columnata de Bernini, dos enfermeros voluntarios trabajan a destajo para realizar unos 50 test diarios. «Así les garantizamos un sistema de protección, sobre todo ahora que está llegando el frío. Hemos extendido también esta posibilidad a los asistentes sociales que ayudan a estas personas en situación de vulnerabilidad y que también están más expuestos», reseña Ercoli.
Menos incidencia del virus
Se realizan tanto los rápidos o de antígenos, que buscan trazas del coronavirus en los anticuerpos, como los moleculares o PCR. Las muestras de estos últimos, más complejas de analizar, son enviadas al laboratorio del Instituto San Gallicano de Roma, aliado del Vaticano junto al Ayuntamiento de Roma en este servicio. Sin embargo, es raro encontrar contagios entre los que han sido condenados a la indiferencia. «La incidencia de la COVID-19 en los que viven en la calle es muy baja», dice Ercoli. Hasta ahora han realizado cerca de 600 controles con una incidencia mínima. La razón es clara: «Estas personas viven una vida marginal, con una condición de segregación mayor. No se prodigan por las tiendas o los bares. Esto es una protección mayor respecto al resto de las personas que, digamos, tienen una mayor actividad social». Los pocos positivos con los que se han topado han podido pasar la cuarentena en un hotel reconvertido a pocos pasos de la plaza de San Pedro, llamado Casa Tra Noi. Su labor para mantener el virus a raya es indispensable.