No tengo miedo del Sínodo sobre la familia. El cuestionario y los lineamenta son preliminares, no la respuesta final; lo que ha cambiado es la publicidad y la resonancia. La Iglesia no cambiará en absoluto la doctrina sobre la indisolubilidad del matrimonio. Si, en este mundo en el que tanta gente anda perdida, la Iglesia se pregunta por cómo atraerla, a mí no me escandaliza; es más, me llama a conversión para no olvidar mi solicitud por todos. No me molesta que la Iglesia busque acercarse a quien está perdido. Estoy segura de que nuestros padres, los obispos, sabrán encontrar una vía para expresar cercanía a los divorciados vueltos a casar, una acogida que no escandalice a los pequeños -las familias que se esfuerzan en ser fieles a su llamada-, no tanto para defender el privilegio del hermano mayor que se cree justo, sino para anunciar la verdad del amor: un amor que tiene forma de cruz. De este anuncio, el mundo tiene una necesidad desesperada. Mi Madre, la Iglesia, lo resolverá todo.