De la primera línea a la retaguardia del cielo - Alfa y Omega

De la primera línea a la retaguardia del cielo

Las religiosas regentan muchas residencias de ancianos en España. Con estos centros convertidos en uno de los epicentros de la pandemia, las monjas –también las de clausura– han entregado literalmente la vida sirviendo a todos los afectados. Estos son algunos ejemplos

José Calderero de Aldecoa
Hermanas de los Ancianos Desamparados de Albacete —comunidad a la que pertenecía sor Amelia González— saludando desde el balcón con los EPI puestos
Hermanas de los Ancianos Desamparados de Albacete —comunidad a la que pertenecía sor Amelia González— saludando desde el balcón con los EPI puestos. Foto: Hermanitas de los Ancianos Desamparados.

Sor Amelia González
Hermanitas de los Ancianos Desamparados

Foto: Hermanitas de los Ancianos Desamparados

Las Hermanitas de los Ancianos Desamparados tienen en su nombre y en su carisma el cuidado de los ancianos. En tiempos de COVID-19, esta labor ha situado a las monjas en primera línea. «Ha sido muy duro. Hemos llorado mucho. Nosotras mismas nos hemos contagiado todas», confirma sor Inmaculada Ortiz. El coronavirus entró en el asilo San Antón de Albacete muy pronto y, además de a 17 residentes, también se llevó por delante la vida de sor Amelia González «pocos días antes de su 76 cumpleaños». Se cayó en el presbiterio y «en el hospital le detectaron el coronavirus. Una vez de vuelta en la residencia, la tuvimos que separar del resto de las hermanas y la instalamos en la zona de infectados». Ella «estaba convencida de que se iba a morir y no quería ni siquiera hablar con su familia. Decía que solo quería prepararse», recuerda Ortiz.

Sor Amelia González llevaba 15 años en la residencia de Albacete, donde ejercía de «portera, de ecónoma de la comunidad y era quien atendía a los huéspedes. Le gustaba mucho repartir la hoja dominical entre las ancianas o sentarse junto a ellas para seguir la Misa». Sor Inmaculada la define como «una persona pacífica que siempre ponía el punto de paz ante los pequeños conflictos» y destaca de su hermana «cómo le daba la vuelta a las pequeñas cosas del día a día para terminar haciendo una catequesis».

Sor Elvira Gómez
Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl

Foto: Hijas de la Caridad

A las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl las acusaron de fugarse, pero lo cierto es que nunca se fueron del lado de las personas mayores con las que conviven en la residencia Santísima Virgen y San Celedonio. Fueron las autoridades quienes las obligaron a confinarse en su casa, al ser ellas mismas población de riesgo. Solo entonces dejaron de estar físicamente con los ancianos ingresados, para pasar a estar espiritualmente. «Una vez que nos aislaron, nos pusimos a rezar más intensamente por todos ellos, aunque siempre lo hacemos», explica sor Pilar Cuevas, la superiora de la comunidad, cargo que entre las hijas de la Caridad es conocido como hermana sirviente.

Sin embargo, ya fue demasiado tarde para sor Elvira Gómez, que falleció por coronavirus el 18 de marzo, a los 87 años. «Ya sabes que cuando la gente se muere, todos somos santos. Pues eso no es verdad. Sin embargo, esta mujer era una santa de la cabeza a los pies», asegura la hermana sirviente. Y añade: «Era callada, trabajadora, nunca hablaba mal de nadie, a todo el mundo ayudaba y ¡cómo trataba a las ancianas! Se sentaba con ellas, las agarraba de la mano y las escuchaba con verdadera atención», asegura Cuevas, que está convencida de que «como Elvira no vamos a conocer a otra. No es frecuente vivir con una santa y darte cuenta de ello».

María de las Nieves Ruiz
Hermanas de Nuestra Señora de la Consolación

Foto: Hermanas de Nuestra Señora de la Consolación

El Resistiré interpretado por las Hermanas de Nuestra Señora de la Consolación de Tortosa dio la vuelta al mundo en parte gracias a la difusión que hizo Antonio Banderas de la grabación. En ella se ve a María de las Nieves Ruiz, de 96 años, todavía viva e interpretando la mítica canción del Dúo Dinámico junto al resto de las hermanas de la residencia que las religiosas tienen en la casa madre de la congregación. Sin embargo, dos semanas más tarde falleció afectada por el coronavirus, después de que la enfermedad entrara en el convento al organizar un taller de mascarillas para intentar surtir de ellas a las residencias de ancianos. «Era una mujer incansable. Siempre estaba trabajando. Se le daba muy bien coser y lo hizo hasta el último momento», asegura Soledad Obregón, superiora de la casa. Una de sus especialidades eran los jerséis de lana. «Cuando los terminaba los mandábamos a la misión, sobre todo a Brasil y Portugal, donde ella misma había estado trabajando de misionera».

En la residencia de Tortosa llevaba alrededor de 15 años y «siempre era fiel a su trabajo de portera». «Tenía este encargo de 14:00 a 16:00 horas, y lo que hacía era comer a toda prisa para llegar a la hora a su puesto. Nosotras le decíamos que no pasaba nada, que no vendría nadie a esas horas, pero ella quería ser fiel hasta en ese detalle de puntualidad». Al final logró ser fiel hasta la muerte.

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También de clausura

Madre M.ª Pilar Adámez
Hermanas Oblatas de Cristo Sacerdote

Foto: Hermanas Oblatas de Cristo Sacerdote

«Jesús. Presiento mi última noche. Gracias mi Dios por unirme tan profundamente al dolor puro de tu entrega en la cruz». La madre M.ª Pilar Adámez mandó este mensaje a sus compañeras de comunidad y poco después murió por el coronavirus. Lo hizo ofreciendo su vida por los sacerdotes, como buena Hermana Oblata de Cristo Sacerdote, pero también rezando por todos los afectados por el COVID-19. «Ella era la superiora y había decidido que la comunidad [de clausura] se sumara a una cadena de oración por los afectados por la pandemia. Cada una de nosotras teníamos dos o tres personas por las que rezábamos de forma concreta», explica la hermana Asunción García. Esta labor no la interrumpió ni cuando tuvo que ser trasladada al hospital. «Convirtió la habitación en su propio convento» y allí se entregó «por las almas, por los hombres, por el mundo, por los sacerdotes. Llegó a la muerte con la plena claridad de una vida entregada».

Madre Pilar falleció el 28 de abril. «Como persona era muy dulce, muy tierna y muy alegre, y como superiora era a la vez muy firme y muy comprensiva», rememora la hermana Asunción, que además recuerda «la sensibilidad tan grande que la madre tenía para el sufrimiento de la gente». Por eso, ante la pandemia, se intensificaron las oraciones en este momento de dolor, aún cuando ellas mismas se vieron afectadas de lleno. «Cuando entró el virus en la comunidad nos aislaron a todas. Era Jueves Santo. Ese día fue el primero sin Eucaristía y estuvimos más de un mes sin poder recibir los sacramentos. Incluso la muerte de la madre se nos comunicó estando todas aisladas. Ha sido muy duro, aunque hemos podido sentir el apoyo y el cariño de toda Huelva», concluye la religiosa.