La primera constatación es la poca incidencia de la extensión del contagio en los colegios; a pesar de que las indicaciones e instrucciones llegaron muy tarde –casi a finales de agosto–, se ha visto la capacidad de los centros para proponer y seguir protocolos claros. Cuando la conciencia de lo que está en juego crece, es más fácil que la convivencia sea posible y que se puedan aplicar las medidas indicadas por las autoridades sanitarias. Esto no quiere decir que se puedan echar las campanas al vuelo; algo que está demostrando esta pandemia es que todas nuestras respuestas cuentan con un punto de incertidumbre muy grande respecto del virus.
Sin embargo, este esfuerzo y responsabilidad por parte de los colegios no siempre ha contado con un clima equilibrado por parte de los medios de comunicación, que en muchas ocasiones tienden al sentimentalismo o al alarmismo. Los últimos 15 días de agosto y los primeros días de septiembre no dejamos de escuchar opiniones y voces que se lamentaban de las pobres y escasas medidas para la vuelta a las aulas. Esta mentalidad, que vive de las reacciones y provocaciones, no construye y acaba retorciendo los datos a conveniencia. De este modo, acaba por desentenderse de la vida real de las personas, cediendo a un puro mercadeo.
Nuestros alumnos tuvieron que vivir una situación muy dura de marzo a junio del curso pasado. La vuelta a las clases ha sido un alivio personal para ellos, la posibilidad de volver a encontrarse con sus compañeros, con sus profesores. Basta ver su alegría en los patios –restringidos– en los que viven ahora. Y con la vuelta a las aulas, expresan de manera quizá inconsciente la necesidad de tener un ámbito en el que sea posible crecer. Cuando hay una propuesta, cuando hay profesores bien preparados que tienen algo que decir, entonces surge lo mejor por parte de nuestros alumnos.
Pero este trabajo no es algo automático. Muchos colegios y profesores han sido capaces de rehacerse de manera creativa. Otros, sin embargo, han quedado paralizados, instalados en la queja o en la inacción. Cuando el viento no sopla de cara, es fácil ver cómo se extiende la tentación del lamento que, en vez de empujarnos a afrontar los problemas del día a día, nos bloquea, debilitando el ímpetu con el que un día comenzamos esta profesión-vocación.
Creatividad y libertad del profesorado
En este contexto incierto está siendo un espectáculo ver en acción a algunos profesores. El protagonista de la educación es el alumno, pero quien realiza la propuesta y pone las condiciones para favorecer la educación de los alumnos es aquel que es consciente de la ruta, del lugar al que hay que conducirlos para conseguir el crecimiento de su persona. He podido asistir al trabajo de equipos directivos que no han dejado ningún espacio al lamento, sino que a través de una unidad real se han puesto a buscar soluciones; en algunos casos se han dado respuestas diferentes a los mismos problemas, lo cual es un signo de creatividad y libertad.
He visto profesores que, no pudiendo realizar las iniciativas que hacían normalmente para implicar a sus alumnos, han puesto en marcha nuevas acciones, proponiendo por ejemplo nuevos espacios y asignaturas donde los alumnos pudieran descubrir su personalidad, desarrollar sus competencias, capacidades, exigencias y deseos. Y todo ello sin renunciar a la gran tarea de la escuela, que es la transmisión de la cultura, de la pasión por la realidad. Esta creatividad no está impedida en nuestro sistema, pero desde luego tiende a desaparecer. Lamentablemente, las leyes y reformas educativas están más preocupadas por favorecer ciertas tendencias y esquemas que por salvaguardar espacios de libertad.
Ha tenido que venir una difícil situación para que emerja esta creatividad. Ya en el tiempo de docencia online durante el confinamiento se hizo evidente que solo se educa en una relación y que todos los instrumentos y técnicas son buenos para ayudar, pero no para sustituir la relación educativa entre personas. Esos meses impulsaron por la vía rápida a profesores, alumnos y familias que tuvieron que aprender sin anestesia el uso de herramientas claves para no perder un tiempo precioso en la educación de nuestros alumnos e hijos.
Pero esta vuelta a los colegios está demostrando con mayor intensidad que la presencia es la condición fundamental de la educación. Pero la dimensión presencial requiere dos factores fundamentales: por un lado, la toma de conciencia de la realidad, de lo que uno es y de lo que quiere transmitir y comunicar (el profesor, el maestro, el padre…); por otro, una libertad en acto, que movida por la inteligencia quiere crecer y situarse de un modo razonable en el mundo. De este modo, podremos llegar a no sentirnos arrojados en él, perdidos y encadenados, sino libres. Es absolutamente fundamental que sigan existiendo lugares y espacios en los que sea posible el crecimiento de la persona, que nos inviten a construir junto con otros, sin renunciar a los grandes deseos que nos constituyen, a nuestra sed de felicidad. Para poder construir es necesario desear mucho y encontrar grandes compañeros de camino.