Margarita del Val: «Aconsejo no cantar en Misa, ni desde el banco»
Entre los científicos que en agosto pidieron en una carta a The Lancet una «evaluación independiente» sobre la gestión de la pandemia en España estaba Margarita del Val, viróloga del Centro de Biología Molecular Severo Ochoa, del CSIC. A pesar de ello, no carga las tintas contra el Gobierno. Además de investigar la inmunidad al coronavirus, coordina la Plataforma Temática Interdisciplinar Salud Global, la herramienta con 200 equipos lanzada por el CSIC para estudiar la COVID-19
El origen de este coronavirus ha suscitado muchas hipótesis y teorías de todo tipo. ¿Cómo nos lleva la ciencia hasta lo que realmente podemos saber a día de hoy?
Todos los organismos, pero más los virus, van cometiendo errores al multiplicar las 30.000 letras de su material genético. Ya sabemos que, a la velocidad que se propaga entre la población, comete dos errores al mes. Así, como con los copistas de la Edad Media, se puede ir trazando el origen de esos errores. Este coronavirus, aunque es muy cercano al SARS del año 2002-2003, se parece menos a ese que a otro que existe en murciélagos, del que se separó hace unos 30 o 40 años. Así se sabe además que el número de cambios en ese tiempo es tal, que si se hubiera hecho artificialmente habríamos sido incapaces de acertar a meterlos todos de golpe y saber que iba a salir algo que funcionase.
Aproximadamente el 70 % de las enfermedades infecciosas de la humanidad han venido de animales, y causan más daño. Con las que ya están muy adaptadas a nosotros (como el herpes, que tenemos desde hace decenas de millones de años) se ha llegado a una coexistencia en la que no son tan dañinas.
Hace años hubo epidemias de otros coronavirus como el SARS, el MERS… ¿Por qué al final ha sido este el que ha desatado una pandemia?
Es más benigno que estos, que mataron a entre el 10 % y el 20 % de afectados. Su problema es que se transmite de forma silenciosa, cuando aún no causa síntomas. Y en el sudeste asiático cada año o dos años hay epidemias de gripe aviar, que son más mortales. Aquí no nos enteramos porque no se transmiten entre personas y las controlan enseguida. Por eso están entrenados.
En España se están usando muchas más mascarillas que en otros países europeos. ¿Qué hemos hecho mal con esta segunda oleada en comparación por ejemplo con Italia, que tiene costumbres sociales parecidas a las nuestras?
En Italia todavía están en estado de emergencia y tienen muchas más restricciones que aquí, aunque no tan visibles como la mascarilla. Muchos sitios de Europa no han abierto bares de copas y discotecas. En Nueva York, que lo está haciendo fantásticamente, no han abierto el interior de restaurantes y bares; se hace todo en la calle, hasta las peluquerías. En España nos hemos concentrado todos solo en la mascarilla, y con una sola medida (y a ratos) no se controla la pandemia. Tampoco vale hacer cosas al aire libre pero estando cerca. Tienen que ser las tres cosas: distancia, aire libre y mascarilla.
Y si en algún momento hay una conducta de riesgo que no se puede evitar, que sea el tiempo mínimo: reducir al máximo el tiempo en interiores o quedar pero que no sea para comer. Hay que hacer pequeños cambios de hábitos para que dentro de un par de años podamos seguir siendo tan españoles, tan sociables y con tanto contacto con personas de todas las edades como siempre. Para evitar confinamiento total tenemos que hacer pequeños cambios.
Pero ya se nos ha ido de las manos. ¿Y ahora, qué?
Restringir una localidad de 10.000 habitantes, con diagnóstico y aislamiento de los casos, probablemente sea efectivo. Madrid, con cuatro millones de desplazamientos diarios, es demasiado grande y poblado para que tenga efecto si no va acompañado de un incremento drástico del diagnóstico, del aislamiento y el cumplimiento a rajatabla de las cuarentenas (facilitándoselo a los que no se pueden aislar en casa), y de la medicalización de las residencias. Más que a un confinamiento perimetral o por áreas apuesto por un confinamiento selectivo. Es más eficaz e impacta menos en la economía. Una persona puede dar positivo una vez en su vida. Cuarentenas puede que tenga varias, pero a la tercera o cuarta ya se identifican las conductas que te han puesto en riesgo y no se repiten.
Mucha gente está perpleja por los cambios de criterio de las instituciones en algunos temas. ¿Son consecuencia del avance lógico de la ciencia o ha habido errores?
Más que errores ha podido ser que no se tenía información. Admiro mucho a todos los que han sido responsables de tomar decisiones en una situación dificilísima con muy poca información. ¿Cómo sabemos ahora que la transmisión por el aire es importante? No porque hayamos visto los aerosoles entrar en una persona, sino porque analizando brotes, buscando sus causas y descartando otras, es lo único que explica bastantes de ellos. Por eso es importante el rastreo. Y hemos tardado en darnos cuenta porque no teníamos información.
Lo mismo con las mascarillas: en marzo y abril había gente convencida de su uso no había evidencia científica. No tenía riesgo pero imponerla o recomendarla cuando no había para los sanitarios no era una buena decisión aunque a toro pasado lo parezca. En el sudeste asiático, donde ya tienen la costumbre, era más fácil extenderla.
Se ha apelado mucho a los criterios científicos, pero luego la implicación de los expertos ha quedado bastante en entredicho. ¿Cómo valora la comunicación de la Administración con ustedes?
Llamó mucho la atención un comité que se dijo que había y luego era el habitual, no uno nuevo. Sí hay varios comités, a nivel de todos los gestores. Pero el contacto no es muy fluido y además son estáticos y poco diversos. Desde que coordino la Plataforma Temática Interdisciplinar Salud Global, donde tenemos enfoque muy multidisciplinar, me doy cuenta de que hacen falta más enfoques que los sanitarios. Hacen falta más enfoques que el de los sanitarios: cuando se aborde cada problema, reclutar a los expertos en mascarillas, en movilidad, en economía de pandemias, en demografía y servicios sociales para las residencias… Eso lo hecho de menos, y espero que vaya siendo así.
¿Lo espera después de la reunión que el 1 de octubre mantuvieron con el ministro de Sanidad usted y otros científicos que pidieron en The Lancet una evaluación independiente de la pandemia?
El mensaje que le transmitimos es que hay que hacer una evaluación de cómo se ha gestionado la pandemia con un enfoque exclusivamente constructivo. Él nos dijo que pensaban hacerla más adelante, pero debe ser cuanto antes, para aprender y poder aplicarlo. Entendemos que es muy difícil para ellos, y por eso le brindamos todo nuestro apoyo. Piensan además que es muy importante escuchar y llegar a un consenso con las comunidades autónomas, y me parece adecuado. Así se pueden identificar los aciertos, hacerlos públicos y aplicarlos en otros sitios.
¿Por ejemplo?
Asturias ha estado toda la pandemia muy bien. Tiene algo de suerte, porque para ellos el confinamiento llegó en el momento adecuado (en otros sitios llegamos tarde), y la estructura de la población, con la gente dispersa por los concejos y tres ciudades pequeñas, es mucho mejor. Pero la suerte hay que aprovecharla. Un acierto que tuvieron fue designar una enfermera para cada residencia, que con visión sanitaria controlase y ayudase a tomar decisiones a los gestores, que son administrativos.
Ahora están reaccionando con prevención, que es más barato y tiene menos impacto. Hace falta mucho rastreo. Los hospitales no paran los contagios, no vale invertir en construirlos. Otras comunidades también lo han hecho bien en algunas de estas cosas. Queremos que esas buenas políticas, esos programas de compartir datos, esa formación de profesionales, esas contrataciones ágiles de especialistas se conozcan y se puedan implementar en los sitios donde tal vez no se haya pensado o podido.
En algunos ámbitos se pone mucha esperanza en alcanzar la inmunidad de grupo. ¿Es viable con esta enfermedad? ¿Qué ventajas e inconvenientes tiene?
¿Cómo ve como católica dejar que las personas se contagien libremente? A mí me parece que dejar las cosas a la buena de Dios no es aceptable, ni ético, ni moral. Eso no protege a los mayores. Si en un grupo hay inmunidad colectiva [porque la mayor parte de miembros está ya inmunizado, N. d. R.] pero tú no la tienes, si sales de ese grupo eres vulnerable. Conceptualmente no vale para nada. Solo se pueden comprar países con estructuras sociales parecidas, y en Suecia están muriendo más personas y antes que en otros países nórdicos. En España sería absolutamente inviable con los horarios imposibles que tenemos, que hacen que necesitemos a los abuelos. En cuanto aísles a los mayores para protegerlos mientras se deja libre circulación al virus, además de que se mueren de pena se nos cae la estructura social.
Y hay una tercera razón en contra: se han leído datos para otros agentes infecciosos pero con los otros coronavirus (los que causan catarros) no funciona y es de esperar que con este ocurra lo mismo. Aun siendo toda la población inmune hay transmisión continua porque las personas que lo han pasado lo transmiten. Si se van perdiendo anticuerpos con los meses la inmunidad de grupo no funciona. Solo queda investigación y vacuna.
Otra cuestión en la que hay divergencias entre científicos es en la utilidad del rastreo. Algunos dicen que es inútil, bien porque el virus se transmite demasiado o porque en general una persona contagia poco y luego hay supercontagiadores.
Sí hay consenso en que no hay personas, sino eventos, supercontagiadores. Este verano me he encontrado con 150 personas en una visita turística. Eso no puede ser, y me fui aunque me la perdiera. Por eso se han cerrado las discotecas, por eso se reducen los aforos (aunque en España se han reducido poco) y el tamaño de los grupos que se pueden reunir. En eso hay razón y hay que respetarlo. Y por eso hace falta localizar los brotes y dónde se ha podido contagiar alguien.
Pero también hay que rastrear a los contactos, porque hay muchas personas vulnerables y prevenir es mejor que curar. Si aislamos a los positivos y ponemos en cuarentena a los contactos podemos evitar que un evento sea supercontagiador. No sabemos cuándo puede ocurrir, o qué brote se nos va a ir de las manos, o qué contagiado tiene un comportamiento lo suficientemente de riesgo como para contagiar mucho. Hay muchas pequeñas cosas que lo permiten: acercarse para dar una palmada en la espalda, reutilizar la mascarilla… Pero al mismo tiempo tenemos pequeñas cosas que lo controlan. Mascarilla, distancia y aire libre es algo fácil, no es como llevar grilletes.
El aire libre era fácil en verano. Con el frío será momento de ventilar mucho. Pero, ¿se sabe cuánto y con cuánta frecuencia?
No se sabe bien porque depende de cómo de grande sea la estancia, de cuántas personas estén, de la ubicación de las ventanas… Pero conviene dar orientaciones prácticas como imaginar que se está ventilando para que se vaya un mal olor o el humo después de que una persona haya fumado. Se ventila mejor si las ventanas hacen corriente. Y no se está diciendo mucho, pero también es importante que en las oficinas y edificios grandes con calefacción por aire esta se configure para que el aire se renueve con el del exterior y no recircule, porque así se puede transmitir el virus a todo el edificio. Es como el aire acondicionado del coche. El virus es contagioso pero no muchísimo, no se contagia por la primera partícula de un aerosol, hace falta que se concentre. Por eso es importante la renovación total del aire. Es más caro tener la calefacción así, pero más caro aún es tener que cerrar la oficina.
¿Algún consejo en particular para las parroquias?
Una medida fácil es no cantar en Misa. Los coros han sido sitios de contagios masivos. Pero me refiero también a no hacerlo ni cada uno desde su sitio. Además, hay que extremar el cuidado y cancelar las celebraciones anuales grandes. Es mejor eso que que luego se recuerde la de este año como esa en la que hubo tantos muertos. La situación se está complicando. Hay demasiadas muertes cada semana y empieza el otoño-invierno. Siento decirte que hay que restringir al máximo los aforos en Misa (el 30 % como mucho, independientemente de las normativas) y las visitas a las parroquias. En Navidad, celebrarla solo con los convivientes. No se puede jugar con fuego, porque según avanza la ola hay cada vez más gente contagiando. Y además, cuanta más gente se junta, más se contagian también las conductas de descontrol.